Una nueva historia de la Independencia


La historia del Bicentenario no es la del Centenario


La semana pasada escribí sobre cómo se narra la historia desde el poder, de qué manera los estados utilizan la educación, los símbolos patrios, los espacios públicos en las ciudades e incluso los billetes para imponer su versión del pasado. Esta semana, al contrario, mi reflexión se aproxima a la historia desde los márgenes, desde los espacios de menos poder, desde las minorías: mi interés se haya en que encontremos narrativas alternativas inscritas en una gran variedad de formatos.

Uno de los primeros espacios desde donde se narra la historia alternativa es en casa, a partir de los recuerdos familiares. Las historias de nuestros padres y abuelos que pasan de generación en generación son parte de un legado que muchas veces se enfrenta a la historia oficial. Con el tiempo, algunas de estas versiones pueden llegar a trascender y ayudan a crear narrativas alternativas que pueden, incluso, cuestionar las verdades establecidas. 

Tradicionalmente, la historia ha sido contada por los vencedores que formaron el recuerdo desde su perspectiva triunfante, pero como escribir historia es un acto político el punto de vista que se toma puede cambiar. Los historiadores profesionales nos dedicamos en gran medida a buscar nuevas formas de entender el pasado y desde hace algunas décadas el énfasis de algunos ha estado en buscar las voces que muchas veces ha sido silenciadas.

Hay diferentes maneras de hacerlo. Una es apelar a la historia oral con la ambición de escuchar a estas voces acalladas. Otra es buscar en las mismas fuentes y leer la información con otros ojos ya que las voces oficiales pueden revelar en su interior una serie de perspectivas sobre la sociedad que pueden pasar desapercibidas si no se hacen las preguntas precisas. 

Fuentes diversas nos presentan conflictos que pueden ser leídos de una manera muy simple: una de las personas es más poderosa que la otra, pero una lectura más minuciosa nos puede revelar cómo se ejerce ese poder, cómo la persona que tiene menos poder puede expresar su descontento con esa realidad de maneras sutiles pero no por ello menos importantes, así como sus posibilidades de enfrentarla. Los detalles pueden ser reveladores. Algo de esto se puede ver en una pequeña viñeta que leí en El Comercio de 1845: tras una trifulca de borrachos, un hombre blanco agredió a un afrodescendiente, pero trascendió que este señor era un capitán de milicias y que por lo tanto merecía respeto. El hombre blanco arguyó que sin su uniforme él había agredido a quien no era más que un “negro”. Podríamos dejar la anécdota ahí o podríamos ver cómo la participación en la milicia le otorgaba a alguien con menos poder una posibilidad de mejorar su situación, pero que esto solo se mantenía si usaba el uniforme: sin el poder simbólico que le otorgaba, volvía a ser nada más que un “negro”.

Este es solo un ejemplo de tantos de cómo las mismas fuentes nos permiten distinta profundidad de lecturas sobre un hecho y por qué la historia va cambiando con el tiempo: si bien los hechos en sí pueden no variar, nuestra lectura de ellos cambia. Lo que en el pasado podía parecernos bastante aceptable y normal, después de algunos años puede considerarse inaceptable.   

La interpretación de los hechos del pasado cambia, no porque los hechos sean diferentes sino porque las preguntas que le hacemos al pasado son otras. Nosotros y el espacio que habitamos somos los que hemos sufrido una transformación. Esto es lo que ocurre con las historias que algunos llaman subalternas: cuando nos llevan a interpretar el pasado ya no desde el poder, sino desde los mismos protagonistas, lo que vemos cobra otro cariz.

Algo de ello está ocurriendo en este Bicentenario. No tenemos ya una historia triunfante de héroes y villanos. No tenemos un estado monolítico que nos cuenta la historia solamente desde Lima, ahora queremos oír otras voces, saber cómo participaron las mujeres, los grupos indígenas, los afrodescendientes. Somos nosotros los que hemos cambiado como sociedad y es por ello que podemos hacernos estas nuevas preguntas.

Tomar esta oportunidad nos hará construir juntos una nueva narrativa del pasado que será más inclusiva. 

4 comentarios

  1. Victor Macedo Barrera

    Gracias por este artículo, lo agradesco porque ahora entiendo, lo que sin saberlo de alguna forma lo ssbia

  2. Iván

    Gracias Natalia siempre es bueno leer la historia vista desde las minorias o las voces sin poder. Por lo general la historia contada desde el poder que solo quiere contar el lado positivo de su historia, no permite entender mejor a las carencias moral y éticos del país.

  3. Iván Reátegui Flores

    Gracias por hacernos entender el mensaje potente que nos pueden dar los grupos de minorias o alejadas del poder. Ellos siempre aportan y ayudan a entender mejor la historia del Perú. Y a entender las situaciones que vivimos y repetimos sin entender por qué suceden y quizás es porque no entendimos o curamos la herida

  4. Lucho Amaya

    No es nuevo , en el Perú al menos, lo que usted menciona con «Algo de ello está ocurriendo en este Bicentenario», porque Velasco ya lo hizo antes (1968-1975) y desde el poder absoluto… y desde el vocabulario ¡Kausachun, Velasco! hasta el mito del Inkari (si no recuerdo mal)… y hasta el ama sua, ama kella, ama llulla, que como es lógico se establecieron no porque no existía el robo, ni el ocio ni la mentira, sino como ‘debe ser’.
    ¿Cuál es la verdad en la vestimenta de los marchantes en la fiesta de la mamacha Candelaria en Puno, por ejemplo?… Que es mixta, y que ahora vemos como propia y original de ellos, y sí, es así. pero propia desde el siglo XIX.
    ¿Qué narrativa contamos, entonces?… ¿Cuál la auténtica?… ¿Cuál la real?
    Y sobre lo de Lima, señora Natalia Sobrevilla, desde los años 50, en que se produjo la primera oleada migratoria de las provincias hacia la capital (mis padres entre ellos), hasta después la de los 70, y luego la de este siglo, Lima es todas las sangres… Y aquí, en LIma, podemos escuchar relatos auténticos de lo sucedido en el interior en los años del terrorismo, por ejemplo.
    De modo que, en mi opinión al menos, lo que usted cree ver o espera ver, para mi es solo el eterno retorno.
    Saludos

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