¿Más competencia es saludable?


Un desafío al sentido común de las últimas décadas


La columna que compartí la semana pasada traía un argumento (semi) encriptado. Mas allá de la disputa electoral, espero haber contribuido también a la tarea de ir desacralizando el rol de la ciencia en la sociedad. Me parece importante que caigamos en cuenta de que ella no trae al mundo verdades reveladas e incuestionables, sino que se trata de una tarea colectiva de construcción de conocimiento que en su camino va corrigiendo y aprendiendo.

            Quienes leen y siguen aquí a Alejandra Ruiz León seguramente tienen más claridad sobre el tema: la actividad científica se nutre de los errores, aún no consigue responder preguntas muy básicas de nuestro día a día, y es una actividad mucho más social y política de lo que se piensa. Esto que es claro en la comunidad académica, no lo es tanto fuera de ella. La tarea de divulgación radica, en una medida importante, en desmitificar.

            Puesto así, en economía la tarea pendiente es enorme. Necesitamos derribar algunos mitos, no solo sobre el quehacer de la comunidad académica sino también sobre algunos conceptos muy arraigados en nuestra cotidianidad. Uno de ellos, me parece, es el de la competencia en los mercados. Sobre ella tendemos a pensar que, como el ungüento de la abuela, tiene bondades absolutas y universales, pero la realidad es que no tanto. 

            Es cierto que su punto de partida conceptual, el modelo de competencia perfecta, es una noción maravillosa. De ahí nacen dos teoremas interesantísimos que dan sustento a la idea de la mano invisible (todo equilibrio competitivo implica una asignación de recursos eficiente) y a la justificación de los mercados (para toda asignación eficiente hay un conjunto de precios competitivos que le dan sentido). 

            El problema ha surgido cuando, maravillados ante tanta belleza conceptual, nos hemos aventurado a tratar de aplicar el modelo a todo contexto. Hoy estamos comenzando a caer en cuenta del error. Vale la pena repensar algunas cosas que en los 90 no nos cuestionábamos. A continuación propongo dos ámbitos en los que hay que repreguntarse cuan útiles nos han resultado los preceptos de la libre competencia.

            En primer lugar, me parece que debemos discutir sobre la contradicción que implica usar a los mercados para asignar derechos. Los tres casos más saltantes en los que la contradicción mercado-derechos se hacen notar son la educación, la salud y las pensiones. Esto no sucede solo en nuestro país, de una u otra forma se trata de un fenómeno que viene expandiéndose en la región. 

            Chile, uno de los pioneros en la ola de los 90 que sirvió para convertir más derechos en transacciones, es un caso paradigmático. La educación y las pensiones son dos de las principales razones detrás del malestar que ha desembocado en el cambio de constitución en el que hoy se han embarcado los vecinos del sur. La competencia parecía una magnifica idea, pero no caímos en cuenta de que ello sucedía por una motivación mayor de los agentes económicos: el lucro. 

            Aquí la pandemia terminó de poner en evidencia la contradicción entre lucro y el derecho a la salud. Repensar los alcances de la competencia –especialmente el lucro–, en la asignación de derechos es un pendiente. Esto debería llevar a reformas radicales en, por lo menos, esos tres mercados.

            El segundo ámbito en el que valdría la pena cuestionarnos las bondades de la competencia es el electoral. No es del todo cierto que una mayor competencia traiga más beneficios a los ciudadanos. Un caso que se viene convirtiendo en insignia de esto es la no reelección inmediata de congresistas. Esto implica mayor rotación en los puestos y mayor competencia. Pero, por otro lado, esto trae pocos incentivos al comportamiento responsable de los congresistas una vez elegidos. Ya lo estamos viendo. Aquí todos tenemos una dosis adicional de responsabilidad porque en el referéndum de diciembre 2018, un 86% de nosotros votó a favor de tal reforma constitucional.

            Cierro con el caso en el que nos encontramos estos días. Durante varias semanas, muchas ya, dos candidatos vienen compitiendo frenéticamente por el poder presidencial. ¿Esta competencia abierta se traduce en bienestar ciudadano? Me temo que no. Estamos saliendo de esta elección como una sociedad más polarizada, con menor confianza en nuestras instituciones y con más brotes de racismo, clasismo e intolerancia. 

            Líderes responsables no hubieran permitido que lleguemos a estos límites. Y aquí es donde las reglas de juego competitivas podrían tener mejor diseño de forma tal que induzcan más comportamientos responsables, tanto de los líderes como de los partidos. Restringir la competencia, en algunos casos, genera mayor bienestar social. 

            Ya tenemos experiencias exitosas de tal restricción de la competencia. Recordemos que hasta hace poco la propaganda electoral se podía contratar en un libre mercado de oferta y demanda de espacios televisivos, de radio, prensa escrita, etc. ¿Imaginan cómo hubiera sido esta elección si ese margen adicional de libertad se hubiera dado?

            Resulta irónico, y hasta pareciera contradecir el sentido común, pero hay casos en los que demasiada competencia nos hace daño. Hay más ejemplos, pero no me alcanza el espacio. Seguramente ustedes tendrán otros. Miremos el mundo críticamente, cuestionando los sentidos comunes y buscando evidencias que validen las críticas. Con conceptos más claros podremos embarcarnos en un mejor dialogo.

4 comentarios

  1. Russela

    Con la clase de partidos políticos, si así se les puede llamar, y del nivel de conocimiento y práctica política de quiénes se supone son sus mejores cuadros, me parece que ha sido y es acertada la no reelección.

    • hugonopo

      Hola Russela, concuerdo con tu descripcion de los partidos politicos. Ante eso habria que preguntarnos que podria ser util para fortalecerlos, para que atraigan y, especialmente, retengan buenos cuadros. Un exceso de rotacion puede ser poco util para el obejtivo de la retencion de talento.

  2. Victor Aguilar

    De acuerdo, los derechos como salud y educación no deberían ser asignados por el mercado, los asigna la Constitución y la Ley, El Estado tiene la responsabilidad de llevarlos a la práctica y lo ideal es que sean universales e incluyan a todos por igual, y con mayor razón para las personas que pagamos impuestos. No deberíamos vernos obligados a contratar servicios privados.
    En el tema previsional, considero que es un ahorro fruto del trabajo de cada persona. El sistema privado actual está «mal diseñado» y resulta en absurdos como resultado de lo que se asume para los cálculos, como la esperanza de vida además de la forma en que se amortiza el ahorro al momento de jubilarse.
    De acuerdo con el tema de la re-elección de congresistas, si queremos representantes con trayectoria y experiencia legislativa, nunca los vamos a tener si sólo están un período y cada elección entran nuevos a aprender.
    Muy bien que se haya regulado la publicidad electoral, y en cuanto a los partidos creo que debe regularse la formación de estos de tal forma de no tener 20 y tantos partidos. Sólo debería haber uno que agrupe a la izquierda otro a los de centro y uno a la derecha. Nos evitaríamos muchos problemas. El tema es que somos muchas naciones en una, cada una con sus propios intereses, ¿Nos uniremos alguna vez? ¿Aunque sea en tres grupos?

  3. Lucho Amaya

    Todo a su medida
    ¿Cuál la medida de todo?
    Las condiciones objetivas
    ¿Objetivas de acuerdo a la experiencia (pasado), del presente (pragmatismo), o del futuro (idealismo)
    Un poco de todo, claro, pero… ¿De acuerdo a qué se acierta en las medidas?
    De acuerdo al sentido común… (del que también hay frases en contra pero en minoría: buena salvedad)
    Saludos

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