Sin errores no hay ciencia


Una fantasía heroica nos aleja del conocimiento que producen los errores 


La historia cuenta que Arquímedes estaba tomando un baño cuando descubrió cómo calcular la densidad de la corona de oro del rey de Siracusa. La solución maravillosa, que ahora conocemos como el principio de Arquímedes, solo podía ser comunicada al mundo con un grito de victoria: ¡Eureka! Mediante sus escritos, conocemos que Arquímedes experimentó muchos momentos así. La mayoría de sus brillantes ideas no provenían de su salón de baño, sino de su taller de experimentos, donde los gritos de victoria también se turnaban con el silencio de las derrotas. 

            Cada triunfo de la ciencia está precedido por cientos, sino miles de horas de trabajo que terminaron en experimentos fallidos que nunca vieron la luz fuera de los laboratorios, y de teorías inválidas que acabaron en la papelera. Aunque constituyen la mayor parte del tiempo de los científicos, los errores parecen no tener lugar en la ciencia, donde solo se comparten las ideas dignas de ser publicadas en revistas indexadas y los momentos eureka son reconocidos con un Premio Nobel o una Medalla Fields. 

            Los libros de historia relatan verdaderas epopeyas científicas, donde los errores son vistos como las experiencias que marcan el camino de victoria para nuestros héroes investigadores. Aunque este tipo de error no es reflejo de la realidad, nos aferramos a la idea de que el conocimiento se produce de casualidad, sin buscarlo, o que nace de un proyecto alternativo. Algunos de los grandes descubrimientos de la ciencia, como la penicilina o la radiación, sí fueron productos del azar, pero en la historia de los descubrimientos el azar no es estadísticamente significativo. 

            La pandemia nos ha recordado para bien cómo funciona la ciencia fuera de los libros y de las premiaciones. Durante casi un año hemos podido celebrar aciertos, desde tener el código genético del coronavirus hasta ver las vacunas aterrizar en el Jorge Chávez. Pero, a diferencia de nuestra visión impostada de la ciencia, los errores no han pasado desapercibidos. 

            Estamos redescubriendo cómo funciona la ciencia: un “unblackboxing” al que hace referencia la sociología aplicada a ella. Esta metáfora de Latour[1] hace alusión a las cajas negras de los procesadores, donde el usuario solo ve desde afuera los comandos de entrada y de salida, pero ignora los procesos internos.  Si reflexionamos sobre nuestra aplicación cotidiana de la ciencia y tecnología, nos daremos cuenta de que ignoramos realmente cómo funcionan las cosas. Sabemos cómo imprimir este artículo para leerlo, pero no tenemos idea de cómo funciona una impresora; sabemos qué pastilla tomar para el dolor de cabeza, pero desconocemos cómo la pastilla sabe a “dónde ir” para aliviarlo. 

      A algunos, conocer el drama épico que implica generar conocimiento científico –larguísimos procesos, burocráticos y llenos de desaciertos– los ha llevado a la desilusión. La pandemia nos ha dado una versión de la ciencia muy diferente a la que nos enseñaron en el colegio: no es un grupo de ideas abstractas alejadas de la realidad, ni está compuesta solo por momentos eureka. Ver los errores de la ciencia en los museos o en los libros es una cosa, pero verlos en las noticias, o peor aún, vivirlos en primera persona, es otra muy diferente.  

            No solo estamos viendo otra faceta de la ciencia, sino también de los científicos. Pocas veces hemos visto a la comunidad científica como realmente es: frenética, colaboradora, exhausta, debatiendo en las redes sociales tal como lo hace en las reuniones de departamento o en los comités de edición de las revistas.  Largas jornadas de laboratorio han confluido en la mayor cantidad de conocimiento posible, donde se incluye el que es acertado y el que es erróneo.  Hemos visto malinterpretación de data, a investigadores retractándose de artículos científicos, cambiosde estrategia, intentar nuevas terapias y dejar de probar algunos tratamientos. Todo en tiempo récord. 

            El avance del coronavirus ha llevado no a buscar la perfección en la publicación de las ideas, sino la rapidez. Esto se ha traducido en miles –tal vez millones– de prepublicaciones, es decir, información científica que se ha compartidosin pasar por el proceso de revisión de otros científicos. En un proceso de revisión por pares, las revistas suelen enviar los artículos científicos para que un pequeño grupo de expertos comente, revise o los rechace. Pero en el mundo de las prepublicaciones, esta revisión se asemeja más al modelo de la Wikipedia, donde miles de ojos funcionan como ente verificador. 

            Sumada a los miles de prepublicaciones que circulan en la web se encuentra una cantidad incalculable de data abierta compartida por las instituciones públicas y privadas. Estas iniciativas nos recuerdan lo positivo de los errores: evitar tropezar con la misma piedra. En una pandemia –y en la ciencia– vamos a realizar muchos errores, pero cometer el mismo error dos veces es inaceptable, y menos aún con dinero publico. 

            Es difícil ver a la ciencia como objetiva cuando el 85% de sus publicaciones[2] solo menciona sus resultados positivos. Desde diversos rincones de la academia han nacido iniciativas que promueven un cambio de mentalidad al respecto. Cada vez más científicos, universidades y agencias financiadoras abogan por hacerle espacio a los errores. ¿No salió el experimento? Publícalo, así no se volverá a probar que algo no funciona. 

            De este nuevo espacio para asumir los errores nacen revistas científicas que solo publican experimentos fallidostambién se premia la ciencia que bordea lo absurdo, y los departamentos hacen lugar en sus reuniones para compartir las equivocaciones. En Jugo de Caigua de cierta forma nos sumamos a esta visión del mundo cuando dejamos que nuestros suscriptores espíen nuestras reuniones de coordinación y conozcan nuestras ideas que nunca llegaron a ser columnas. 
Los errores no son eso que pasa entre los momentos eureka, no significan perder el tiempo: son todo lo contario. Son una manera de ahorrar tiempo, esfuerzo, y, sobre todo, dinero.   


[1] Bruno Latour (1999). Pandora’s hope: essays on the reality of science studies. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press. p. 304.

[2] Fanelli, D. Negative results are disappearing from most disciplines and countries. Scientometrics 90, 891–904 (2012). https://doi.org/10.1007/s11192-011-0494-7

1 comentario

  1. Ana Ibarra Pozada

    Buen artículo, aprender de los errores, en psicoanálisis lo que no se resuelve se repite, se aplica para relaciones de pareja, problemas con jefes/as, etc.

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