Gracias a mis estudiantes


Un auditorio demuestra que cuando hay diálogo empático, hay esperanza 


Ha ocurrido en varias oportunidades que algunas de mis columnas son escritas a manera de arco. Esto es, les cuento una primera parte en una semana y continúo con la idea al siguiente jueves. Originalmente, no había planeado que mi artículo de la semana pasada perteneciera a arco alguno. Yo solo estaba compartiendo mis inquietudes —casi angustias— de cara a un evento importante que estaba pronto a suceder: mi exposición en el CADE Universitario. Muchas personas, sin embargo, y así me lo hicieron saber, se quedaron con la curiosidad sobre lo que pasó ese día: ¿qué le dije a los estudiantes? ¿Se motivaron o no? O si finalmente tiré la toalla y envié alguna excusa por correo, una posibilidad que parecía probable el miércoles en la tarde. Todo salió bien, afortunadamente. Excelente, diría yo; gracias a la motivación de mis propios estudiantes de Ciencia Política. 

El objetivo, recordarán, era motivar a la juventud estudiantil participante —los cadeístas— a involucrarse en política de una manera más activa y a utilizar para su ciudadanía todas las herramientas disponibles. Sin embargo, aun cuando llamada a motivarles, yo estaba siendo presa de una desmotivación profunda, alimentada por nuestro escenario político, la (poca) calidad moral de nuestras autoridades y nuestra desidia colectiva. Así como compartí este sentimiento con ustedes el jueves pasado, también lo hice con mis estudiantes de Ciencia Política el día anterior al evento. Tan jóvenes como mi audiencia al día siguiente, durante todo el semestre ellos venían escuchándome motivarlos a participar e involucrarse en la vida política del país. La conversación fue interesante porque la gran pregunta era, claro está, ¿por qué de pronto la pistola motivadora de la profesora Noles Cotito se había quedado sin balas? Sobre todo, cuando el tema de mi ponencia no contradecía a lo que les había ofrecido durante todo el semestre.

Por lo tanto, escribo esta columna para contarle que, efectivamente, fui al CADE y que la exposición salió fenomenal. Luego de subir al escenario y pararme frente a poco más de 500 jóvenes y algunas cámaras, me tomó poco tiempo aclimatarme y sentirme como en un salón de clase un poquito más grande. Me presenté, hice alguna broma —de aquellas que solo a mi me dan risa, pero que me permiten entrar en papel— y luego me dediqué a hacer lo mío: a ser la profe Mariela. Aquella que no cree en el profe que solo locuta, sino en la construcción colectiva del conocimiento. Les pedí imaginar un escenario, lo mismo que le he pedido a ustedes más de una vez. En este caso, que piensen en el Perú del 2035 y en cómo se vería este país. Cómo actuarían sus autoridades. Qué valores sostendrían ese Perú y qué querrían para ese país de poco más allá de 10 años. Muchas intervenciones siguieron. Los jóvenes peruanos dicen querer un país ordenado y justo, sostenible y equitativo, libre y seguro, pacífico y donde se respete a las personas, honesto y solidario. Donde las autoridades sean eficientes, honestas y transparentes; donde las normas se respeten y todos seamos iguales. Qué rol, les pregunte luego, tienen en ese Perú del 2035. Y,  dado que nunca hay necesidad de irnos tan lejos, qué rol cumplen en el Perú del 2023. Y obviamente, esta fue una de las ideas fuerza. Ese Perú del 2035 —o el del 2023— lo construimos todos, no solo nuestras autoridades o “alguien más”. Un todos y todas que, obviamente, les incluye.

Seguí hacia mi segunda idea fuerza y, luego de algún otro ejercicio de imaginación en que pudimos comprobar que ellos y ellas tenían muchas más cosas en común que sus diferencias, les insté a mantener siempre la apertura para aprender de la persona que tienen al lado; especialmente si esta persona es “diferente”: si tiene una experiencia de vida distinta, o vive en otra región, o tiene una identidad cultural o una condición diferente. Esto es, que mantengan la apertura a aprender del y de la conciudadana. Finalmente, terminé mi charla con un llamado a la acción. No podemos hacer todo, pero podemos hacer algo, así que manos a la obra. Todo muy bonito y sentido. Incluso, me cantaron Happy birthday, lo cual fue tan inesperado como conmovedor.

Sin embargo, mi intención hoy no solo es contarle cómo salió todo, sino también hacer un poco de referencia al rol de los estudiantes en el “éxito” de un profesor. Por lo tanto, escribo esta columna para agradecer a mis estudiantes de Ciencia Política. Cada ciclo empiezo diciéndoles que yo aprendo tanto de ellos como ellos de mí, y sospecho que rara vez me creen o pueden dimensionar a qué me refiero. En el caso de los cursos de ciencias sociales, como sospecho que también ocurre con otras ciencias, las preguntas inquisitivas —las verdaderas curiosidades— nos fuerzan a reexaminar constantemente aquello que “sabemos” o que damos por sentado y eso, para un profesor que hace investigación, es mayúsculo. 

Conversando con mis estudiantes el miércoles, y luego de escucharme cuestionar mi propia habilidad para “motivar” estudiantes diversos y que no conozco personalmente, mis alumnitos —como les llamo cuando me refiero a ellos con alguien más— me respondieron con mensajes empáticos y compasivos. Incluso, una alumna me dijo: “Profesora, no se preocupe por motivarlos, solo vaya y haga lo que hace con nosotros”. Otro agregó, incluso, algo así como: “Piense que está entrando a nuestro salón”. 

Hay muchas habilidades que buscamos desarrollar en clase. Análisis y lectura crítica, herramientas de debate, habilidades para la escritura persuasiva, además de diversas herramientas para el análisis político de la realidad nacional. En mi caso, además, busco apoyarles en la construcción de habilidades blandas relativas a la empatía, el respeto a la humanidad del otro y sus experiencias. Entre las habilidades profesionales que también buscamos desarrollar, hay una que solemos plantear en negativo: está prohibido plagiar. Me doy cuenta ahora, que esta columna me permite recurrir a ella desde su plano positivo: dar el crédito a quien le corresponde. El miércoles, y aunque no es su trabajo, mis estudiantes me sostuvieron y, desde su propia experiencia de ser mis alumnos,  renovaron mi confianza para ir a trabajar con sus pares y ofrecerles la misma experiencia que ellos ya han venido recibiendo desde marzo y que, al parecer, hasta ese momento, yo no veía cómo condensar en 15 minutos. 

El trabajo difícil no lo hace una sola persona, así como el país no se sostiene solo con los políticos. Todos sumamos con nuestras pequeñas acciones para un mejor resultado y para un mejor Perú. Sosteniéndonos, apoyándonos, y no pensando solo en nosotros, sino poniéndonos en el lugar del otro y pensando en sus necesidades podemos lograr grandes cosas. Me encanta que en lo grande, y en lo pequeño, mis alumnitos ya lo van descubriendo. Seguiremos entonces en el camino de trasladar esto a la sociedad. 


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2 comentarios

  1. José Octavio Ugaz La Rosa

    Enhorabuena Mariela. Orgulloso de ti y de lo que estás haciendo. ¡Feliz día Maestra!

  2. Ximena

    ¡Profe, muchas gracias por todo! Es una excelente profesora 🙂

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