¿Votar o no votar?


Una duda que Shakespeare no tuvo


Esta semana recibí una llamada del Consulado General del Perú en Reino Unido. Me informaron que la votación del 11 de abril se va a llevar a cabo en el lugar de costumbre y querían confirmar si puedo ser voluntaria para participar en mi mesa de sufragio. Los funcionarios del Consulado saben que soy una entusiasta de los procesos electorales y me llaman cuando los miembros de mesa no pueden acudir. Como las mesas son tan pocas, llaman por teléfono a los sorteados por la ONPE para averiguar si se van a presentar y si dicen que no, buscan a quienes puedan suplirlos. Es comprensible que muchos no acudan: la votación es en el centro de Londres y llegar puede ser costoso y difícil; este año más todavía con las restricciones por la pandemia.

Yo me dedico a estudiar elecciones. Las observo en el pasado, escudriñando los detalles de cómo se llevaban a cabo en el siglo XIX, y las observo en el presente, no solo en el Perú, sino también en el Reino Unido; en Estados Unidos, donde también viví; en casi todos los países latinoamericanos y en varios europeos, asiáticos y africanos.  Me fascina anotar las diferencias entre unas y otras, cómo van cambiando en el tiempo, cuáles son las tendencias, las sorpresas, las novedades y las continuidades. 

Y cuando es hora de votar no hay comicios que me pierda, a menos que sea realmente por un tema de fuerza mayor. Así ocurrió durante los primeros años que viví fuera porque seguía registrada en Lima, pero cuando me di cuenta de que era imperativo actualizar la dirección me puse las pilas y me aseguré mi derecho al voto. Uno de mis recuerdos mas entrañables es de la vez que voté en Estados Unidos y manejé por dos horas para llegar a la ciudad donde estaba el Consulado.  Me acompañaba un chico peruano que votaba por primera vez.

Eso ocurrió en el 2006 y las opciones no eran las mejores. Recuerdo haber hecho entonces un recuento de las primeras elecciones en las que pude votar, las de noviembre de 1992 para el Congreso Constituyente Democrático. En 1990 no había podido votar porque cerraron el registro electoral quince días antes de mi cumpleaños y bastaron esos casi tres años para que asomara la primera señal del descalabro de los partidos en el Perú: no olvido que se podía decidir entre el partido con el símbolo de Batman y el del reloj. Igual voté con entusiasmo, a pesar de que aquel proceso adolecía de toda clase de limitaciones. El CCD terminó aprobando –en mi opinión– una constitución problemática, pero los representantes por los que voté hicieron un buen papel en la búsqueda de justicia en el caso de La Cantuta, y eso para mí significó bastante.

Las elecciones que más me impactaron fueron las del año 2000. Estaba de regreso en Lima y trabajaba de manera temporal en la Biblioteca del Congreso. Allí conocí a la persona que lideró el proyecto de conseguir firmas falsas para Fujimori. Un día me habló en el pasillo sobre un viaje proselitista a Iquitos, y al día siguiente su rostro estaba en la primera plana de El Comercio. Ese año fui de marcha en marcha, me uní a Transparencia como observadora y me llegaron a amenazar por teléfono. Lo único que lograron fue que tuviera más ganas de votar y de participar.

Solo dos veces he votado por la persona que salió elegida presidente y las dos veces terminé decepcionada, porque resultaron ser tan corruptos como sus predecesores y los cambios que implementaron fueron tímidos, por decir lo menos. He perdido amistados por decir por quién pienso votar, pero nunca he tratado de hacer que nadie cambie su opinión. Cada uno sabe por quién vota y por qué. La mayoría de las veces he votado sin entusiasmo y con poca convicción, pero siempre he tenido la certeza de que mi voto importa, sobre todo en el Congreso.

Estas elecciones nos enfrentan a una peor oferta electoral, en medio de una pandemia global y agotados de tanta corrupción e ineficiencia. Por primera vez votaré por representantes para el distrito electoral de peruanos en el exterior y espero que mi voto sirva para llevar a gente valiosa al parlamento. La batalla por el sillón presidencial parece un juego de carambola pero, aun así, votaré con convicción por la misma candidata por la que voté en el 2016 y espero que esta vez acceda a la segunda vuelta.

Como dice mi amigo, el escritor Gunter Silva, con quien compartí horas en una mesa de sufragio en enero de 2020: “Recuerden la historia de la hormiga que, por odio a la cucaracha, votó por el insecticida. Murieron todos, hasta el grillo que no votó”.

1 comentario

  1. Maria Isabel Sobrevilla

    Me gusto, y siempre tengo presente tu interés por las eleccciones

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