Tres pitucas debaten


Recreación (corregida y exagerada) de una conversación oída al vuelo sobre el restaurante Central


—¿En serio no te acuerdas de Pía en los recreos? —se asombra la anfitriona—. Ya estás mal, tú…
—Justo hoy salió en las noticias… ¿o fue ayer? —la amiga ejecutiva duda— Le preguntaron en una transmisión en vivo por qué en Central no sirven salchipapas.

—La gente se pasa, oye… 

—¿Y qué respondió? —se interesa la amiga antropóloga.

—Que ellos no hacen cocina peruana tradicional, pero que sí usan 100 % ingredientes peruanos.

—Es verdad. Me consta.

—¡Cómo! ¡¿Has ido?! 

—¿Qué te asombra? —ríe la antropóloga— ¿Que una roja vaya a un restaurante pituco, o que haya hecho mi reserva desde un iPhone?

—¡No, sonsa! Es que tú nunca vas a donde revienta el cohete.

—Fue hace tiempo, cuando recién empezaba su fama… hoy debe ser imposible encontrar reserva.

—Como experiencia me pareció interesante… —tercia la ejecutiva— pero no es mi restaurante favorito.

—Que cada quien gaste su plata como le salga del forro —reclama la anfitriona—. Lo que a mí me revienta es ese deporte peruano de linchar a los que les va bien. ¡Un restaurante de aquí llega a número uno del mundo y salen en mancha a joderlo!

—A la gente le gusta llamar la atención —opina la ejecutiva.

—Y este país es muy complejo… —la antropóloga coge un trozo de queso. 

—Que si es muy caro y somos un país pobre… que si le paga poco a sus empleados… aburren, ya.

—Yo no sé nada del derecho de piso en ese tipo de restaurantes —reconoce la antropóloga—, pero parece que cuando arrancaron tenían un tema con la licencia de funcionamiento.

—Como tú dices, este es un país complejo— interviene la ejecutiva—. Central ha competido con restaurantes de todo el mundo, pero ya quiero ver a esos restaurantes hacer empresa en el Perú. Aquí la formalidad es cuesta arriba. 

—¡Encima, es el número uno con desventaja! —se entusiasma la anfitriona.

—Pero ser peruano te da otras ventajas —sonríe la antropóloga—, somos un país bendecido.

—Eso es cierto para marketearse —la ejecutiva coge su copa—. Nuestra diversidad geográfica y cultural hace más fácil armar un cuento bonito. “Relato” le dicen ahora, ¿no?

—Eso mismo, lo que paga la gente en Central es una historia. Por diez soles te comes una salchipapa en cualquier lado, pero por mil soles asistes a una puesta en escena.

—¡Exacto! —la anfitriona resplandece—. Están comparando a la feria artesanal de La Marina con el MoMa.  

—Te pasas, oye… —la antropóloga ríe—. Pero sí, son experiencias que no se pueden comparar. 

—A mí me da gusto que por fin una noticia sobre el Perú sea positiva —la ejecutiva carraspea—. No solo confirma que somos un destino gastronómico, sino que da señales de que el país vuelve a la normalidad y que el turismo puede regresar.

—¿Pero qué “normalidad” es esa? Perdóname, pero ahí sí me pongo crítica…

—¿Más vinito, chicas?

—Mira —retoma la antropóloga—, es verdad que criticar los precios de Central es demagogo. ¡La mayoría de peruanos tampoco pueden pagarse un viaje a Machu Picchu y nadie critica que esté lleno de extranjeros! Ni Virgilio ni Pía tienen la culpa de la desigualdad estructural de nuestro país.

—Pero tus colegas pueden decir que se aprovechan de ella… —la anfitriona continúa escanciando.

—Esos serán mis colegas idiotas. Mira, en primer lugar, podemos criticarle a la lista su método y cómo se usa el lobby para privilegiar a ciertos restaurantes, pero todos los aspirantes han jugado bajo las mismas reglas, y Central ha ganado. Bien por ellos. Y, en segundo lugar, en todo país hay un espacio para el lujo y para gente que quiera pagarlo. ¿Tú crees que mi prima Paola en Madrid va a pagarse el Central de España? No, pues. ¿Sabes qué es lo que indigna en el fondo, me parece?

—A ver.

—El tema no es que aquí haya gente rica y gente pobre: el problema se da cuando la diferencia es encandalosa y está tan normalizada, que nadie hace reformas para cambiar eso.

—Bien dicho, flaca —la ejecutiva choca su copa—. En vez de joder a Central por sus precios, deberíamos estar jodiendo a nuestros políticos para que mejoren la educación, para que desarmen a las mafias del transporte, para que alienten la formalidad…

—Cuidado, que estás hablando como caviar, ja…

—Ah, no —la anfitriona se sirve otra copa—. Esta casa se respeta. 

—Pero sí hay algo que me parece sorprendente de todo este tema y que no se está discutiendo.

—Suelta.

— En esa lista de 50 top del mundo, Lima es la ciudad con más restaurantes. ¡Cuatro! Creo que París le sigue con tres. ¿Tú te acuerdas cuando éramos chibolas y los restaurantes más fichos de aquí se afrancesaban? ¡Hasta Gastón tuvo su etapa! 

—¡El primer Astrid & Gastón! —la anfitriona se emociona—. Ahí me pidió Lucho…

—Y después pasó que Bernardo y Cucho y el mismo Gastón vieron que el camino era por otro lado. Quizá este haya sido el único esfuerzo nacional que los peruanos hemos sostenido durante años y hemos vivido para ver los efectos reales. Mira… basta cualquier cosa para resaltar nuestra desigualdad y para que salten los memes, pero eso no nos puede hacer olvidar los méritos. 

—Los privados y el Estado remando en la misma dirección —apunta la ejecutiva.

—En una misma “buena” dirección, dirás —acota la antropóloga—, porque ahora mismo hay privados y funcionarios del Estado que se han asociado en varios negociados.

—Tú sabes que me refiero a políticas públicas, no seas chinche, tampoco.

—Ya, ya… me callo, entonces.

—¿Quieren más pizza? —pregunta la anfitriona—. Le digo a Charito que caliente la otra…

—¿Pero no es muy tarde? —la antropóloga mira su celular—. Ya son las doce.

—Tranqui, que ella se acuesta más tarde que yo.


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2 comentarios

  1. Jorge Iván Pérez Silva

    El problema no son los precios de Central, sino los horarios de Charito.

    • Gustavo Rodriguez

      En el fondo, fondo… sí.
      Un abrazo.

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