Tarjeta roja por toser


Con el aumento de contagios de COVID-19 toser ha pasado de ser algo cotidiano a convertirse en un mensaje de alerta que nos recuerda que estamos expuestos al virus en casi cualquier situación.


Estás en la cola del supermercado y, mientras esperas tu turno, la persona que está delante de ti —y lleva mal puesta la mascarilla— tose. O se la baja para hacerlo. Y tú, que estás a un metro de distancia, de inmediato te autodiagnosticas con COVID-19. 

            Pero ¿por qué esa persona tose? ¿No sabe que está prohibido? Lo cierto es que tose porque todos lo hacemos, no solo por el virus del SARS-CoV-2, que produce el coronavirus, sino también por otros más comunes como el de la influenza o el rinovirus. O porque tenemos una partícula de polvo en la garganta o porque un arrocito se fue por el canal que no debía. A diferencia de un estornudo, nuestro cerebro se demora unos segundos antes de toser, los suficientes como para buscar un pañuelo, alzar el codo o alejarnos de las personas que están cerca de nosotros.

            Como indican los estudios, toser es un reflejo de nuestro cuerpo. La presencia de cualquier objeto extraño en nuestra laringe estimula las terminaciones nerviosas que se encuentran en nuestras vías respiratorias mandando una señal al cerebro, que prepara los músculos del diafragma para tomar aire y cerrar nuestra garganta. Esta acción eleva la presión en el pecho causando, finalmente, la expulsión violenta de miles de partículas que salen de nuestro cuerpo a 80 kilómetros por hora. 

            A veces, la tos viene con sorpresa: una sustancia verde que, aunque luzca asquerosa, nos indica que nuestro sistema inmune se está defendiendo de algún patógeno o inflamación. Estas viscosidades se producen con el objetivo de atrapar los virus y bacterias que estén en las vías respiratorias, haciendo más fácil expulsarlas mediante la tos. 

            Mientras pueda, nuestro cuerpo va a intentar sacar los patógenos de la garganta para evitar que estos llegan a los pulmones, donde se produce el paso de oxígeno a la sangre. Sin embargo, no todos los patógenos necesitan llegar hasta los pulmones para infectar el organismo: el virus del SARS-CoV-2 se une al receptor ACE2, que se encuentra tanto en las células de nuestra garganta como en la de nuestros pulmones. En los casos más severos de COVID-19, los pacientes ven comprometida su capacidad respiratoria por la presencia del virus y una sobrerrespuesta del sistema inmune. 

            Los virus también se benefician con nuestra tos porque, al no poder replicarse por sí mismos, necesitan un vehículo para llegar a seres vivos no infectados (que pueden ser personas, animales, plantas o bacterias). Al toser, nos convertimos en una catapulta que expulsa alrededor de 3.000 partículas de virus que viajan en gotas de saliva, atrapadas en moco o en gotas muy pequeñas llamadas aerosoles, que pueden quedarse suspendidas en el aire por cierto tiempo, especialmente en ambientes cerrados.

            Algunos de estos virus embalados podrían aterrizar en otras personas (como tú esperando en la cola del supermercado), o en algunas superficies como manijas o los botones del ascensor, que solemos tocar sin darnos cuenta. Los patógenos que expulsamos al toser tienen un rango de alcance de aproximadamente dos metros. También tienen una “hora de caducidad”, que depende de la temperatura, la humedad, el tipo de superficie donde se posen, y más. Por esto, para prevenir contagios de coronavirus, se recomienda mantener las distancias y tratar de estar siempre en espacios abiertos, donde el flujo de aire contribuye a la rápida evaporación de las gotas de saliva que podrían contener el virus.

            La tos es un reflejo nervioso de nuestro cuerpo, pero alejarse de alguien que tose es un mecanismo de sobrevivencia. Aunque extrañemos el contacto y los abrazos, el miedo a la cercanía se ha convertido en nuestra mejor defensa para evitar el rango de alcance de cualquier tos intempestiva. El SARS-CoV-2 no es el único patógeno que nos amenaza, pero sí el que tenemos más presente. Muchas de las acciones que antes considerábamos aceptables provocan ahora rechazo. Toser se ha convertido en un estigma social traducido en mensajes como “no ingrese a este establecimiento si tiene tos”, o incluso en medidas llamativas como la tomada por la Liga de Fútbol Inglesa, que prohibirá toser intencionalmente en los partidos de futbol. 

            Detener ese aluvión con nuestro codo puede ganarnos el perdón del árbitro social que desde hace unos meses habita en todos nosotros.


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