Rehén voluntario


Un libro fundamental ya no se encuentra en las librerías


Juan Julio Wicht fue un sacerdote jesuita, economista y docente de la Universidad del Pacífico. A lo largo de su vida destacó por su involucramiento en la cosa pública, participando en foros y publicaciones sobre temas de desarrollo desde su mirada anclada en la fe y en la academia. Pero quizás el motivo por el que sea más recordado es haber sido uno de los 72 rehenes del grupo terrorista MRTA en la casa del embajador de Japón en Lima, de diciembre de 1996 a abril de 1997. Fue el único que decidió permanecer allí de forma voluntaria hasta que la crisis terminara, pese a que le ofrecieron la libertad en más de una oportunidad.

Producto de esta experiencia, el padre Witch publicó su testimonio con ayuda del periodista Luis Rey de Castro: Rehén voluntario. 126 días en la residencia del Embajador de Japón (Alfaguara, 1998). El libro no tiene pierde, casi que se lee de un tirón. Es un detallado recuento de la vida cotidiana en cautiverio, la interacción con los terroristas, las reflexiones y angustias que vivían los rehenes, privados de la libertad y sin saber qué pasaría con ellos. Está muy bien escrito, es sobrio y certero en sus descripciones y valoraciones, y sincero en cuanto a los sentimientos y el sufrimiento que vivían como rehenes. Les comparto algunos fragmentos de este importante trabajo:

“Desde el punto en que estoy, todavía echado en el suelo, advierto la palidez de algunos altos oficiales, de los políticos, y también de los embajadores y diplomáticos. Son los primeros en ser llamados. Su preocupación es explicable, por cierto: saben muy bien de lo que es capaz la violencia subversiva, y saben que ellos pueden ser el primer blanco, si los terroristas resuelven asesinar”.

“Casi todos los rehenes hemos perdido varios kilos de peso durante el cautiverio. El desayuno, rutina aburrida y amable, consiste en un poco de té o de café que nos hacemos con el agua de los termos, un trozo de pan, algunas galletas. (…) Estoy a punto de llevarme a la boca una rebanada de pan, pero pronto me doy cuenta de que esa misma rebanada ha servido ya para el desayuno de las ratas. La echo en un basurero y busco cuidadosamente otro pedazo de pan que no haya sido roído”.

“Siento miedo de morir. Puede ser mañana. Quizás, pasado mañana, o dentro de una semana. Morir o quedar mutilado… Rodeado por centenares de personas tiradas por el suelo, que en cualquier momento podemos estar cubiertos de sangre y agonizando, y que ahora tratamos de encontrar el precario consuelo del sueño como un paréntesis a nuestra angustia interior. Creo que todos nos sentimos muy solos, aunque cada uno procura animarse y animar a los demás”.

“Poco después del mediodía Cerpa anuncia que va a haber una numerosa liberación de rehenes. Yo ya he tomado mi decisión mientras celebraba la misa: si me liberan, me quedo. Todavía me veo en la oscuridad, con miedo y mucha tristeza, pero las palabras de la consagración en la misa, las que dijo Jesús en su pasión voluntariamente aceptada, me han llegado muy hondo. Para esto fui ordenado sacerdote. Si mi nombre está en la lista de los que salen, pero hay otros que van a seguir cautivos, yo me quedo con ellos. (..) Al llegar a la letra W escucho mi nombre. Entonces me adelanto y con voz fuerte —porque estoy en el hall de los altos— le digo a Cerpa: 

—Soy sacerdote. ¿Puedo quedarme? Mientras haya otros rehenes, quiero quedarme con los que estén aquí.

Cerpa está totalmente sorprendido. Hay algunos segundos de silencio.

—¡Si quiere quedarse, quédese!

En ese momento estalla un aplauso de todos los rehenes que me llega al alma, y en medio de sus abrazos me parece sentir el abrazo de Dios. Recién en ese momento siento dentro de mí un rayo de luz y de paz: Dios quiere que me quede”. 

“Nunca, en nuestro interminable encierro, pudimos verdaderamente dialogar con nuestros captores sobre el fondo de sus ideas, su doctrina política, sus propuestas de reformas o de gobierno. Cada vez que intentamos hacerlo vimos que se sentían incómodos. No pueden explicar en qué creen. Sus respuestas son afirmaciones dogmáticas, frases prefabricadas que no pueden razonar, pequeños textos aprendidos de un libreto repetido, quizás durante años, por sus comandantes”.

“Poco después de medio día, la Cruz Roja me trajo un gran paquete de cartas, mensajes, postales, saludos y felicitaciones con un dato en común: este 18 de abril todos mis parientes y multitud de amigos me recordaban, deseándome pronta libertad. Fue conmovedor recibir tantos y tan cálidos mensajes. (…) Los leí todos… varias veces. Cuatro días después, el fuego iba a devorar todos los mensajes”.

Lamentablemente, el libro no se consigue en librerías. Lo leí en su momento gracias a la biblioteca de mi mamá, y hace pocos días encontré casi de milagro un ejemplar en el campo ferial de Amazonas. Sé que hay otro ejemplar en la librería Cultura Peruana de Miraflores, y eso es. La primera y única edición de Alfaguara hace años que está agotada en las librerías de la ciudad.

En estos días que se conmemora la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, sería bueno que reflexionemos sobre la necesidad de evitar que otros importantes trabajos de memoria histórica sobre la época del terrorismo se pierdan en el tiempo. Este, sin duda, es uno de esos trabajos que deben recuperarse. 

Además de ser una fuente importantísima para entender a profundidad este episodio de nuestra historia reciente, el ejemplo de servicio y entrega a los demás del padre Wicht inspira y conmueve, y resulta particularmente relevante de ser recordado en momentos de crisis moral como este en que nos encontramos como país. Existen personas buenas y justas, y el país puede contar con ellos para hacer la diferencia en los momentos más dramáticos. Ojalá la Universidad del Pacífico o la Compañía de Jesús — instituciones a las que Wicht dedicó su tiempo y talento— impulsen la reedición de este libro fundamental. 


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1 comentario

  1. Sylvia Martijena de Rogers

    Excelente y muy educativo, este episodio del secuestro de la Embajada de Japón, no lo sabía. Gracias.

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