Mi abuela, mi madre, mis hijas


Recuerdos y conmociones tras leer “Ser mujer en el Perú”


Cuando mi abuela materna aún era joven y tuvo su tercer hijo después de haber enviudado, le tocó sorber uno de los tragos más desagradables de su vida: su padre y el médico que la trataba acordaron a sus espaldas que sería esterilizada. Según mi madre, mi abuela jamás perdonó a su padre. Cumplió sus labores de hija, como era de esperar, pero la herida de esa mutilación en su organismo y en su facultad de decidir sobre su vida jamás se cerró. 

Mi madre también me contó que cuando era niña y sufría de continuos dolores de cabeza, mi abuela la llevó a un médico. El especialista recomendó que mi madre abandonara la escuela para no empeorar las cefaleas y, para reforzar su consejo, le hizo notar a mi abuela lo bonita que era su hija y lo fácil que le sería encontrar esposo. Lamentablemente, mi abuela le hizo caso y mi madre fue otro leño en esa caldera de hombres cultivados que se arrogan el poder de decidir sobre las mujeres.

En la época en que escuché estas historias era un muchacho que atendía más los hechos que sus implicancias. Es decir, era consciente de la injusticia particular que unos hombres identificables habían ejercido contra dos mujeres que amaba, pero faltaba mucho para que empezara a entender que esas disposiones eran parte de una milenaria red, entrecruzada a todo nivel por creencias, prejuicios, leyes y conductas normalizadas, que forman lo que hoy conocemos como sistema patriarcal. Faltaba un tiempo, en suma, para que los fenómenos de inequidad de género que ya se estudiaban en la Academia se deslizaran hacia la discusión cotidiana. Como parte de ese proceso, el año 2009 Sandro Venturo y quien escribe nos atrevimos a publicar Ampay Mujer, un libro que buscaba retratar un perfil de la mujer peruana basado en estadísticas e investigaciones de la época. Hoy he tenido la enorme satisfacción de leer otro libro en clave de divulgación que ha afinado mucho más la mira con el firme pulso de dos personas que admiro: Hugo Ñopo, un economista y matemático cuya tesis doctoral abordó la metodología para medir las brechas de género, y Josefina Miró Quesada Gayoso, abogada e investigadora en derecho penal, derechos humanos, criminología y género, que fue responsable en su momento de aquel valioso videoblog llamado Estamos hartas.

En Ser mujer en el Perú –así se llama el libro publicado por Planeta– Josefina y Hugo nos brindan un panorama de la disparidad que enfrentarán las niñas que nacen en nuestro país con cifras actualizadas y se animan a compartir hipótesis sobre sus causas y consecuencias sociales y económicas. Aferrados a su cubierta, cruzamos el océano de la violencia basada en género y recalamos en varios puertos: el trabajo, la educación, la justicia, los hogares, la política y hasta el Covid-19. 

Leerlo es actualizar nuestras alarmas y darnos cuenta de que si bien las primeras planas están teñidas con la sangre del feminicidio, los caminos que conducen a esa sangre son perversos debido a su camuflaje en nuestras costumbres domésticas. ¿Cómo fue posible, por ejemplo, que hasta 1984 una mujer en nuestro país requiriera el consentimiento de su esposo si quería trabajar? ¿Cómo pude habitar yo ese mundo sin darme cuenta? ¿Qué otras inequidades dejamos pasar hoy mismo, ante nuestros ojos, de tan naturalizadas que están?

La telaraña patriarcal es sólida debido a la fuerza secular de la costumbre, pero es innegable que se encuentra en un prolongado –­aunque difícil­– desmontaje. Hoy no imagino a un profesional sugiriéndome que esterilice a mis hijas sin su consentimiento –aunque hace solo 25 años se realizó una práctica análoga en el que las víctimas del Estado fueron pobres y de origen rural–, pero aun siendo ciudadanas integradas al primer mundo, ellas enfrentan el riesgo de ser violentadas, atacadas si es que alzan la voz, y de tener que trabajar muchas más horas que sus pares varones si es que quieren ganar lo mismo. Cuando eran niñas jugaban con muñecas y no recuerdo que su madre y yo se las impusiéramos. ¿Y si lo hicimos de manera inconsciente? ¿Y si fuimos parte de esa muda correntada que a los varones les distribuye juguetes para explorar el universo y a las mujeres utensilios para cuidar la casa? 
¿Y si su poco gusto por las ciencias y las matemáticas fue consecuencia de un sesgo en el que cooperó la escuela que les escogimos? Las carreras mejor pagadas son las de ciencias y tecnología, mayoritariamente estudiadas por hombres, y son los hombres a quienes más les inculcan estas materias en la escuela. ¿No prefiguré, tal vez, el salario de mis hijas con la invisible aquiescencia de toda una sociedad?

Estas inquietudes me han brotado solo durante el capítulo dedicado a las diferencias laborales. Imagínese usted la inundacion total. Dicho esto, la única crítica que podría hacerle a este libro es de índole contrafáctico: que no se haya publicado hace tres décadas.  

De todo corazón, espero que sus conclusiones acompañen la discusión sobre nuestras políticas públicas, y ruego también alcanzar a ver sus frutos en la generación de mis posibles nietas. Quién sabe si mi abuela y mi madre, atomizadas en las arterias de su descendencia, asentirán conmovidas. 

7 comentarios

  1. Paul Naiza

    Interesante reflexión Gustavo. Cada sábado se aprende con tus jugos.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Paul. Generoso como siempre.

  2. Ana Camino

    Realmente un punto de vista muy interesante sobre la situación de las mujeres en el Perú, ojalá empiecen a cambiar.

  3. Julie

    Que hermoso, aunque no nací en Perú soy hija de esta cultura latinoamericana, me conmovió hasta las lágrimas leerte.

  4. Clara Indacochea

    El primer día que asistí I a la universidad, el profesor de la 1ra hora me miró y dijo que había equivocado de aula, que está era geología y al frente estaba enfermería, en la 2da hora el profesor me envió a cocinar pues las mujeres no podían estudiar ingeniería, el de la 3ra hora, me dijo que si quería me quedaba pero igual esta jalada, el de la 4ta hora me sacó de clases, las mujeres están para tener hijos y atender al marido no para estudiar ingeniería y me dijo que no quería verme la próxima clase. La carrera era de 5 años, la terminé en 7, no recuerdo las veces que me hicieron propuestas sexuales para aprobar el curso, ni cuantas madrugadas pasara estudiando con mis compañeros pero igual me jalaba mientras ellos aprobaban, desarrolle una escucha selectiva para filtrar las palabrotas, los insultos, lo de ninfomana porque andaba con hombres (claro si tenía 30 compañeros varones y yo era la única mujer). En mi primer trabajo, al esperar la movilidad para ir al campamento, una secretaria me preguntó qué profesión tenía y al contestarle que ingeniera, socarronamente replicó Mentirosa, las mujeres no tienen cabeza para las matemáticas. He trabajado en campo, enseñado en universidad, nunca deje de capacitarme y aprender. La remuneración? Pues igual que todas, trabajar el doble o triple para que te califiquen como normal y si reclamaba porque otra vaga tenía mejor evaluación, me contestaban que ella se dejó y yo no. Mi vida profesional fue muy dura pero muy rica de experiencias, jamás cedí en mis principios, en mi lucha del día a día a que me llamen por mi título profesional. Después de mas de 30 años de trabajo prrofesional, aún veo con gran pena e impotencia que las cosas no han cambiado ni para las niñas, las jóvenes, ni para las mujeres de las aún llamadas «profesiones de hombres»

  5. Jessica M

    Gustavo,

    Me dió mucho gusto leer tu articulo. Estoy feliz que en Perú ya exista una ola del depertar hacia lo femenino, sin atacar a lo masculino claro está. Machismo y masculino no es lo mismo. El machismo es el resultado del sistema patriacardo, caracterisco de una epoca que felizmente ya está acabandose.

  6. Milagros Echecopar

    Cómo hacer para que los mensajes centrales de trabajos como ese tengan mayor divulgación, salgan del mundo académico y de los círculos de quienes naturalmente ya se interesan por el tema?

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