Los libros que perdí


Reflexiones en medio de una cacería de libros agotados en nuestra ciudad


Como lector, uno tiende a pensar que los libros que uno quiere leer siempre estarán esperándolo en las librerías. Lamentablemente, esto no es así. Ya sea por el paso del tiempo, por tirajes pequeños, o vaya a saber dios la razón, hay libros que no se encuentran más a la venta y encontrarlos se vuelven toda una odisea.

Este año me ha pasado con cuatro libros. Los he buscado en las librerías de confianza, como El Virrey o Sur; en Buscalibre, en páginas de Facebook de libros de segunda mano, en el entrañable Quilca y, recientemente, en la Feria Internacional del Libro. Todo este esfuerzo ha permitido que encuentre dos, pero los otros dos se mantienen esquivos.

Uno de los que encontré es El mundo es ancho y ajeno, una de las grandes omisiones entre mis lecturas de adolescente. A algunos les resultará una sorpresa, pero, pese a lo conocido de la obra —podría decirse que es parte de nuestro canon literario nacional—, la novela de Ciro Alegría casi no se encuentra en las repisas de las librerías. Mejor suerte tienen Los perros hambrientos y La serpiente de oro, pero, inexplicablemente, El mundo es ancho y ajeno ha resultado ser también esquivo. Finalmente lo conseguí en una edición feúca que sacó El Comercio hace algunos años y que había sobrevivido como saldo en una librería miraflorina. 

El segundo libro que encontré fue Treinta y cinco lecciones de biología (y tres crónicas didácticas), de Eduardo Chirinos. En realidad, quien buscaba el poemario era un amigo de la maestría que estoy cursando, pero luego de acompañarlo en una infructuosa búsqueda por esas librerías maravillosas que se esconden en el centro de Lima alrededor de Quilca, quedé contagiado con su obsesión. En el Perú, el libro fue editado una sola vez por la Universidad Católica Sede Sapientiae en 2015, con un tiraje de 500 ejemplares. Previamente había sido publicado por la editorial Valparaíso, en España, en 2013, pero esa edición no llegó a nuestro país. Luego de una ardua búsqueda, encontré un ejemplar solitario en una inesperada librería en El Polo, y los amigos de El Virrey lograron encontrar un segundo libro en sus almacenes.

Sin embargo, no logro todavía el desempate, porque hay dos que siguen escapándose de mí. Uno de ellos fue de los primeros libros “para grandes” que leí: Rehén voluntario, publicado por Alfaguara en 1998. El libro es el testimonio del padre Juan Wicht dentro de la residencia del embajador de Japón cuando fuera tomada por el grupo terrorista MRTA. Lo recuerdo como un relato ágil, emocionante y con mucha información valiosa. Creo que es lo mejor que se ha escrito sobre ese episodio de nuestra historia reciente, pero el paso del tiempo y la falta de reediciones ha hecho que el libro solo quede en el recuerdo. El ejemplar que leí todavía debe estar en alguna repisa de la biblioteca de mi madre, pero yo buscaba una copia para poder prestárselo a varios interesados. Independientemente de si lograré conseguirlo, creo que El Lugar de la Memoria —o alguna universidad— debería animarse a intentar una reimpresión, pues es un aporte muy valioso a nuestra memoria histórica sobre el periodo de violencia.

Finalmente, sigo en la búsqueda de El pez que aprendió a caminar, de Claudia Ulloa Donoso. Una profesora de la maestría de Escritura Creativa que llevo en la PUCP lo recomendó con entusiasmo y se trata, justamente, del único libro de la autora peruana que ha desaparecido de los estantes. Confieso que este es el caso que más me desconcierta, pues recuerdo haberlo visto en librerías en varias oportunidades. El libro es de 2006, y tuvo incluso una reedición en 2013, ambas veces con Estruendomudo. Pronto iré donde los libreros del campo ferial de Amazonas para ver si allá tengo mejor suerte.

Hay algo de sobrecogedor en la idea de que un libro pueda desaparecer así, luego de haberlo visto en varias oportunidades en diversas visitas a librerías de la ciudad. Uno tiende a creer que estará ahí para siempre, pero las dinámicas del mercado nos muestran lo contrario; especialmente en mercados pequeños y precarios, como el de libros en el Perú. Esta constatación termina generando un gran argumento más a favor de la existencia de bibliotecas públicas: ahí los libros te esperarán siempre, indiferentes a la dinámica de la oferta y la demanda. De hecho, los cuatro libros que busco están en la Biblioteca Nacional, gracias al depósito de ley. 

Este argumento se suma a otros ya conocidos a favor de la biblioteca pública: democratización en el acceso al libro, garantía de bibliodiversidad, promoción de la lectura, generación de espacios educativos y de convivencia seguros, etc. Pese a toda la evidencia que existe al respecto, lamentablemente encontrar autoridades en altos cargos que estén realmente comprometidas con esta causa termina siendo más difícil y frustrante que encontrar un libro descatalogado.


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