Los incas, más interesantes que nunca


Una muestra impresionante nos acerca a una fascinante civilización que hemos simplificado


En el Perú, los incas ocupan un espacio que ronda el mito, y esto se ha visto reforzado desde que el mundo nos considera el epicentro de la civilización que regía los Andes cuando los españoles llegaron en 1532.

Mientras nos acercarnos a los 500 años de la conquista del Tawantinsuyo, la nueva muestra del Museo de Arte de Lima —Los Incas. Más allá de un imperio—, nos acerca de manera sobresaliente a esta cultura que aún sobrevive en el Perú. La exposición nos entrega un compendio de todo el conocimiento sobre los incas que se ha acumulado hasta el momento, combinando las investigaciones de los últimos cincuenta años y haciéndolas accesibles a un público más amplio. Un ejemplo es la compleja teoría de los ceques, desarrollada por Tom Zuidema en la década de 1960, sobre el uso del espacio en la capital imperial del Cusco. En la muestra ella se ha conceptualizado claramente por medio de la tecnología.

Ya que casi todo lo que conocemos sobre los incas proviene de lo que dijeron los españoles de ellos, se hace necesario un proceso de relectura. Recuerdo haber escuchado en una de las clases de Historia del Perú que dictaba Franklin Pease en mi facultad que las crónicas de la conquista dicen mucho más sobre los españoles que sobre los incas. Por ello Zuidema, John Murra y otros expertos buscaron utilizar los métodos de la antropología para entender los textos históricos, y lo hicieron acompañándolos de la observación del mundo andino contemporáneo.

A pesar de que se les criticó que en algunos casos llegaran a pensar que los actuales habitantes de los Andes eran equivalentes a lo que fueron los incas —o presentaron su mundo como uno utópico—, en la segunda mitad del siglo XX estos estudios revolucionaron nuestra manera de entender el mundo incaico. La muestra del MALI nos da cuenta de ello y complica saludablemente la narración simplista que los peruanos tenemos aprendida desde la escuela.

Esta narrativa explica en gran medida que los incas se hayan convertido en parte extraordinaria de nuestra identidad nacional. Es usual ver en el Mundial de fútbol masculino a un hincha compatriota con disfraz del Inca; nuestros niños repiten la supuesta máxima incaica Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quilla —no seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso—, y Machu Picchu es el gran símbolo de la peruanidad.

Así, pues, en un país atravesado por el racismo, los incas son los “indios permitidos”, una idea que Cecilia Méndez plasmó con nitidez en 1992 en el título de su importante artículo, Incas sí, indios no. Permitidos y malentendidos, cabría decir, ya que, como se adelantó, mucho de lo que creemos saber sobre ellos es una construcción de periodos posteriores: lo que imaginamos como incaico es, más bien, una elaboración colonial en la que participaron tanto los colonizadores como los colonizados.

La muestra señala este fenómeno al mostrarnos imágenes de indios nobles, descendientes de los incas, casándose con españoles para unir sus estirpes y así poder pedirle más prerrogativas al Rey. Es que cuando los conquistadores llegaron a las costas sudamericanas entendieron que estaban frente a un imperio y siguieron el ejemplo de Cortez en Nueva España: presentaron a la cúspide jerárquica de los incas como una nobleza a la que se le debía respetar su posición. De hecho, muchos españoles contrajeron matrimonio con mujeres de estas tierras a las que se percibía como nobles.

En la segunda sala de Los Incas también se nos recuerda que los incas no existieron como tales antes del periodo colonial, ya que la manera de ver el mundo de los habitantes del Tawantinsuyo era conceptualmente diferente de la española. Los conquistadores no mantuvieron siquiera aquel nombre para denominar el territorio y optaron en cambio por el del Perú, supuestamente derivado de un río al norte del actual país. Así, convirtieron a los Incas en reyes que le pudieran traspasar la legitimidad de su poder simbólico al monarca español.

Para poder dominar los Andes, los españoles necesitaron mucho apoyo y lo recibieron de los nobles indígenas, que se convirtieron en el nexo entre los indios llamados del común y los españoles. Ellos se encargaban de recaudar tributos y por eso mismo no debían pagarlo; fueron educados en escuelas especiales para nobles y fueron vistos como la bisagra entre un tiempo histórico y otro que se gestaba. El ejemplo paradigmático fue el del Inca Garcilaso de la Vega, que se convirtió además en un gran narrador del pasado incaico.

Sin embargo, se considera como primera mestiza a Francisca Pizarro, la hija del conquistador y de Quispe Sisa, que era hermana de Huáscar, Atahualpa y Manco Inca, e hija del legendario Huayna Cápac, para más señas. Pizarro se casó con la princesa inca para legitimar su posición ante el Rey y a los tres años arrancó a la hija de ambos de la esfera materna para convertirla en “una española”. La vida de Francisca en España es digna de una novela, y de hecho Alonso Cueto la acaba de publicar con una voz narrativa en primera persona para que tratemos de imaginar mejor su adaptación al mundo que le tocó vivir.

Leer la novela de Cueto y asistir a la muestra del MALI —que dura hasta fines de noviembre— nos aproxima a una renovada mirada sobre los incas, esos antepasados idealizados que son más complejos e interesantes de lo que usualmente pensamos.


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1 comentario

  1. Sobre la historia inca
    Recuerdo que por los años ’80, Macera, Pease, Lumbreras, entre otros sabios historiadores daban un seminario sobre historia andina, cuando al final hubo preguntas, alguien desde el centro de la sala les preguntó: de so historia qui están contando, no si parecen en nada a lo qui mi abuelo mi contaba… ¿Cuál la historia qui debo creer? Pablo se apresuró en responder: “la de tu abuelo! ¡Esa es la historia que tienes que creer!” Quien preguntaba era Miguel Qawa, natural de la comunidad de Antilla del distrito de Curahuasi, Apurímac. Lucho Lumbreras agregó que la historia andina tenía que hacerse “caminando por los cerros y conversando con las piedras, que no era una historia que se hacía recortando y pegando papeles.”
    Aún queda muchísimo por investigar sobre la historia andina antes de la invasión colonial.
    Es sabido que Francisco de Toledo contrato exprofesamente cronistas para que escriban una historia que se ajustará y justificara la invasión y la violencia colonial. Mucho de las malas historias provienen de esas falsedades arteramente dirigidas contra los incas. Incluso es sabido que Garcilaso de la Vega inventó muchas cosas, Garcilaso parte a España a la edad de 18 años, queriendo ser reconocido como hidalgo, que nunca lo logra, y a la edad de 60 años empieza a escribir los Comentarios Reales de los Incas, prácticamente por decepción de no haber sido reconocido como “castizo”. Pablo Macera dice al respecto: “la noción de mestizaje que utiliza y maneja Garcilaso es tendenciosa pues él quería ser español. Por eso se va al exilio, quiere que lo reconozcan como hidalgo, busca simbólicamente al padre que lo negara y se cambia el nombre, para eso escribe. Necesita probar que es tan castizo como cualquier peninsular y por ello adopta el castellano y no el quechua, que es su lengua madre. El seudo-español y seudo-indio Garcilaso escribe a partir de la frustración del conquistado, y desde su condición de bastardía. ¿Esa es la peruanidad que se nos ofrece? Una nacionalidad a medias, que aunque no niega sus orígenes, busca asimilarse a otra”.
    María Rostworowski ha encontrado que Pachacútec no era una autoridad cusqueña sino chanka. Sólo con ese dato se caen muchas mentiras como las del sometimiento que los incas hicieron con los otros grupos étnicos. Y Pachacútec es el ícono por antonomasia de gobernante inca. Igualmente, ya hay información confiable que “la guerra entre Huáscar y Atahualpa” es otra farsa muy bien montada y machacada hasta el hartazgo.
    Macera sostiene que: “en estos territorios tenemos 20 mil años de historia humana comprobada, 19 mil 500 años corresponde a una historia autónoma y 500 años a una historia dependiente. El 2.5% de esta historia no puede borrar al 97.5% de historia autónoma.”

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