Los listados son problemáticos, pero tienen su encanto
El pasado miércoles tuve la oportunidad de charlar con Jaime Cabrera Junco para las redes de Lee por Gusto. Me sentí honrado porque el día anterior Jaime celebraba los doce años de ese proyecto de difusión que saca adelante con cariño, punche y amor por los libros, y que los lectores no solo seguimos, sino también agradecemos dada la sequía de contenidos culturales en los medios convencionales y masivos.
La cosa es que estas entrevistas suelen terminar con el invitado recomendando cinco libros, y, sabiendo que esa querencia suele cambiar de un día al siguiente; y que escoger solo cinco de entre toda la literatura puede representar una tortura para cualquier neurótico que se respete, acoté la lista a solo novelas breves que me volaron la cabeza, y a las que he regresado como quien vuelve a casa o a los buenos tiempos.
Por supuesto podemos pasarnos un rato discutiendo qué es una novela breve —o nouvelle, para ponernos finos—, pero qué flojera. Convengamos en que se trata de un texto narrativo que no busca el impacto de un cuento sino que se abre en subtramas, tiempo y personajes; y que, a diferencia de una novela-novela, se puede leer de una sentada.
Aprovecho dicho esfuerzo para compartirlo aquí, con atingencias: 1) No hago prelación, todos los títulos me resultan fascinantes. 2) Me di cuenta de que casi no consigno autoras, y esto es —espero que evidentemente— involuntario: habla mal de mí y de mi falta de acuciosidad. 3) Como era de esperar, no pude quedarme solo con cinco. Lo cerré en veinte, pero, por espacio, solo diré algo respecto a diez, en orden cronológico. Por último, 5) no esperen grandes sorpresas, que la mayoría son clásicos. Pero ojalá les sirva de utilidad a quienes no conocen alguna de las joyas mencionadas, o para introducir a lectores que se distraen pronto.
Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Publicada por entregas luego de la inmensa Moby Dick, presenta a un tipo anodino pero dañado de formas que no sabemos; una víctima de su tiempo que un día decide dejar de hacer cosas (lo prefiere), ante el desconcierto del jefe-narrador. Anticipo del existencialismo, lo kafkiano y el absurdo.
La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Quintaesencia de la novela de aventuras, es también la narración de un muchacho que se convierte en hombre. Cuenta la expedición de Jim Hawkins y la tripulación que parte en búsqueda de la isla del título, enfrentando la naturaleza y la traición de los amotinados dirigidos por el pirata John ‘Long’ Silver. Palabras clave: fidelidad, codicia y moral.
El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Inspirada en los propios viajes de Conrad y en los excesos cometidos durante el reinado de Leopoldo II en el Congo, narra la historia de un hombre (Marlow) que se mete en las profundidades de la selva para detener a un cacique siniestro (Kurtz). Es un viaje por el horror humano del que nadie sale indemne. Inspiración de Apocalipsis Now.
La metamorfosis, de Franz Kafka. “Al despertar Gregor Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”. Uno de los cuentos más conmovedores y desconcertantes por su gran poder sugestivo. Gregor enfrenta a su familia, que no sabe qué hacer con él y su condición. Toda la soledad del hombre moderno previa a la Gran Guerra.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Otra pieza sublime y anticipatoria. Cuenta dos relatos enmarcados en la guerra Cristera, el de un hijo que llega a un pueblo buscando a su padre, y el de este, un tipo pendenciero y cruel. Sin embargo, pronto nos enteramos de que nada es lo que parecía. El libro es tan técnico como inspirado, y retrata la condición de los campesinos mexicanos tras la Revolución.
Desayuno en Tiffany’s, de Truman Capote. Antes de A sangre fría, Capote consolidó su carrera con esta joya: un proyecto de escritor coincide en un edificio de Manhattan con una chica llamada Holy Golightly, uno de los personajes más cautivantes que recuerde (inmortalizada en el cine por Audrey Hepburn). Una novela sobre la ambición y el amor, el miedo a crecer y a las limitaciones.
Los cachorros, de Mario Vargas Llosa. Cuéllar llega a vivir a Miraflores y al colegio Champagnat, donde se integra a un grupo de muchachos. Todo va bien hasta que termina castrado por un perro. Desde entonces ‘Pichulita’ se transformará en un machote que esconde su fragilidad con matonerías. Un relato técnicamente soberbio sobre Lima, crecer, la marginación, la falta de identidad, y mucho más.
Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. El año previo a recibir el Nobel, GGM entregó esta pieza perfecta que mezcla policial, periodismo literario y universos oníricos. Ángela Vicario es devuelta a su familia cuando el marido se entera la noche de bodas que no es virgen. Sus hermanos salen en búsqueda del hombre que la ‘dañó’, mientras el pueblo es mudo testigo del crimen inminente.
Estrella distante, de Roberto Bolaño. Arturo Belano, alter ego recurrente, conoce a un insufrible poeta quien, luego del golpe de Pinochet, se revela como torturador y miembro de la fuerza aérea que escribe misteriosos versos con la estela de su avión. Poesía, búsqueda infinita y maldad: tres elementos esenciales en la literatura de Bolaño. Una obra maestra previa a Los detectives salvajes.
El adversario, de Emmanuel Carrère. Novela de no ficción, se suele ver como un A sangre fría en miniatura. En 1993 un mentiroso narcisista llamado Jean-Claude Romand asesinó a su familia sintiéndose incapaz de enfrentar una patraña de casi veinte años. El libro es la reconstrucción del increíble pasado del criminal, mientras el autor asiste al proceso que se le entabla. Una pesadilla.
Mi lista continúa con La muerte en Venecia, de Thomas Mann; Rebelión en la granja, de George Orwell; El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de R.L. Stevenson; El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez; Aura, de Carlos Fuentes; El baile, de Irene Nemirovsky; Otra vuelta de tuerca, de Henry James; Noches blancas, de Fiódor Dostoievski; Seda, de Alessandro Baricco; y El perseguidor, de Julio Cortázar. Pero podrían ser muchos más.
Invito a cada quien a pensar en sus novelas breves favoritas, a volver a ellas, a abrirse a nuevos mundos.
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