Libia y un país liviano


Una alarma antes de ser arrastrados por las corrientes de agua y la improvisación 


Alain Espinoza Vigil es un escritor de narrativa de ficción y de no ficción. Ha publicado artículos en revistas científicas indexadas sobre temas relacionados a su profesión, la ingeniería civil. Es Maestro en Ciencias por la Universidad de Bristol y fue reconocido con el Bristol PLUS Award. Actualmente es catedrático en la Universidad Católica de Santa María y publicará la tercera edición de El Colector de Orgasmos.


Los ecos de la catástrofe que atravesó Libia no dejan de resonar. Se estima que más de diez mil personas murieron después de que la devastadora tormenta Daniel originara el colapso de dos represas hace un par de semanas. Esta nación africana, que atraviesa serios problemas políticos e inestabilidad económica, no estaba preparada para lluvias de tal magnitud. La ciudad más afectada fue Derna, cuya cuarta parte ha desaparecido. Sí, el 25 % de la ciudad. Autoridades libias señalaron que era la primera vez que afrontaban tales condiciones meteorológicas, que las lluvias fueron totalmente inesperadas. Se continúan investigando los factores que condujeron a la tragedia, entre ellos la falta de planificación ante fenómenos hidrológicos muchas veces producidos por el calentamiento del mar, en el caso libio, del mar Mediterráneo. También, la mala gestión de la infraestructura: se comenta que la represa ya presentaba problemas estructurales. Luego, la falta de comunicación entre los responsables de la represa y los especialistas en meteorología. Los analistas también subrayan otras causales de la catástrofe, como la corrupción y la degradación ambiental. Además, la respuesta a la emergencia no estuvo a la altura de las circunstancias. Las labores de rescate se han complicado debido a la falta de preparación del país: reducida posibilidad de gestionar apoyo internacional gracias a la división política, centros de salud colapsados, escasez de alimentos, insuficiente personal y equipamiento para brindar primeros auxilios, falta de albergues, entre otros. 

Es evidente que muchos de los males libios que confluyeron en el desastre no son ajenos a la realidad nacional. Si bien es cierto que en el Perú no tenemos a Daniel, sí tenemos a El Niño. Bueno, El Niño Global, El Niño Costero y, como si fuera poco, también a La Niña. Es importante, entonces, preguntarnos: ¿qué tenemos que esperar para realmente prepararnos como país y enfrentar los azotes climatológicos? ¿Acaso tiene que suceder un evento tan catastrófico como el libio para que tomemos conciencia? ¿Tenemos que esperar a que diez mil personas mueran o desaparezcan? ¿Tenemos que llegar a cierta cifra para indignarnos ante la inacción individual y colectiva nacional? ¿Cuál es el número que nos permitirá cambiar nuestra mentalidad, mil, diez mil, cien mil?

Es irrefutable que la ocurrencia y severidad de desastres en el mundo, particularmente los hidrológicos, como las lluvias torrenciales e inundaciones generadas por El Niño, van en vertiginoso aumento. Globalmente, alrededor del 39 % de desastres son hidrológicos y en Sudamérica este porcentaje es del 57 %, o sea, aun mayor. En Perú, hasta el año pasado, 49 de los últimos 87 desastres fueron hidrológicos y causaron la muerte de 1.087 personas. Cada desastre demuestra que no comprendemos o no queremos comprender a cabalidad el comportamiento del planeta amenazado por nuestra especie. Nos cegamos ante el efecto del calentamiento global en el cambio climático. No reconocemos que el mundo es, en esencia, interconexiones entre sistemas, que nada trabaja de forma aislada. No comprendemos ese intento agónico adaptativo del mundo luego de nuestra intrepidez para destruir ecosistemas que son vitales para un equilibro ambiental. Destruir, invadir, poseer, consumir, lucrar. Eso nos define. ¿Habrá una especie más egoísta?, me pregunto.

No basta con criticar, es cierto. Es importante también plantear alternativas para mejorar nuestra capacidad como país, pero para eso es necesario sensibilizarnos y es justamente allí donde fallamos. Hace poco culminé una investigación sobre la preparación del país ante fenómenos como El Niño, con base en el evento que ocurrió entre 2016 y 2017, el cual tuvo un severo impacto en el país. El estudio se publicó en la Revista Internacional de Resiliencia ante el Desastre en el Entorno Construido, de la editorial inglesa Emerald. Analicé doce criterios: la gobernanza e instituciones, la participación de partes interesadas, entrenamiento y educación, desarrollo social, desarrollo económico, entorno construido, ecosistema, participación comunitaria, conocimiento del riesgo, preparación ante el desastre, gestión de emergencia y recuperación ante el desastre. El resultado fue claramente negativo. Quizás en otro artículo pueda explicar la evaluación por cada criterio y sus interconexiones, así como las propuestas de mejora.

Si bien es cierto que un artículo científico representa un pequeño aporte para entender mejor nuestra situación, no funciona por sí solo. Desde el sector científico podemos apoyarnos a comprender mejor los fenómenos y sus efectos: ¿tendremos El Niño este año? ¿Qué tan grave será? Desde el nivel técnico, podemos plantear proyectos que incluyan las recomendaciones científicas. Desde lo político, es importante tomar decisiones basadas en ciencia: ¿qué inversión priorizamos? ¿Qué proyecto realmente vale la pena ejecutar? ¿Bastará con descolmatar torrenteras? Necesitamos solucionar la dispersión institucional, la carencia de servicio especializado y tener una planificación integral entre los tres niveles de gobierno. Podemos generar también alianzas estratégicas entre la academia y las autoridades, trabajar intersectorialmente. En fin.

El continuismo es no investigar, no sensibilizarnos, vivir de espaldas a la dinámica global. No podemos resolver todo de pronto, lo sé. Pero, entre tanto, me parece fundamental generar conciencia a través de espacios como este, que nos permitan reflexionar sobre nuestra frágil realidad nacional, y así evitar que se escriban artículos sobre fatalidades como la de Libia en un país igual o menos preparado como lo es el nuestro. Un país de cimientos vulnerables, fácilmente arrasables por corrientes destructivas; un país de poco peso, de poco aguante. Un país liviano, leve, insoportablemente leve, ¿no?


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