La resaca de un discurso empozado 


Protesta contra un ensayo que ofende al Ejército


Carlos Enrique Freyre es escritor y oficial del Ejército del Perú. Ha publicado crónica, cuento en diversas antologías, novela y novela gráfica; así como investigación histórica y guiones de cine, en tanto ha servido en varias regiones del país como oficial de infantería. Finalista de varios premios literarios, ha publicado El Fantasmocopio, Desde el valle de las Esmeraldas, El Semental, El último otoño antes de ti, La guerra que hicieron para mí y el Miedo del Lobo. 


En esto, cualquiera de los animales nos lleva ventaja: las fieras no se aferran a rencores. Los rencores, las gélidas distancias personales, son un ejercicio legítimo de los individuos. Quien ha sido víctima tiene el absoluto derecho de mantener su distancia, de perseguir justicia, de recuperar lo perdido, de enderezar su dignidad. Cuando la justicia se ha impuesto y los culpables se afianzan en sus purgatorios, lo sano es voltear la página. Cuando aquello no ocurre, comenzamos a hablar de traumas. Los traumas, uno los lleva como puede  así como sus males físicos, esas cadenas que con el peso de la molestia nos dice que estamos vivos. La idea es, pues, sanar. ¿A quién le gusta vivir herido? 

A nadie razonable. 

La semana pasada llegó a mis manos el ensayo ganador de un concurso impulsado por el Lugar de la Memoria (LUM). Ha sido escrito por José Ramos bajo el título No hay soldados sin terrucos. Me alegran los concursos literarios, a pesar de que mi participación en ellos es casi nula. Tengo poquísimo tiempo para escribir más de lo que ya escribo, y no me gusta andar caminando en ansiedades. No solo me ocurre a mí. Haruki Murakami, a quien persigo como si se tratara del autor de un catecismo, afirma que los premios deberían servir para “estimular la capacidad individual del escritor.  Por eso, cuando expreso que “me alegra” la aparición de un ganador, es porque sé a cabalidad que ha puesto todo de sí. Su fantasía, su conocimiento, su entrega y disciplina para leer y releer decenas de veces el borrador del borrador y da gusto que el depósito de ese producto en el oscuro laberinto de la suerte tenga, finalmente, un reconocimiento. 

Cuando leí el ensayo, caí rápidamente en cuenta de que se trata de un canto al desconocimiento. No soy quien para cuestionar el papel de un jurado, pero sí considero tener el criterio para decir que el talento puesto al servicio de la desinformación es una de esas bacterias encriptadas que nos ayudan a mantener los traumas en carne viva; aunque esto parezca ser bien visto. A alguien le debe convenir acusar interdiariamente a una institución como el Ejército de andar zurrándose en los derechos humanos en el país, casi 25 años después de que se acusara a varios de sus integrantes de haber infringido la ley y de que, en los casos comprobados, se recibiera la sanción correspondiente.

El ensayo se centra en las tropas no profesionales del Ejército, quienes tienen una dinámica y discursos propios de su lugar en el escalafón que los va convirtiendo en militares. Ramos critica esa forma de expresiones porque considera que incitan a la violencia, que no contribuyen a una cultura de valores y que distorsionan la imagen del “enemigo”, es decir, el terrorista.  

Sus observaciones son bastante básicas y no pueden ser consideradas una variable legítima, pues lo que refiere el autor es la versión de lo cotidiano en las unidades de tropa, donde se requieren de discursos que tiemplen su carácter. Con el pasar del tiempo, el soldado aprende a distinguir la personalidad de quienes lo comandan y es un desafío generalizado entre los egresados de la Escuela Militar ser considerado un líder de tropas; alguien cuyas cualidades convenzan a los demás de seguirlo en cualquier circunstancia, incluso hasta la muerte.

El ensayo trae más del mismo discurso que con frecuencia se intenta resucitar: el del perpetuo estado de abusos de las Fuerzas Armadas sobre sus ciudadanos. Si aquel tuvo su auge en los linderos del año 2000 en adelante, ahora es un tema trasnochado. En casi un cuarto de siglo muchas cosas han cambiado: las mujeres se han incorporado exitosamente a los cuadros de las Fuerzas Armadas y ostentan grados y responsabilidades superiores; hay oficiales procedentes de las universidades peruanas asignados a la rama de ciencia y tecnología, y los programas educativos están a la par de los que se dictan en las casas de estudio del país y el extranjero, debido a los altos estándares alcanzados por las academias castrenses.

El discurso sobre esa tiranía me parece que ya caducó; mucho más durante la parte más dura de la pandemia, en la cual los militares se comieron la neblina tratando de salvaguardar a la población.  A quienes practican ese deporte, los llamo “The Military Haters” (TMH), pues todo aquello que provenga de un cuartel, desde portar un arma hasta el saludo a una bandera, es digno de repudio. A veces me pregunto si en realidad odian cualquier cosa que represente al Estado y no pierden la oportunidad de hacerlo saber y si pueden, generar contagio. Felizmente –ahora me doy cuenta de ello– yo sí he pasado por los estamentos a los que se refiere Ramos. Fui soldado en 1993 y me recuerdo nítidamente, tan delgado como mi fusil, tostándome bajo el sol moqueguano. Fue en ese cuartel donde me fui convirtiendo en un escritor, pues ese mundo del que tanto había oído hablar y que hasta ese momento me había sido ajeno, estaba lleno de gente curiosa, vivida, valiente y con defectos que los soldados más jóvenes sabían tolerar con respeto. Nadie me enseñó a ser un abusivo. 

Los TMH casi siempre parten del nido del desconocimiento. Reafirmando un post que subí en mis redes sociales, los soldados SMV reciben una instrucción básica, de la cual pasarán a otro nivel si continúan en la carrera —como fue mi caso— o, en su defecto, concluirán con su licenciamiento. Las expresiones de la tropa no constituyen simple «educación», son formas en las que ellos mismos enfrentan el día a día; los retos que implican esa etapa de sus vidas que, lo sé perfectamente, nunca se olvida. Dicho ensayo es una muestra de la capacidad de tergiversación; como si las jerarquías, por sí solas, garantizaran la legalización de un sistema diseñado para el abuso. La defensa del Estado requiere personas con temple, pues las condiciones en las que se combate no son las más amables. Nadie pelea sobre un lecho de rosas. Cómo no vamos a saberlo. La sociedad requiere de sus soldados precisamente por eso: para resistir a situaciones a las que los ciudadanos comunes y corrientes no deberían exponerse. 

9 comentarios

  1. Muy bueno y acertado comentario, que puedo decir cómo oficial del ejército del peru en actividad, que la vida militar difiere de la civilidad justamente en él carácter, ese performance que debe de tener difnitivamente un militar y eso no significa abusivo sino es la imposición de la autoridad a través de la formación de la personalidad.

  2. César Astudillo Salcedo

    Hoy por hoy las FFAA y el Ejército en particular tiene un reconocimiento como nunca antes visto, pues sus integrantes tienen un compromiso con la sociedad , con la patria y NO con gobiernos ni partidos. Ahora esos peruanos en uniforme son motivo de orgullo. Dejen su odio en los pantanos de donde vienen .

  3. Alejandro

    De acuerdo. En tiempos recientes además le debemos un gran reconocimiento a las fuerzas armadas porque ante los desastres naturales y la pandemia su respuesta fue ejemplar y sostuvo al país pese a las dificultades.

  4. Ricardo MARCOS REYNA

    Muy buena reivindicación moral.

  5. César Chávez Navarro

    Mi estimado Carlos Enrique Freyre, es muy interesante y bien argumentada su «protesta» , lo importante es que así como aquí, en otros foros se difunda la verdad y realidad de la vida en los cuarteles (también soy licenciado de las FFAA, procedo de un colegio militar y ahora soy Oficial EP en sitación miitar de retiro), así como la manera en que en foros como los creados por quienes dirigen el «lugar de la memoria», se propalan toda clase de seudos procesos de reinvidicación, los mismos que no hacen más que envenenar los conocimientos historicos de nuesra sociedad, particularmente de la juventud que recien va tomando conciencia de lo que es la nacion y su historia, a esto se suma la infiltraición del comunismo en la educación que tanto mal le hace al país, enarbolando la bandera de la discriminación, siendo ellos los primeros en crear esa discriminación con su trasnochada lucha de clases. Estas palabras o escritos deberían tener mayor eco, pero al parecer no somos lo suficiente incisivos para ganar esta lucha psicosocial.

  6. André Ruiz

    Felicitaciones mi estimado Carlos Freyre, muy clara y puntual, está y otras protestas contra escritos, argumentos y ensayos que van en contra de nuestro Ejército; siempre la ignorancia es atrevida para despotricar de una Institución tan antigua, que nació con la Patria, sin hacer un ápice de investigación de cómo es la vida de un militar y particularmente de nuestro PTSMV.
    Debemos enseñarles que su arrogancia y atrevimiento no mellaran en absoluto la moral de nuestro Ejército, y que ya, desde mucho tiempo su labor y profesionalismo es bien reconocido por la verdadera población de nuestro querido Perú.

  7. Lucius

    El temple, en su sentido más elemental, debería implicar autocontrol, vale decir, la capacidad de dominar los propios impulsos o instintos. Rasgos que precisamente no mostraron los militares durante los años a los que alude el ensayo. Masacraron sin contensión, «terruquito, terruquito, por qué tiemblas, que me voy a comer tus entrañas».
    No jodas, Freyre. Al igual que sus némesis, los «tucos», los militares van a llevar su cruz ad infinitum. Es lo que hay; de haters estamos hasta aquí.

    • CARLOS FREYRE

      Sospecho que, como no pienso como tú, merezco la hoguera

  8. José Daniel Flores Rujel

    Cada uno de nosotros tiene una visión del bien y del mal. Tenemos que alentar a las personas a avanzar hacia lo que piensan que es bueno. (Papa Francisco), por ello es importante este artículo.

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