La rebelión del género


Un libro urgente para padres y madres desconcertados 


A mediados de este año seguí en redes sociales una gran controversia generada en un prestigioso colegio privado de Lima: un grupo de padres de familia de alumnos entre los 12 y 13 años mostraba su rechazo a la inclusión de una serie de libros en la biblioteca escolar, e iniciaron una campaña para que más padres se sumaran a la presión para que el colegio los retirase de su catálogo.

Los libros objeto de la controversia eran las típicas novelas gráficas y relatos para niños y adolescentes: entretenidos e inverosímiles misterios, romances inocentes, ansiedades escolares, y demás historias pensadas para que sean atractivas a su público objetivo. ¿El problema? El común denominador de los libros es que contaban con personajes LGBT.

Los padres que protestaban señalaban que se oponían a que los niños sean expuestos desde tan pequeños a temas que no puedan procesar con la debida madurez. Hay que decir también que frente a esta reacción hubo padres y exalumnos que se pronunciaron públicamente a favor de que estos libros —y los temas de diversidad en general— estuvieran presentes en el colegio.

A la larga le perdí el rastro a la controversia y no tengo claro cómo concluyó, pero una de las cosas que me pareció curiosa es que el centro de toda la discusión haya sido la biblioteca: siempre he sido un ávido lector, y no sé si las cosas hayan cambiado mucho en los 19 años transcurridos desde el final de mi etapa escolar, pero la biblioteca no era precisamente el lugar más concurrido de mi colegio.

Mientras esos padres se preocupaban por libros que sus hijos probablemente nunca iban a leer, es más que probable que los chicos estuvieran usando la cuenta familiar de Netflix para ver, al igual que toda su prom, la exitosa serie Heartstopper, la cual cuenta el romance escolar de dos chicos —uno gay y el otro bisexual—  que tiene entre sus personajes a una chica trans, amiga de ambos; o para entretenerse viendo Modern Family o Glee, series con importante representación LGBT, por mencionar solo algunos ejemplos dentro del océano de series y películas donde está visible y normalizado este asunto.  Y si vemos los playlists en Spotify que animan sus “juntas” —lo que en mi época eran “reus”—, encontraremos a artistas como Lil Nas X, primer cantante de hip hop abiertamente gay y con una estética bastante queer, o canciones como I kissed a girl de Katy Perry y Born this way de Lady Gaga, ambas consideradas himnos de la diversidad sexual.

El arcoíris no solo está en los libros. Y tampoco se limita a la cultura popular que los chicos consumen. Estos temas se encuentran presentes en sus vidas cotidianas, así no hablen con sus papás de ello. Se debe desterrar la idea de que las vivencias en torno a la diversidad sexual existen solo desde que uno es mayor de edad, como si nos entregaran en simultáneo el DNI azul y una bandera multicolor. Ya lo están viviendo hoy, como parte de su vida preadolescente, sean o no LGBT: un compañero de clase les pide usar un nombre social (femenino), una amiga les cuenta que el fin de semana bailó toda la noche en el matrimonio de sus dos tías, un amigo comenta lo buena onda que es el novio de su papá, a quien llama tío; un amigue les explica que es no binarie, un par de compañeros se animan a salir juntos del clóset para “estar”. Todos estos son ejemplos reales de lo que hoy está pasando en los colegios. 

Por supuesto, no todo ha cambiado tanto. Sigue existiendo en menor o mayor medida el bullying, la vergüenza, la incomprensión, los estereotipos, la presión de lo considerado normal y aceptable. La experiencia varía mucho de un colegio a otro, tanto en el clima escolar como en la manera en que los profesores y autoridades deciden afrontarlo, pero la tendencia es clara, y los asuntos relacionados a la diversidad sexual estarán cada día más visibles y presentes, sean colegios laicos o religiosos, mixtos o no.

Y, frente a ello, los padres y madres de familia tienen dos opciones. 

La primera de ellas es dejar todo en piloto automático y fingir que nada de esto existe si es que no se habla de ello. “Ya habrá tiempo para hablarlo más adelante”, es la frase con la que suelen engañarse los padres que asumen esta posición, pues no se dan cuenta de que la línea del tiempo que imaginan no se condice con la que está viviendo su hijo. Esta alternativa es la más sencilla, pues evita cualquier conversación que pueda resultar incómoda. Que the elephant in the room —el elefante en la habitación— se jale una silla y se ponga cómodo porque va a tener que esperar muchos años antes de que alguien hable de él.

El problema con esta opción está en que, sin saberlo, pueden estar poniendo en mayor vulnerabilidad a la persona que más quieren proteger. Los chicos van a buscar la información que necesitan para satisfacer su curiosidad, para entender lo que sucede alrededor, o incluso para entenderse a ellos mismos. Si los padres no se la dan y los colegios tampoco, encontrarán otro espacio dónde conseguirla y entender más estos temas. Internet es uno de esos espacios, y puede que sea una experiencia positiva y encuentren lo que busquen, tanto a nivel de información como de comprensión y compañía, pero también existen muchos riesgos: pueden terminar con aprendizajes distorsionados, que dejan de lado conceptos tan importantes como el consentimiento, el respeto, la madurez y la autoestima; además, pueden terminar interactuando con personas peligrosas que quieran hacerles daño.

Al tomar esta primera opción, los padres y madres están renunciando a una esfera importante de la vida de sus hijos. Y, con ello, sin quererlo, están renunciando también a tareas que les corresponden como cuidadores. 

La segunda opción es más difícil: conversar con los hijos de asuntos de género y sexualidad. Y lo es más porque, para poder hacerlo, antes tendrán que aprender sobre ello. Y para aprender sobre ello deberán también desaprender aquello que se les enseñó sobre este asunto; enseñanzas conscientes e inconscientes a lo largo de décadas de vida, siempre desde una mirada donde “lo normal” era lo bueno, y todo aquello que hoy entra en la categoría de diversidad era malo, raro, y debía ser evitado o corregido.

Es por todo ello que el libro La rebelión del género de Olga Montero (Planeta, 2022) es un aporte tan valioso, pues podrá ayudar a muchísimos padres, madres y cuidadores que decidan ir por esa segunda opción. El libro parte de una base conceptual sólida, pero no se encierra en la academia; por el contrario, se nutre de la experiencia de Olga como psicóloga y psicoanalista que ha atendido a muchos adolescentes (y sus padres) en temas relacionados a la diversidad sexual. Así, las definiciones conceptuales y la base teórica desarrollada en el libro se intercalan con consultas y ejemplos recogidos de su experiencia profesional, por padres y madres con las mismas interrogantes de quienes leerán el libro, lo que agiliza la lectura y permite aterrizar lo que se explica en interrogantes cotidianas y ejemplos concretos.

Uno de los principales aciertos de La rebelión del género es que no pontifica ni condena. Hay mucha empatía hacia los padres y madres que no entienden qué sucede con sus hijos o que no pueden aceptar lo que ellos les están expresando. Quien se acerque como lector al libro, sin importar cual sea su experiencia previa o su ideología, no se sentirá juzgado. La autora buscará responder con solvencia teórica y con ejemplos reales cada una de las interrogantes que existen frente a este fenómeno, desde el punto de vista de las madres, los padres y los cuidadores. “Mi hijo dice que es trans, ¿cómo sé que no está confundido?”, “¿qué es ser pansexual, por qué hay tantas palabras nuevas?”, “qué hace que alguien sea homosexual?”, y un largo y diverso etcétera.

Creo que la fortaleza de este enfoque se debe a la manera tan humana en que Olga entiende lo que están pasando las familias que confrontan estas tensiones y lo que finalmente buscan, así sean incapaces de expresarlo. Esto queda muy claro en una de mis citas favoritas del libro: “Nuestra mayor necesidad como seres humanos es sentirnos amados, aceptados y reconocidos, tal como somos. O como decíamos cuando esperábamos a nuestros hijos: ‘que estén sanos y que sean felices’”. 

Todo lo demás, puede construirse (y deconstruirse) sobre esa base. 


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1 comentario

  1. Victor Gutierrez

    Es cierto que estos temas están presentes en la vida cotidiana, también en los medios de televisión abierta y otros privados, pero no es tan extendido como se desliza en el artículo y mucho menos, copan las conversaciones de los niños o adolescentes en sus “reus”. En lo que a mi respecta como padre, lo que quisiera es que cada quien eduque a sus hijos como y donde desee, empezando me parece ridículo que exista un “Ministerio de Educación”, otorgándole a un grupo minúsculo de burócratas – por lo general, poco calificados e impulsados por intereses políticos y personales – establecer una currícula educativa y con ello la educación sexual. Porque con ello, – dependiendo del gobierno – estaremos balanceándonos entre políticas conservadoras, luego liberales y después a progresistas, y en el medio quedan los niños. El Dr. Alberto Benegas Lynch expone esto de manera muy didáctica.
    Por otro lado, ningún libro debería estar prohibido, debieran estar al alcance aquellos con enfoque de género y los que plantean lo contrario. Al final, el padre elije la currícula que desea para su hijo y si lo educa en un colegio católico, evangelista, mormón, matemático, lúdico o donde lo deconstruyan, es la libertad que tiene cada padre. Lo que no debe estar permitido en ningún caso en las currículas, es la violencia, discriminación, estigmatización y falta de respeto al prójimo, y eso se puede hacer de diversas maneras, no solo con educación con “enfoque de género”, eso es una falacia. Ese respeto por la decisión del prójimo, es lo que realmente nos hará una sociedad mejor, donde no se califique a nadie y se acoja a todas las minorías en su diversidad, inculcando valores de amor y respeto a nuestros hijos.

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