La máquina de escribir


El Nobel vuelve a esquivar a Joyce Carol Oates, la fascinante autora de Blonde.


Muchas veces le han preguntado por la raíz de su escritura, una cuestión que parece trillada y baladí. O quizá no. Quizá lo que periodistas, académicos y devotos quieren entender es cómo germinó una obra así de vasta, tan perturbadora.

Joyce Carol Oates cuenta que cuenta historias desde que puede recordar. Que como fue la primera hija de una pareja de granjeros, en casa no había muchos libros, y menos para niños; y por eso cada semana caminaba hasta la lejana biblioteca pública y retiraba tres títulos —el máximo permitido—. Que, sabiendo de su afición, su abuela paterna le regalaba dos libros cada año, por Navidad y por su cumpleaños, que ella atesoraba. Que su breve vida cambió cuando la señora puso en sus manos Alicia en el país de las maravillas: tenía solo ocho años, y pronto empezó repetir en voz alta pasajes completos de la novela. Pero no era que solo le fascinara su universo onírico e inquietante, sus extrañas aventuras, sus personajes extremos. La pequeña JC no deseaba, como las demás niñas, convertirse en Alicia. No ansiaba ser el títere, sino la mano.

Es decir, quería ser Lewis Carroll.

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Cuando cumplió 14, la abuela le hizo otro regalo estupendo: una máquina de escribir Smith Corona Electra, bastante portátil, con la que escribió el primer cuento que le premiaron, a los 19. Ya había logrado abandonar Lockport, una localidad muy pequeña en el extremo oeste del estado de Nueva York, y estudiaba becada en la Universidad de Siracusa. La máquina siguió acompañándola, en sus estudios y en sus historias.

En 1963 publicó su primer libro de relatos, By the North Gate. En 59 años ha entregado casi igual número de novelas (entre ellas, incluso ocho policiales tras el seudónimo Rosamond Smith, y tres como Lauren Kelly). Esto, además de 12 nouvelles, 41 cuentarios, 12 poemarios, nueve piezas teatrales, 16 libros de miscelánea (memorias, ensayos), seis para jóvenes, tres para niños… en total, esta señora alta, flaca, de ojos grandes y voz tan delicada como clara ha publicado cerca de 160 títulos. Es decir, una media de 2,7 al año. Eso por hablar solo de lo divulgado: tiene textos listos hasta, por lo menos, el 2025, sin contar los que ha descartado o duermen en su conciencia o su escritorio.

Al ojo, y considerando que sus libros suelen superar las 500 páginas, a un lector muy en forma le tomaría entre tres y cuatro años dedicados en exclusiva leer toda su obra.

Las cosas le fueron bien. Desde hace 44 años vive en una casa sencilla pero rodeada de árboles en Princeton, donde hasta hace poco enseñaba Escritura Creativa.

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Aunque ya había unos pocos títulos suyos traducidos a nuestro idioma, el reconocimiento de Joyce Carol Oates en Hispanoamérica recién comenzó hace unos 15 años, tras la publicación de La hija del sepulturero, una historia inspirada y dedicada a Blanche Morgenstern, su querida abuela. En esta aventura truculenta por Estados Unidos están muchas de sus recurrencias: la violencia, la obsesión, la oscuridad en el fondo y en la forma, las distintas formas de opresión, la familia —en especial, la figura materna—, la niñez y la adolescencia, el maltrato a las mujeres, el horror, la pobreza, las maneras de sobrevivir, la América salvaje tanto en hogares como en la inmensidad.

Se considera una escritora lenta. Lo que pasa, dice, es que escribe todo el tiempo. “Proteica y prodigiosa”, dice su amigo Richard Ford.

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Otra cosa que le suelen preguntar es cómo trabaja, y ella dice que casi siempre la cosa tiene que ver con correr. Porque sigue corriendo. La sangre le circula más rápido, empujando las ideas. Ve lo que quiere escribir. Ve imágenes, situaciones. Toma unas cuantas notas, sigue moviéndose. Solo cuando tiene bien asidos una serie de elementos en los que confía, se sienta a trabajar. Empieza por el principio: de ahí, fluye la magia. Lo normal es pasar entre cinco y ocho horas diarias sentada. Dice que nunca se ha tomado un día de vacaciones, y debe ser cierto.

Pero Oates no solo corre y escribe libros. Si bien ya no enseña en la universidad, redacta artículos y críticas, toca el piano, pasa tiempo con sus gatos, lleva un diario, lee muchísimo, revisa los diarios y los noticiarios, mira series en televisión, cocina, viaja, dedica cerca de una hora diaria a las redes sociales, y hace largas caminatas. Hasta el 2019, año en que murió, la acompañaba su segundo marido, el neurocientífico Charles Gross.

Con Gross se casó tras el fallecimiento del editor Raymond J. Smith, su compañero durante 47 años, un tipo muy querido y saludable que un día del 2007 contrajo una neumonía y dejó el mundo una semana después. Sobre esa experiencia Oates escribió Memorias de una viuda, un relato descarnado y conmovedor como pocos.

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Aunque cueste creerlo tiene 84 años, y aquí una digresión. Y es que llama la atención la cantidad de grandes narradoras octogenarias e incluso nonagenarias que hay en Norteamérica. Empezando por arriba, y que me acuerde, están las canadienses Alice Munro (91) —uno de los premios Nobel más merecidos— y Margaret Atwood.(82); en Estados Unidos, además de Oates, Annie Proulx, Vivian Gornick (ambas de 87), Anne Tyler (80). También, las mexicanas Elena Poniatowska (90) y Margo Glantz (92). Al grupo casi se pudieron sumar Joan Didion (que tenía 87) y Ursula K. Le Guin y Toni Morrison (Nobel de 1993), que habían cumplido 88 cuando murieron recientemente. 

Annie Ernaux —otra giganta—, ganadora del reciente Nobel, tiene 82.

Oates es muy activa en Twitter, donde se mantiene en contacto con los jóvenes, lo que suele animarla. Además, ahí se expresa sobre cuestiones políticas, como los derechos de las minorías y los inmigrantes, el aborto, el animalismo, la salud y la educación pública, el belicismo, la ultraderecha. Ha publicado más de cien mil tuits.

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Sus más recientes títulos traducidos al español —hasta donde sé, es arduo seguirle el ritmo— son los cuentos de Desmembrado y las novelas Riesgos de los viajes en el tiempo (asombrosa), Delatora y Persecución.

Año tras año es voceada para el Nobel, lo que dice que la tiene sin cuidado. Quienes se acerquen a Ave del paraísoHermana mía, mi amorMágico, sombrío, impenetrableBellefleurUn libro de mártires americanos o Del boxeo —un ensayo soberbio sobre el asunto— querrán que la dejen tranquila, que nada la distraiga.

“Es un monstruo al que debería decapitarse en un auditorio público, en el Shea Stadium o en un campo de exterminio […] Para mí, es la criatura más odiosa de Norteamérica”, dijo refiriéndose a ella Truman Capote, quien fuera alguna vez un genio solar y entonces solo un mamarracho. Realmente no era personal, tan solo envidia: mientras él andaba intoxicado y bregando con sus Plegarias atendidas, Oates seguía produciendo libro tras libro. Por suerte se murió antes de la publicación de Blonde, la hermosa novela inspirada en Marilyn Monroe que la señora editó en el 2000, un libro que a Capote le habría encantado hacer. Por cierto, la reciente y polémica adaptación se aleja mucho, muchísimo de esta fuente.

Hace tiempo que Oates cambió la máquina de escribir de su abuela por una MacBook Pro.

Ojalá dure mucho. Que no se quiebre, que no le entre ningún virus. Que por favor siga juntando tantas palabras fuertes, bellas e inquietantes como hasta hoy.

Y que tampoco le pase nada a la laptop.


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4 comentarios

  1. Nancy Goyburo

    Gracias mil por presentarme a Joyce Caro Oates! Conocerla a través de tu linda crónica , ya me hizo el día!

  2. Cesar Garro

    ¡Que magnifica lectura! Gracias por presentarme a esta interesante autora.

  3. Victor Eduardo Caballero Beltran

    Bonita reseña de la autora 🙂

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