La escuela y la vida


Reflexiones para quienes terminan alguna etapa de su educación


En el hemisferio norte, que es donde vivo, la llegada del verano boreal coincide con el fin del año lectivo. Dado que soy profesora universitaria, desde hace más de quince años me he dedicado todos los meses de julio a acompañar a los jóvenes en sus ceremonias de graduación. Visten toga y birrete, y para algunas de las ceremonias yo también visto mi elaborada capa escarlata con cintillo azul eléctrico y gorra de terciopelo que muestra —a quien lo sepa interpretar— que ostento un doctorado de la Universidad de Londres. En las tradiciones académicas uno tiene derecho a llevar de por vida a estas ceremonias el traje del lugar donde obtuvo su último título.

Pero este año me tocará acompañar a cada uno de mis hijos a terminar una etapa de su vida de estudiantes. Mi hijo mayor, Sebastián, se gradúa de la universidad y el lunes, después de que salga esta columna,  estaré con él celebrando este hito en una ceremonia donde vestirá toga y birrete. El jueves que acaba de pasar mi hijo Nicolás terminó la secundaria y celebró como lo hacen aquí: los chicos iban muy elegantes a una ceremonia con discursos en el jardín del colegio y luego fueron a una fiesta de gala. No se gradúan formalmente, porque no sabrán los resultados de sus exámenes finales hasta agosto, así que, más que una graduación, esta es una celebración del fin del colegio. Y para completar, Matías, el menor de mis hijos, termina una etapa preparatoria y deja la escuela donde él y sus hermanos aprendieron a leer e hicieron la primaria para pasar a un instituto donde, durante los próximos dos años, se preparará para los exámenes que habrán de llevarlo a la universidad.  

Se trata de un momento de grandes cambios en mi familia ya que, después de dieciséis años, dejaré de ir a la misma escuela donde llevé a tres niños a que aprendieran las primeras letras, para luego convertirse en adolescentes y, poco a poco, aprendices de adultos. Tantos años de graduar a universitarios y de oír los discursos de quienes los despiden vestidos de grandes galas no me han terminado de preparar para despedir estas etapas; es algo que solo se logra hacer en el camino mismo, cuando nos sucede. Porque, al final, las graduaciones son eso: despedidas que marcan la separación entre un momento en la vida y otro, y en nuestras sociedades modernas la educación es una de esas bisagras que ayudan a conectar una etapa con otra.

Tomo por ello esta oportunidad para compartir estas reflexiones sobre lo que nos espera al terminar la escuela y la universidad. Los jóvenes, casi siempre, tienen muchas ganas de salir al mundo y dejar las paredes de las instituciones que los cobijaron y que los marcaron, enseñándoles desde lo más básico, como leer y escribir, hasta lo más complejo, que es relacionarse con sus compañeros, así como aceptar, así sea a regañadientes, la autoridad de los maestros y los directores. Al final, lo que aprendemos en las aulas es mucho más que lo que se imparte en las clases. Lo que podamos saber sobre Historia, Geografía, Biología, Química o Cálculo nos puede ser útil o no, pero aprender a cómo relacionarnos con personas muy variadas y entender cómo funcionan las reglas en las organizaciones sociales resulta aún más importante.

La escuela y la universidad no son más que pequeños microcosmos donde formamos parte de una organización social, y lo que absorbemos ahí importa porque, así lo hayamos pasado bien o mal, así fuéramos buenos o malos alumnos, nos enseñan a cómo comportarnos, a cómo aprender y a cómo compartir. Al salir de la escuela y la universidad se nos abren una infinidad de oportunidades, podemos trabajar, seguir estudiando, viajar, pero ya no tenemos una estructura que nos indique qué paso seguir, qué examen aprobar, qué título obtener. Al salir de la institución ya no queda más que ir buscando el camino propio y de a pocos iremos encontrando por dónde nos lleva, y esto puede verse como un reto inmenso o como una gran oportunidad, aunque en el fondo sea un poco de ambas.

Es un momento, entonces, para comenzar a desplegar las alas y esto puede ser tanto una invitación seductora como una experiencia de incertidumbre, pues se abre el espacio para hacernos preguntas sobre quiénes somos, qué queremos y a dónde vamos. La escuela, y por extensión la universidad, para quienes siguen en el camino de la educación, es una etapa que algunos disfrutan más que otros, pero que nos marca y que nos hace quienes somos. Al salir al mundo a dejar alguna huella en él, llevamos con nosotros lo que hemos aprendido en las aulas que, como dije, no conlleva solo lo académico.

Así que ahora, mientras se despiden de sus diferentes etapas en la educación, les digo a Sebastián, Nicolás y Matías, alas y buen viento para todo lo que les trae el futuro. La escuela quedó atrás, pero confío en que se llevan con ustedes los aprendizajes.


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1 comentario

  1. enrique

    Es toda una etapa en las vidas de tus hijos y los padres tambien. A gozar
    Enrique

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