La democracia latinoamericana muere lentamente

Señales de alerta ante una crisis regional que deberíamos tomar muy en serio


José Rodríguez Ramos es periodista y analista internacional. Licenciado en Ciencias Sociales y Humanidades, en la Universidad de Palermo (Argentina). Diplomado en Comunicación Política, en la Universidad del Pacífico (Perú).


Este mes de setiembre, bastante cargado de conmemoraciones, se cumplió también un aniversario que pocos recuerdan. Hace 20 años, los países de la Organización de Estados Americanos se reunieron en Lima y firmaron la Carta Democrática Interamericana.

Fue una propuesta histórica, impulsada por el gobierno peruano tras la caída de la dictadura de Fujimori. Casi todas las naciones del hemisferio reafirmando la democracia como un derecho fundamental y poniéndose de acuerdo en una serie de principios para su buen funcionamiento. Incluso, se estableció una sanción concreta contra cualquier país que quebrase estas garantías: la suspensión de la OEA. Fue un ambicioso intento de promover el sano ejercicio democrático en el continente y desalentar cualquier proyecto autoritario.

Sin embargo, dos décadas después este aniversario es casi anecdótico. La Carta Democrática aún sigue vigente pero ha fracasado en su misión, al igual que otras iniciativas regionales similares. Hoy, la salud de la democracia latinoamericana está en su peor momento desde el inicio de este siglo.

Para empezar, la situación en Venezuela no encuentra una salida. El año pasado, una misión independiente de la ONU publicó un informe escalofriante sobre las violaciones a los derechos humanos del régimen de Maduro. Se documentaron abusos contra disidentes que incluyen actos de tortura, violaciones sexuales, ejecuciones extrajudiciales entre otros.

Por su parte, Nicaragua está rumbo a un futuro similar. Daniel Ortega busca su cuarto mandato consecutivo y para ello ha desatado una persecución descarada contra los candidatos opositores. Esto ya ha generado la condena tanto de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas, pero no hay signos de que el régimen vaya a ceder.

Sin embargo, la crisis democrática en América Latina no se limita a los gobiernos plenamente dictatoriales. En varios otros países viene sucediendo un agrietamiento sostenido de los sistemas políticos y sus instituciones protectoras. El Índice de Democracia, un informe global que elabora cada año la revista The Economist, ha rebajado la calificación promedio de la región por quinto año consecutivo, y actualmente solo caracteriza como “democracias plenas” a tres países latinoamericanos.

Como bien explican los politólogos estadounidenses Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su conocido libro Cómo mueren las democracias, es un error imaginar las rupturas democráticas solo en los términos tradicionales: con grandes golpes militares y tanques en las calles. Hoy las democracias mueren de otras formas. Son destruidas poco a poco desde adentro, por autoridades electas que actúan con motivaciones autoritarias o con gran irresponsabilidad. Fuerzan y menoscaban (en discurso y acción) los sistemas constitucionales que los llevaron al poder.

Es un fenómeno global, y es precisamente lo que viene sucediendo a lo largo de nuestro continente. Gobernantes y políticos en general, de ambos lados del espectro ideológico, pisotean las normas de juego y avanzan sobre las instituciones en sus cruzadas contra sus oponentes, reales o inventados. Cualidades necesarias en una democracia saludable —como la mesura en el ejercicio del poder y el reconocimiento del rival como un actor válido— han sido reemplazadas por la beligerancia constante, la radicalización, el irrespeto de libertades fundamentales, e incluso la tolerancia a la violencia. 

Ya sea que hablemos del avance ultrapopulista de Nayib Bukele en su sometimiento de las diferentes instituciones en El Salvador, o las abiertas amenazas contra la Corte Suprema y el sistema electoral brasilero por parte de la extrema derecha de Bolsonaro. Ya sea que nos refiramos a la aparición de peligrosos candidatos antisistema en países como Argentina, o la canibalización del sistema político peruano. El fenómeno de fondo en buena parte es el mismo.

El caso peruano es uno de los más particulares. Las embestidas contra el funcionamiento democrático y constitucional no han venido de una única persona o grupo político. Ha sido más bien una destrucción colectiva. Los cinco presidentes en cinco años; los intentos constantes de desestabilización, incluso durante la pandemia; el uso irresponsable de mecanismos como la disolución del Congreso y la vacancia presidencial; la preferencia electoral por las opciones de mayor perfil autoritario; la negativa de todo un sector del país a reconocer los resultados adversos; un presidente que parece no liderar su propio gobierno; y la radicalización de una oposición que se asocia con movimientos de extrema derecha. Son solo algunas de las postales más resaltantes de la decadencia del funcionamiento político nacional.

Hay que resaltar que, al igual que en otras regiones, esta crisis de la democracia liberal no sucede de espaldas a la sociedad, sino en concordancia con esta. Según los últimos datos del Barómetro de las Américas de LAPOP, publicados antes de la pandemia, el desencanto por el sistema aumenta sostenidamente en la opinión pública latinoamericana desde hace varios años. Las cifras de apoyo a la democracia, a las principales instituciones y a los partidos políticos están en sus niveles más bajos desde que se tiene registro. A su vez, el estudio muestra que existe un importante respaldo social a eventuales golpes de Estado si estos solucionaran los principales problemas locales. Es algo muy preocupante. Y no quedan dudas de que este año y medio de pandemia, con sus innumerables consecuencias humanas y económicas, ha profundizado esto. El covid-19 ha brindado una coartada a ciertos gobernantes antidemocráticos para endurecer el control social y político. Al mismo tiempo, el fracaso de los gobiernos democráticos en la protección de la salud y el bolsillo de sus ciudadanos ha creado el caldo de cultivo ideal para el surgimiento de actores antisistema.

Es tiempo de aceptar que la crisis democrática en América Latina no es una preocupación futura o hipotética, sino algo que en muchos casos ya estamos viviendo. Las graves señales del resquebrajamiento estructural están ahí. Pasarlas por alto, mientras se siguen alentando la polarización y las prácticas autoritarias, nos está llevando en un camino del cual será muy difícil regresar.

2 comentarios

  1. Lucho Amaya

    Uuufff, cierto todo sí. Viene sucediendo.
    Salvo algunos ejemplos sobre esa realidad en el Perú, debatibles en mi opinión (las vacancias, por ejemplo) es eso lo que viene sucediendo en América Latina… Nos acercamos a una época que creíamos superada, plenamente: La de las décadas intermedias del siglo XX, de dictaduras por todos lados, y dictaduras atroces… Con caudillos y políticos totalmente irresponsables y con ciudadanos aplaudiéndolos.
    ¿Cómo hacer frente a eso?
    Haciéndolo consciente, y su artículo contribuye a eso.
    Y no cejar en eso.
    Saludos

  2. Claudia Videla

    José, me hace eco tu escrito , no solo por el contenido, aunque podríamos discutir acerca de los antisistemas. Sino , más bien que erres del mismo lugar que me dio lugar para construir parte de mi ser en las aulas de la facultad de ciencias sociales y jurídicas de la ciudad de La Plata.
    Que todo lo bueno que busques te encuentre …

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