La ciencia nuestra de cada día


Propuestas creativas para acercar el conocimiento a los ciudadanos


Hace unas semanas estuve de paso por Buenos Aires con una lista de recomendaciones turísticas más larga que las horas que iba a pasar en la ciudad. Entre los lugares imperdibles había de todo, librerías, monumentos, estadios y algunos museos. Como es frecuente, los museos de ciencia se encontraban en la sección de ‘actividades familiares’, reafirmando que estos espacios tienen como público objetivo los niños y niñas. Entre estos, había uno que colegas divulgadores ya me habían sugerido en varias ocasiones: el Centro Cultural de la Ciencia. 

Este museo es diferente a los otros que ofrece la capital argentina, ya que se enfoca en el encuentro entre la ciencia y la sociedad, revelando cómo el conocimiento actúa en nuestra vida cotidiana, una propuesta alejada de aquellos que muestran la ciencia como algo abstracto. Por ejemplo, cuando los museos incluyen experimentos sobre las leyes de la física, pero no explican cómo estas actúan en situaciones comunes como la caída de un objeto o el choque de un carro. O cuando exhiben algunas especies de animales o plantas sin mostrar el ecosistema en el que habitan o indicar cómo estas interactúan con otras especies. 

Espacios como el Centro Cultural de la Ciencia responden a la necesidad de que los ciudadanos —y no solo los niños— entiendan cómo usar el conocimiento científico para entender el mundo y aplicarlo en su día a día. El espacio es parte del Programa Nacional de Popularización de la Ciencia y la Innovación que lidera el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. Sin embargo, este esfuerzo no es exclusivo del gobierno argentino, ya que muchos países de la región también se han embarcado en la promoción de la cultura científica siguiendo las directrices de la Unesco. Según esta, “la cultura científica es la base para ampliar capacidades endógenas de innovación e investigación y desarrollo experimental (I+D) en la sociedad, además de una herramienta clave en la construcción de ciudadanos del conocimiento”. 

Dentro del museo encontré dos atracciones que reflejan cómo la cultura científica entiende la relación entre la ciencia y la sociedad. La primera era la más popular: rodeada de unos 30 niños estaba la ‘Rueda de la Fortuna’ que les enseñaba a los visitantes a calcular porcentajes. Es evidente que la emoción de los niños no era por aprender matemáticas, sino que la actividad los invitaba a averiguar cuántos hinchas mujeres y hombres había entre cada cien de los equipos más populares del de fútbol argentino, como el Boca y el River. Con una calculadora gigante las pequeñas manitos iban multiplicando y dividiendo hasta encontrar las respuestas correctas para cada uno de los equipos. Aunque tenía claro que en esa actividad solo iba a ser espectadora, no me era difícil imaginar lo entretenido que resultaba aprender porcentajes de esa manera. Muy distinta a cómo me lo enseñaron en el colegio, donde los problemas de matemáticas siempre eran las situaciones más complicadas en las que alguien tenía que comerse 20 sandías o comprar y dividir pasteles. 

La segunda actividad que llamó mi atención no tenía el factor fútbol, pero sí la atención de los niños. En un módulo llamado ‘Espacio publicitario’ los chicos se recostaban en un sillón para tener un televisor encima de ellos, siendo lo único que podían ver. En las pantallas mostraban comerciales falsos, pero muy realistas, en donde la ciencia se usaba con fines de marketing. Se incluían los típicos anuncios de pasta de dientes donde 9 de cada 10 dentistas recomiendan una marca en especial, o aquellos en que se ofrecen productos mágicos que estaban ‘científicamente comprobados’. Los comerciales iban acompañados de explicaciones que ayudaban a los niños a discernir cómo la ciencia puede usarse de forma equivocada, por ejemplo, cuando ‘olvidan’ indicar que eran 9 de cada 10 dentistas entrevistados por la marca, o que ‘científicamente comprobado’ no significa nada si no es un producto regulado o que se haya investigado. Mi única crítica a esta actividad es que los sillones eran muy pequeños y solo cabían los chiquillos, cuando realmente somos los adultos los que solemos caer en estas trampas. 

La popularidad y cercanía de estas dos actividades me recordó una que yo misma había organizado en el pasado: el cebiche científico. Aunque esta acción no era parte de un museo, ni tampoco se vendía como cultura científica, sí lograba el mismo objetivo que las que observé en el museo argentino. En el cebiche científico los participantes llegaban con la curiosidad de cómo era tal platillo, y quizá con la ilusión de comer uno. Ambas expectativas se cumplían, pero además aprendían de parte de un biólogo de la zona cómo los esfuerzos por la pesca responsable influían en el tipo de pescado que consumimos en nuestros cebiches. También averiguaban qué interacciones químicas se dan en nuestras mesas cuando el limón se mezcla con los trozos de pescado, y cómo la comida es parte de nuestra cultura y nuestra historia. 

Ejemplos como los que he mencionado tienen la intensión de mostrar cómo la ciencia es parte de nuestro día a día. Sin embargo, también conllevan el riesgo de enseñar solo la ciencia con aplicaciones prácticas o enseñando el lado utilitarista del conocimiento. Dicha preocupación es conocida por quienes promueven la cultura científica, por lo que se intenta incluir en estas conversaciones la necesidad de las ciencias básicas y de la investigación teórica, motor para que el conocimiento científico siga creciendo. 

Tal vez conocer estos ejemplos nos produzca añoranza por espacios que en el Perú no tenemos, o por las formas nuevas de educación que nosotros no gozamos de niños. Sin embargo, es importante recordar que este interés por la cultura científica no es exclusivo de espacios como modernos y divertidos museos, ni solo de niños con potencial de ser brillantes científicos. El objetivo de la cultura científica es despertar en todos los ciudadanos, incluyendo los adultos y los no científicos, las ganas de buscar la ciencia en los momentos más cotidianos de nuestra vida, desde un cebiche hasta las estadísticas del fútbol. 


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1 comentario

  1. Sararosa Martinez Alvarado

    Qué buena forma de difundir la ciencia Gracias por compartirlo !

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