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La última canción de Shakira reaviva una vieja discusión sobre quién debe narrar los infortunios


Muy pocos recordarán ―o nadie, y estaría bien― que en el remoto 1990 Bertín Osborne popularizó en España su versión de ‘Me enamoro de ella’, el clásico de Juan Luis Guerra. Pero como los mecanismos de la memoria son misteriosos, yo sí tengo aún fresco el impacto que me causó escucharlo interpretar eso de “Yo era de un barrio pobre del centro de la ciudad. Ella de clase alta pa’ decir verdad, etc.”. El tema original, por el contrario, sí es muy digno de formar parte del repertorio emocional de los latinos: un merengazo con letra sencilla y encantadora. ¿Por qué la conmoción, entonces? Pues no por las escasas cualidades canoras del divo, quien desde hace más medio siglo destaca como émulo de Julio Iglesias (que es lo mismo que decir que si se es lo suficientemente apuesto y seductor, pedir talento pasa por angurria); sino porque Orborne, sempiterno habitante del papel couché, es nada menos que conde de Donadío, por los cuatro lados pulpa de la aristocracia ibérica. Famoso y millonario hasta el sinsentido gracias a lo heredado, acusado de cuchumil malversaciones y vivezas, un día acaso se levantó y dijo “Quiero para mi próximo disco este tema del pobretón simpático que en su pensión guarda dos cubetas para mojarse la vida y tiene que hacer magia para trabajar. Qué majo”.

No creo que haya pretendido ser cínico, aunque me falta contexto. Sospecho, más bien, que si lo pensó ―algo de lo que no podemos estar seguros― habrá considerado adecuado cantar una historia sobre el amor imponiéndose a las diferencias sociales, interpretando en la ficción musical a un miembro de la lejana base de la pirámide. También creo que Osborne, simplemente, es uno de aquellos que desde el privilegio no perciben lo arduo que es convivir 24/7 con la precariedad y, por lo mismo, de vez en cuando se les da por romantizar la pobreza.

Todo este asunto me ha venido a la cabeza tras el estreno de ‘El jefe’, el nuevo hit de Shakira junto a los californianos de Fuerza Regida.

La canción, cuya letra parece más bien escrita por Molotov ―“Tengo un jefe de mierda que no me paga bien. Yo llego caminando y él en Mercedes-Benz. Me tiene de recluta el muy hijo de puta”― es creación de la misma artista junto con otros tres compositores (a diferencia de la de Osborne, un cover), y busca ocupar el lugar de enunciación de un subempleado pero no para ennoblecer su condición, sino para putear por ella y reclamar el maltrato del que es víctima. 

Shakira, con sus 300 millones de dólares de patrimonio ―lo que deja a Osborne casi “rodando en una trate con un pie adentro, otro afuera”― ¿tiene derecho a interpretar algo así? O dicho de otro modo: ¿puede hacerse aun más rica cantando sobre la bronca del pobre poniéndose en la tesitura de uno?

La respuesta automática es que sí. En principio, sí. En lo formal. La controversia gira alrededor del plano moral.

Los defensores dirán que la canción es buena (a mí se me pegó al toque); que un artista, por definición, es libre de abordar todos los aspectos existenciales; y que, si va a ser un hitazo intergaláctico, pues qué mejor que aborde ―sin remilgos, además― un tema tan feo y persistente. Los detractores, por su lado, afirmarán que no se puede ser tan conchudo (“Qué sabrás tú de lo que es vivir misio”); que la colombiana está sacando partido de la provocación que, calculada, sabía que generaría (y que supo incluir, otra vez, una chiquita dirigida a la familia del exmarido, lo que ha causado el previsto revuelo en la prensa rosa española); que se pone del lado de la corrección política ‘extrema’. Y luego hay un punto que, al principio, no había percibido: el del formato.

Musicalmente ‘El jefe’ es un corrido tumbado (o corrido humilde, o trap corrido), un subgénero muy reciente que viene a ser un corrido mexicano clásico, norteño, pero con dos innovaciones: las letras y la estética dejan de ser cursilerías o hagiografías del narco entonadas por bigotones ensombrerados para entronizar la cultura reggaetonera, por demás conocida; es decir, si uno ve un video con subtítulos de, por ejemplo, Peso Pluma, Yahritza y su Esencia o los mismos Fuerza Regida, podría pensar que está frente al trap más bellacoso. Y si hace lo contrario ―o sea, aislar lo demás y quedarse solo con la música― supondría que se trata de El Fantasma o Los Tigres del Norte. La suspicacia está en el aprovechamiento de la artista no solo de un género en plena ebullición (aunque ya lo había hecho Bad Bunny con el Grupo Frontera); sino que, además, por una parte está vinculado a la frivolidad, la hipersexualización, la consagración del dinero; y por la otra, siguiendo el tronco del que sale la rama, la veneración de los más nefastos patrones.

Asimismo, hay otra forma de cuestionar la postura de Shakira: ¿ella misma es una buena jefa? Si bien en la canción se le hace un ‘reconocimiento’ a Lili Melgar, la cuidadora boliviana de los hijos del que fuera el matrimonio Piqué-Mebarak a quien “no le pagaron la indemnización”, han surgido ya testimonios de exempleados de la artista como Cristina Castaño, quien asegura que esta es tan déspota y tacaña como el peor de los mandamases. Entonces ¿se puede hacer y cantar una canción ‘de protesta’ siendo uno mismo el motivo de la protesta?

(Por cierto, una actriz peruana, Miriam Saavedra, ganadora de una de las tantas versiones de Gran Hermano, ha acusado a la colombiana de plagiarle para la coreografía del video su ‘baile del gusano’. Y no le ha pagado, claro).

(Una digresión: todo esto me hizo recordar, también, que cuando fueron publicadas las novelas La hora azul (2005) y Abril rojo (2006), de Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo respectivamente, se alzaron muchas voces a cuestionar no la calidad literaria de los libros, sino la autoridad moral de ambos escritores ―hombres blancos, limeños y acomodados― para escribir sobre algo tan delicado como el conflicto armado interno sin haberlo vivido en carne propia, lejísimos de la zona más sangrienta. Encima, ambos libros fueron premiados con galardones como el Herralde y el Alfaguara; es decir, el mundo letrado ―y de alguna manera el mundo, a secas― reconocía y valoraba su versión del asunto. Una versión, siempre según los detractores, no autorizada).

Ya veremos cómo sigue este corrido. Por lo pronto va por los 34 millones de vistas solo en YouTube en una semana, y 15 millones de pases en Spotify. Puedo imaginar a miles de jóvenes despreocupados bailándolo y coreándolo este fin de semana alrededor del mundo.

Cantando los infortunios de la clase trabajadora y los migrantes, esta mujer sí que factura.


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