Novedades que deberían alertarnos sobre qué sociedad nos espera
Pareciera que en tiempos recientes un espíritu deshumanizador se hubiera apoderado de las decisiones más visibles que atañen a mi país. Hace unos meses, decenas y decenas de peruanos murieron en protestas contra el régimen de Dina Boluarte y nuestra principal cartelera política y, en lo que es un escándalo que algún día la historia reparará, no hubo ni una sola renuncia por eso que en cualquier diccionario sería descrito como masacre. Hay más, por supuesto. Tiempo después, los peruanos nos enteramos de que un comité de las Naciones Unidas condenó a nuestro Estado por dinamitar la vida de una jovencita llamada Camila: una niña que era violada consistentemente por su padre, que quedó embarazada de él, y a la que su centro público de salud no le otorgó la prerrogativa del aborto legal que desde 1924 existe para estos casos y que, cuando tuvo un aborto espontáneo, fue investigada por la Fiscalía y condenada por autoaborto. Es decir, la inhumanidad de las pesadillas: ser violada y embarazada de forma atroz para que, encima, el Estado que debería protegerte, te castigue. A propósito de esto, un poco antes de esta condena, tres peruanos zopencos que en cualquier país de exigencia media no podrían ejercer como periodistas deportivos, tuvieron la audacia de opinar airadamente y entre risas en contra de las voces que exigen políticas contra ese machismo que mata o hiere de por vida.
Y en una noticia que sería escandalosa en cualquier sociedad que entienda a la educación pública como la principal puerta al desarrollo humano según las capacidades e intereses de cada quien, nuestras cuatro escuelas nacionales de arte —Bellas Artes, Folklore, Arte Dramático y Ballet— acaban de ver recortados sus presupuestos en más de un 60 %.
Basta este breve recuento para dejar en claro que para quienes deciden los destinos de mi país, hay vidas que merecen más respaldo oficial que otras. Así, mientras más lejos vivas del corazón de Lima, tu familia será menos visible para exigir una rendición de cuentas sobre tu asesinato; mientras tengas una vágina y menos español hables, más riesgo correrás de ser minimizada impunemente por tres sabihondos capitalinos que, obviamente, nacieron con pene; y si eres un joven peruano al que el azar no le permitió nacer en un hogar rico y tienes inclinaciones artísticas, quizá debas pensar en emigrar a un país vecino o en dedicarte a algo que no sea tu verdadera vocación.
¿Qué fenómenos hacen posibles los casos deshumanizadores que he mencionado?
En los primeros casos aparece con rutilancia nuestro racismo estructural, por supuesto, en alianza con el centralismo secular de nuestro país. Y, además, un sistema machista que lo inunda todo, de manera tan naturalizada, que la mayor parte del tiempo no nos percatamos de que lo respiramos. Sin embargo, en el caso de nuestras escuelas de arte, es claro que, además, existe una deformación cognitiva entre nuestros decisores sobre la importancia de la cultura para enriquecernos como sociedad. A ella me provoca ahora dedicarle más análisis.
Temo que cada vez más, quizá desde inicios de la década de 1980, nuestra sociedad ha tendido a aquilatar en exceso la acumulación de activos tangibles por encima de los activos —¿cómo llamarlos?— espirituales: hemos privilegiado el PBI o las obras de concreto, y mucho menos los indicadores de armonía o la calidad del aire. ¿Nuestros hijos quieren dedicarse a diseñar procesadores o a construir puentes? Qué alegría. Pero qué atisbo de decepción cruza nuestra mirada si su vocación tiene que ver con las invisibles notas de una canción o el efímero acto de encarnar un personaje. Con qué pasividad atestiguamos cómo los asientos más prestigiados en los gabinetes ministeriales están asignados a las finanzas y a la infraestuctura, y de qué forma la cultura es casi una invitada por compromiso. Que no se me malentienda: la infraestructura une a los seres humanos y dinamiza las economías: los trenes y carreteras acortan distancias físicas y hacen viables a las relaciones. Sin embargo, es necesario que una enfermedad —o una pandemia— nos vuelva vulnerables, que la distancia nos vuelva nostálgicos, que un acontecimiento deportivo nos recuerde lo gregarios que somos, que unos gringos vengan a filmar una película en Machu Picchu o que, simplemente, estemos hastiados o aburridos, para que nos demos cuenta de lo incompletos que somos sin las canciones, los bailes, la belleza de las imágenes y las narraciones. Además, los bienes tangibles generan réditos, por supuesto, pero la cultura genera adicionalmente esa cualidad que tanto nos falta para cohesionarnos en esta sociedad atrincherada: la tan valiosa identidad. Cantar las mismas canciones, encontrarnos en el mismo baile, proyectarnos en historias comunes: es decir, reconocernos como humanos en una raíz común. Ni más ni menos, es contra ello que atenta esa decisión dizque tecnocrática de rebajarle el presupuesto a nuestras escuelas de arte.
Aunque esta anécdota referida a Churchill durante la Segunda Guerra Mundial nunca ha sido confirmada, no es imposible de creer: se dice que cuando el ministro de Finanzas de su gobierno le planteó la necesidad de recortar el presupuesto de cultura para afrontar el gasto que demandaba la guerra contra el nazismo y el fascismo, Churchill le respondió: “¿Entonces, para qué peleamos?”.
Mi país, el Perú, es el heredero de una de las cinco grandes civilizaciones que ha visto nacer la humanidad, y una potencia cultural que aún se mantiene viva.
Y, sin embargo, ahora le cortamos las alas a quienes podrían mantener vigente esa tradición.
Si eso no es rendirse y dejar que la estupidez gane la batalla, entonces no sé qué es.
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Hace decenas de miles de años, individuos de las especies Homo neanderthalensis y Homo sapiens dieron testimonio de su humanidad creando arte. Los términos «deshumanizador» e «inhumano» son precisos para caracterizar el comportamiento de quienes nos gobiernan actualmente.
Gracias, Jorge, por ese complemento.
Un abrazo.
Sería bueno dejar los modelos eurocentristas de desarrollo, que le deben su estado de bienestar a la colonización de países como el nuestro y buscar sus resultados sin aplicar sus métodos es un despropósito. Debemos mirar más a las culturas asiáticas, donde la cohesión entre estado-empresa ha logrado el desarrollo y orgullo en sus tradiciones, el modelo se repite varias veces tanto en China, Japón, Corea, Singapur, pero no, tiene que ser el ideal europeo el que tenemos que perseguir por pura alienación cultural (incluida la academia).
Ajá. Interesante.
ASNOS ESTÚPIDOS
(murmuró Narón)
Las cuestiones políticas son siempre debatibles, y digo esto para no sentirme mal conmigo mismo.
¡Cuánta razón, en todo lo demás!