Herederás la lectura


Reencuentro póstumo con una persona importante de mi vida


No es la primera vez que escribo sobre María Bardales, ni será la última.

Yo tenía cuatro años cuando mis padres me dejaron por una temporada en la casa de mi abuela paterna en Trujillo, mientras ellos organizaban nuestra mudanza desde Lima y de esta forma, sin saberlo, propiciaron un encuentro que me cambiaría la vida.

En aquella casita, delgada como un bambú, junto a mi abuela y su esposo vivía la Lola, una ocurrente señora cajamarquina que se encargaba de los trabajos domésticos, y su hija María, que por entonces cursaba el último año de secundaria y quería estudiar pedagogía. El esposo de mi abuela era maestro de primaria y tenía una pequeña biblioteca en esa casa, y encuentro muy probable que su presencia haya influenciado a aquella quinceañera para tener esa vocación. Una de esas noches ocurrió mi milagro personal: la adolescente María entró a mi habitación con un libro en las manos y desde entonces se dedicó a leerme una historia cada día antes de dormir. Recuerdo la luz débil de la lámpara, su voz grave y armoniosa, ondulada como un mar sereno y esa portada verde con el título “Los titanes de la literatura infantil”. Cual Sherezada que en lugar de temer perder su cabeza teme que otros dejen de enriquecerla, su voz me introdujo en los relatos de los hermanos Grimm, de Perrault, de Las Mil y Una Noches, de Oscar Wilde, de Andersen, y fue el cariño con que ejercía aquel ritual lo que terminó por obrar una maravilla que en ese momento ninguno de los dos podía imaginar: que aquel objeto con párrafos impresos en papeles encolados que tenía entre las manos se convirtiera en un pasaporte al bienestar. Más que las historias que me fascinaba escuchar, la verdadera herencia de esas noches fue interiorizar que en el futuro los libros podrían acompañar mi soledad y llevarme a conocer lugares, situaciones y conocimientos que no podría saber de otra manera.

Muchos años después, cuando era yo quien le leía cuentos a mis hijas, María murió de cáncer. A pesar de que mi relación con mi familia paterna entonces era casi inexistente, pude hablar con ella por teléfono. Recuerdo que le hice saber lo importante que había sido para mí en aquel momento clave para fertilizar la mente de un niño, pero nunca sabré si llegó a entender la magnitud de mi certeza. 

Por fortuna, hace poco puede contactarme a través de Facebook con uno de sus hijos, Víctor Contreras Bardales, quien hoy es un fotógrafo tan amable como talentoso. Confieso que le escribí con pudor, esperando que no se notara demasiado la veneración que le tengo al recuerdo de su madre. Cuando le pregunté si se consideraba un lector, su respuesta fue rotunda. Con los años, la adolescente que me tocó conocer se convirtió en maestra, en madre y en esposa de un poeta que le acercó a Víctor y a sus hermanos no solo libros, también audiolibros; en las noches los juntaba en la misma cama y los sumergía en relatos orales que les hacían destellar la imaginación en la penumbra, y a menudo usaba títeres para otorgarle una nueva dimensión a las historias que había leído. Me dice Víctor que él no tiene hijos, pero que su hermana Lucero es la madre de Micaela, una pequeña que lee y dibuja hermosamente, tal como lo hacía su abuela, la María de mis recuerdos.

Sin saberlo conscientemente, María Bardales fue la primera y única animadora de la lectura que tuve en mi vida, a pesar de que yo aún no sabía leer. Ya lo dije: preparó el terreno para que, llegado el momento en que pudiera descifrar aquellas inscripciones, mi voluntad me llevara a tratar de reproducir el embeleso que sentí ante aquel primer libro abierto. No fui testigo de la labor de María en sus salones de clase, solo fui un afortunado que durante una temporada recibió su influjo en su esfera doméstica, pero puedo imaginar que si conmigo fue la animadora que he descrito, como profesora debió haber sido una formidable mediadora de lectura, ese término que los especialistas en la formación de lectores han empezado a revalorizar, tal como lo leí en el reciente libro que la Biblioteca Nacional del Perú ha editado con los hallazgos y reflexiones de Felipe Munita, porque acceder a los libros es un primer paso vital que requiere carisma y un espacio adecuado, pero generar una lectura crítica requiere pedagogía.

Imagino a mi María querida cautivando a sus niños con la historia sacada de un libro, y luego la veo desplegar las herramientas que no pudo usar conmigo porque yo aún no leía, ni ella era aún maestra: los anima a leer otro libro que ha escogido con amor, les hace preguntas para iluminar la psicología de los personajes, les señala los ardides de la voz narrativa, los junta en círculo como en un club de lectura y cada niño ofrece una interpretación diferente; rituales e intercambios que, al final, construyen una comunidad de lectores.

Egoísta y vanidoso, en mi narrativa personal era yo el protagonista de los impactos causados por la vocación de María Bardales, y hoy, con emocionado asombro, compruebo que sus herederos somos más, que la hermandad de la lectura engrosó sus filas gracias al cálido fuego que irradiaban todas las voces que formaban su voz.

8 comentarios

  1. Paul Naiza

    Gustavo, que motivador leer la fortuna que tuviste con «María» y, la trascendencia que dejó en varios alumnos suyos…la lectura es el elixir de la vida, siempre nos mantendrá ¡vivos! .

    • Gustavo Rodríguez

      Vivos, o viviendo más allá del territorio que intuíamos. ¡Gracias, Paul!

  2. Rodolfo Bravo

    Que Linda historia Gustavo ..que nos demuestra la importancia de tener lindas experiencias desde niños, las cuales muchas veces marcan nuestro futuro final ! Más éxitos y un abrazo

    • Gustavo Rodríguez

      Rodolfo, muchísimas gracias.
      ¡Otro abrazo!

  3. Silvia Matuk

    Gustavo , emociona leer tu relato de reconocimiento a Maria! Dice mucho de tu grandeza. Abrazo

  4. Silvia Matuk

    Gustavo, emociona leer tu relato de reconocimiento a Maria. Dice mucho de tu grandeza

  5. Edgardo Li

    Tu historia me emociona mucho. Por compartirla.

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