Este artículo no es sobre Bartola


La declaración de una cantante es una gran excusa para ampliar conceptos


¿No es ya muy tarde para escribir sobre Bartola?, me preguntó un ávido lector de Jugo de Caigua cuando le comenté mi intención de cumplir la promesa que hiciera en mi artículo de la semana pasada. En realidad, no, le respondí y se los comento ahora a ustedes, aunque en estricto las siguientes líneas no interpelarán a nuestra cantante y su opción personal —absolutamente válida— de enunciarse como una mujer peruana y no como una mujer afroperuana. En realidad, este artículo tratará sobre algunas de las formas en que usted, Bartola y yo reproducimos el racismo y sus dinámicas en el Perú. 

Primero, recordemos algunas premisas fundamentales: siempre es urgente la necesidad de recordar que el racismo Marca Perú es un fenómeno sistémico. No es un juego de unos contra otros, ni un enfrentamiento de buenos versus malos: el racismo es un conjunto de ideas compartidas por todos, consciente o inconscientemente, que responden a la noción de que a ciertos grupos humanos les corresponden ciertas características intelectuales, culturales, sociales o de personalidad. Explicado de otra manera, que los afroperuanos son así, los indígenas andinos son asá, y las personas tusán son de esta otra manera. Esto involucra un ejercicio consciente o inconsciente, deshumanizante, de generalización —todos los x son y— y otro ejercicio, a manera de consecuencia, de jerarquización: valoramos mejor o peor ciertas características de personas y, en tanto ciertos grupos compartan o no estas características, unos grupos serán mejor o peor valorados por la sociedad. 

Lo anterior es importante porque estas ideas generalizadas sobre “cómo son” los diversos grupos humanos que componen el tejido de nuestra nación no son exclusividad de unos u otros. Desde el nacimiento mismo de nuestra Colonia y el establecimiento de una república de indios y otra de españoles, las normas ya establecían tratamientos diferenciados hacia diversos grupos humanos. El racismo, como sistema-guión social, sigue existiendo hoy y se alimenta de las acciones e inacciones de todos nosotros, las cuales, además, son protegidas por algunos de sus policías más fieles: también nosotros.

Es verdad que, al día de hoy, el exterminio deliberado y/o sistemático de un grupo étnico-racial como parte de una estrategia de limpieza racial no es socialmente aceptado, pero este extremo no es el único tipo de racismo que existe. Algunas de las formas en que todos protegemos al racismo nuestro de cada día son mediante (i) herramientas discursivas. Por ejemplo, cuando minimizamos, negamos o relativizamos el racismo existente en la sociedad: “Te estás imaginando cosas”, “ves racismo en todos lados”, “no hay racismo porque yo no lo veo/siento” y “se victimizan solos” son ejemplos concretos. Otra forma de proteger al sistema incluye (ii) la afirmación de una racionalidad eurocéntrica como la única perspectiva válida y la negación, objetivación o minimización del otro y/o de sus experiencias. Por ejemplo, la exotización de los sujetos afroperuanos como sujetos “no pertenecientes” a ciertos espacios, esperar que la persona afro explique cómo y por qué el racismo existe, y cómo y por qué el racismo le afecta, en vez de informarnos nosotros, o de plano asumir que estos temas solo les conciernen a las poblaciones racializadas. Finalmente, nuestro sistema racial se sostiene en (iii) la indiferencia o el silencio de todas aquellas personas a quienes “no afecta” el racismo, o de quienes no se sienten suficientemente involucrados para utilizar su voz. Esto ha implicado la asunción histórica de que las “buenas intenciones” son suficientes, la exaltación de los sujetos colonizadores y esclavistas como los héroes de las historias, y varios temas adicionales, como la omisión del reconocimiento del enorme aporte económico que significó para la naciente república peruana la mano de obra gratuita que la sostuvo en sus primeros años. 

El racismo genera, soporta y justifica una estructura de poder. Y es un conjunto de ideas que todos escuchamos, interiorizamos y, de una u otra manera, reforzamos. En tanto no es exclusividad de unos y otros, los afroperuanos también podemos ser racistas y jugar a favor del sistema. En efecto, todo sistema social requiere de agentes y policías que lo recreen y refuercen y, en este sentido, las personas racializadas no somos especiales. El sentimiento antiindígena o antinegro no es exclusividad de las poblaciones blancas, blanco-mestizas o criollas. Nosotros, las personas racializadas —negras o afroperuanas en este caso—, también hemos mamado de estas mismas ideas. 

Las excepciones existen. El éxito de unos —muchas veces a raíz de su esfuerzo personal, pero también a pesar de todos los pronósticos—, no invalida las desigualdades estructurales a las que muchas personas en los diversos grupos sociales en el país se enfrentan, todas sustentadas en cifras nacionales, además. La libertad para autodeterminarse con base en la identidad o identidades de preferencia también existe, con el consecuente espacio para enunciarse desde la misma. Sin embargo, el ataque a la lucha de miles de personas relativizando su bandera política con base en el excepcionalismo personal, es ruin e innecesario. Saludo y felicito genuinamente que usted no sienta un “flagelo” en su vida, pero no se atreva a negar el que puede estar estallando sobre su vecino, sobre todo si quien lo empuña es usted.


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