Érase una vez, en los bares


Tras un horrendo atentado, un llamado a la acción global


Katie Hultquist es la directora de donaciones de liderazgo en Outright International, una organización que por más de 30 años viene luchando por los derechos LGBTIQ alrededor del mundo. Con más de 25 años de experiencia en la gestión de organizaciones sin ánimo de lucro y en la recaudación de fondos en el sector de la justicia social, Katie es una apasionada feminista y aliada de las personas trans, comprometida con los enfoques interseccionales de los derechos humanos y los movimientos de justicia social. Originaria de San Francisco, Katie vive en Seattle con su esposa y sus tres hijos.


Hubo una época en la que me pasaba los fines de semana bailando en los bares queer de Washington D.C. Había llegado a la capital estadounidense con 22 años y solo un par de años antes había salido del clóset. Durante el día, mis amigas y yo teníamos un club de lectura de lecas —¡check!— y organizábamos regularmente marchas y protestas de lecas —¡otro check!—. Y todos los viernes y sábados, salíamos para pasar una noche de risas, amistad y tal vez algo de coqueteo, si me animaba. Recuerdo que actuaba como bailarina de apoyo en espectáculos de drag kings y conversaba durante horas con mis amigas mientras tomaba unas cervezas en uno de los bares de lesbianas más antiguos del país. 

Nunca olvidaré la música, el baile alegre y la libertad de estar juntas en un lugar que sentíamos como nuestro. A menudo, no sentíamos —y muchas todavía no lo sienten— que podíamos salir del armario ante nuestras familias, en el trabajo o en la calle, pero dentro de estos clubes nocturnos sí podíamos sentirnos seguras, en un lugar al que sentíamos que pertenecíamos. No está de más recordar que nuestra seguridad y nuestra libertad le tenía una deuda histórica a los clientes LGBTIQ+ del Stonewall de Nueva York y de otros innumerables bares del país, que eran reprimidos constantemente por las redadas, pero que siguieron bailando y luchando hasta que fue más seguro para todos nosotros y nosotras .

Lamentablemente, hoy escribo estas líneas con el corazón hecho pedazos debido al horrible ataque de ayer en el que murieron cinco personas de la comunidad LGBTIQ+ en el Club Q de Colorado Springs, seis años después de que también fueran asesinadas 49 personas en el club nocturno gay Pulse de Orlando.

Mi corazón también se rompe algo más cada año, cada 20 de noviembre, el Día de la Memoria Trans, cuando lloramos a las personas trans y de género diverso que han sido asesinadas —327 en todo el mundo durante el año pasado— con una gran desproporción hacia migrantes y personas afrodescendientes. 

Lloro, también, cuando leo la investigación de la organización Outright y de nuestros socios en Kenia, Nigeria y Sudáfrica, que documenta que más de la mitad de los 3.000 encuestados han sido sometidos a alguna forma de práctica de conversión perjudicial, que incluyen exorcismos, violación correctiva y otras formas de abuso.

Me siento desolada, además, al ser testigo de la discriminación y la violencia generalizadas en Irak, especialmente hacia las mujeres queer y transgénero, que se enfrentan a las normas patriarcales imperantes y a la violencia de género, incluidos el matrimonio infantil y los crímenes de honor.

Temo, también, por la comunidad LGBTIQ de Ghana, donde la represión a sus derechos por parte de los líderes políticos y religiosos ha dado lugar a la introducción de un proyecto de ley draconiano que restringe aún más sus derechos y alimenta la violencia contra las personas queer en todo el país.

Lamento, por supuesto, las amenazas a los afganos LGBT, que han denunciado haber sido atacados, agredidos sexualmente o amenazados por miembros de los talibanes y, en algunos casos, abusados por sus propias familias, vecinos y parejas desde que el país cayó bajo su control en 2021.

Si usted es espectador del Mundial masculino de fútbol, no está de más hacerle recordar que el código penal de Catar criminaliza las relaciones entre personas del mismo sexo y acoge una interpretación de la sharia que puede imponer la pena de muerte. El estigma y la persecución son tan grandes, que no es posible que las personas LGBTIQ del país se manifiesten públicamente, y la presión internacional puede ponerlas en riesgo de sufrir represalias y violencia.

Finalmente, estoy continuamente alarmada y enfurecida por la creciente ola de transfobia y legislación antitrans en muchas partes de los Estados Unidos, un país que está atacando y convirtiendo en chivos expiatorios a muchos amigos, colegas y seres queridos por el simple hecho de intentar ser quienes son.

Debemos reconocer que estas tendencias y amenazas están conectadas. A menudo son financiadas, perpetradas y alimentadas por las mismas personas, instituciones, líderes políticos y medios de comunicación —o por otros relacionados— que avivan las llamas de la homofobia y la transfobia con efectos perjudiciales y, a menudo, mortales. La única manera de crear un mundo que nos ame, acepte y honre a todos es permanecer juntos. Necesitamos que las personas LGBTIQ sigan apoyándose mutuamente, que las personas cis se manifiesten contra los ataques a toda comunidad trans, o que apoyen a los activistas queer que están construyendo su movimiento desde la base en casi todos los países del planeta.

Y sí: necesitamos más aliados que nos acompañen.

Hoy estoy de luto, pero agradezco el amor, los pensamientos y las oraciones por nuestra comunidad. También estoy enfadada, y les pido que no miren hacia otro lado, ni sigan de largo. Deberíamos estar seguros en nuestros propios espacios. Deberíamos estar seguros en todas partes. Por favor, presten atención a lo que está ocurriendo aquí y en todo el mundo, y hagan algo. Nuestras vidas dependen de ello, literalmente.

(Traducción al español de Alberto de Belaunde)


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