En el nombre del padre


Es hora de dejar la orfandad ciudadana 


Hoy celebramos el Día del Padre y nuestro país se siente más huérfano que nunca. A dos semanas de acudir a las urnas aún no se han proclamado los resultados y muchos tenemos la sensación de que el país está siendo arrastrando al despeñadero: la ausencia de un camino claro que nos lleve a una transición democrática nos deja en situación de zozobra. 

            La figura de un gobernante es la que más se parece a la de un padre. Las monarquías se predican en la figura de una familia y un cuerpo, donde el rey es padre y cabeza. En la transición del sistema monárquico al presidencialista la idea de un “jefe de Estado” se mantuvo de tal manera que, incluso en la mayoría de sistemas representativos parlamentarios –donde las decisiones las toma un primer ministro–, se elije también un presidente cuya función es plenamente ceremonial. 

            Estos últimos cinco años el desgaste político ha sido inmenso en el Perú y nuestro país ha buscado un padre tras otro. Cuando Pedro Pablo Kuczynski derrotó en las urnas a Keiko Fujimori por menos votos que los que la separan hoy de Pedro Castillo, muchos quisimos ver en él a un padre capaz de sacarnos adelante. Su experiencia como ministro y hombre de negocios traía buenos augurios para su desempeño en el Ejecutivo.

            Pero la estabilidad le fue esquiva ya que su rival en las urnas controlaba el Congreso y la sombra de otro padre se fue haciendo cada vez más intensa: el indulto a Alberto Fujimori se presentó como una opción para dividir a sus hijos y partir en dos la bancada congresal que había hecho imposible gobernar desde el primer momento. La liberación del expresidente encarcelado dio inicio al fin del régimen.

            El reemplazo de Kuczynski trajo a muchos la ilusión de haber encontrado, finalmente, a un “padre” que nos cuidara. Incluso, se instaló la idea de que los gobernantes que no elegimos como Valentín Paniagua –y ahora Martín Vizcarra– eran los mejores. Sus primeros meses trajeron algo de estabilidad a pesar de sus enfrentamientos con el Congreso, y su maña nos dejó una reforma del sistema político a través de un referéndum, además de un nuevo Congreso que nadie pensaba que podía ser peor que el anterior.

            Aquello ocurrió antes de la pandemia y, cuando esta se desató, los peruanos agradecimos tener a una figura paterna que nos cuidara, que nos forzara a quedarnos en casa durante la cuarentena y que nos hablara todos los días de manera firme. Después de tantos meses de orfandad, el liderazgo de Vizcarra llenó un gran vacío, sobre todo en tiempos difíciles e inciertos.

            Quizás por ello el dolor ante su caída fue tan fuerte. Sabemos que no hay decepción más grande que la que sigue a la ilusión. Cuando el Congreso defenestró al Presidente y, una vez más, el país se vio envuelto en la vorágine, muchos protestaron en defensa de Vizcarra, solo para enterarse de sus fechorías poco después, siendo la más imperdonable –a ojos populares– su vacunación a escondidas y con mentiras.

            Tras él, Sagasti fue también una figura paterna y en estos meses ha logrado lo que parecía imposible cuando asumió la presidencia: una vacunación ordenada y equitativa. Frente a un Congreso hostil y listo a lanzársele encima, ha podido mantenerse en el rumbo y organizar las elecciones.

            En estos meses electorales nos hemos enfrentado a muchos de los fantasmas que nos atraviesan como sociedad y, entre ellos, uno de los más grandes es nuestra profunda decepción con los “padres de la patria”: con padres como los que hemos tenido, la orfandad no parece tan temible. 

            Ahora, ad portas de tener un nuevo “padre”, el enfrentamiento ideológico de las elecciones continúa. Quizás ya es hora de dejar de creer tan firmemente en que una persona solucionará nuestros problemas y poner manos a la obra para enfrentarlos nosotros mismos.

4 comentarios

  1. Marcia Roeder

    Muy buen artículo! Habría que continuar indagando si esa matriz patriarcal de la sociedad posiblemente requiere dejar aparecer una dimensión matriztica que está invisible y subvalorada.

  2. Maria Soledad Garcia Nunez de Stephenson

    Muy cierto, somos hijos de padres ausentes y que sería mejor que no estuvieran, porque dañan. La excepción es el Presidente Sagasti, espero no equivocarme, porque espere esa protección de un estado responsable para todos, pero nunca llegó ni con PPK gracias a kf + 73 y luego de vizcarra y su comportamiento.
    Yo pensaba que por las razones que fueran, habían países con Primeros Ministros y por otras razones Presidentes. No sabía que había presidentes solo como figuras sobre primeros ministros. Pensaba que tenía que haber una monarquía, pero en Canadá no la hay, por ejemplo Tengo que empezar a leer nuevamente y necesariamente.
    Gracias,

  3. Freddy

    Muy buen punto de vista. Es muy difícil descifrar los actos de nuestros gobernantes, en un momento los puedes idealizar y luego pasa el tiempo y nos enteramos de sus oscuros actos que afectan a nuestra sociedad. Esperemos que esto cambie. Estimada Natalia gracias por este aporte.

  4. Lucho Amaya

    Respetuosamente, he tenido representación de grupos, de aula en la universidad por ejemplo, y nada más alejado de mí que alguien me llegara a ver como un padre… Hasta donde sabemos, y por definición, un presidente es un mandatario, el que recibe un mandato… Ver como padre, aun simbólico, a un presidente no es propio de la democracia, o del sentir democrático, en mi opinión… Lo que no significa, por supuesto, que haya, como en su caso, que así quieran verlo.
    Saludos

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