El trauma de la discriminación


¿Cuántas veces tiene sentido revivir una experiencia dolorosa?


Aún me toma por sorpresa cuando me preguntan si alguna vez he sido discriminada racialmente. Me asombra que sea una pregunta, y pienso qué pasaría si mi respuesta fuera no. Cuando era más joven y me lo consultaban intentaba elaborar una respuesta. Me tomaba un minuto para recordar algún evento que cumpliera con las expectativas de la entrevista académica o mediática. Hoy reflexiono sobre las implicancias de preguntar abiertamente sobre un hecho traumático banalizado por el cotidiano y la reincidencia.

Luego de compartir con una persona extraña alguna anécdota de la escuela, la universidad o el trabajo, quedaba en mí una sensación de vacío. Sentía que no podía cumplir con la expectativa de contar un hecho suficientemente extraordinario como para hacer notar lo grave de la situación. De fondo había una repregunta tácita, algunas veces hecha explícita: ¿cómo sabes que eso pasó por tu raza?

Las personas que vivimos la experiencia de la estigmatización de nuestros cuerpos (no solo aquellos racializados negros) notamos matices sutiles en las actitudes de nuestro entorno. Así como los percibimos, también aprendemos a obviarlos para hacer la convivencia más llevadera. La mayoría de veces que alguien me preguntaba por mis experiencias de discriminación, la respuesta más sincera era “No me acuerdo”. No porque haya sido mucho tiempo atrás, ni porque no haya pasado. Hábilmente, mi cerebro decide bloquear las situaciones en las que se me trata de forma diferenciada. 

Cuando la pregunta era dirigida hacia mí como vocera de la comunidad afroperuana, se sumaba otro reto. Si es suficientemente difícil recordar y compartir de forma objetiva una experiencia, hacer de ella un relato representativo resultaba casi imposible. Las personas que se autoidentifican como afroperuanas o negras son diversas. Los eventos discriminatorios de los que he sido parte no necesariamente se extrapolan a toda la comunidad. La presión sobre mi respuesta era mayor. 

Retomando el análisis psicoanalítico de Frantz Fanon, las personas nos sabemos discriminadas una vez que la discriminación ocurre. No al revés. Cuando alguien nos señala y nos etiqueta es visiblemente un acto discriminatorio. Hablar sobre las formas más sutiles es un campo minado. Las acusaciones más frecuentes son la propia victimización, el complejo o la falta de amor propio. 

En esta conversación hay, de hecho, un poco de todo de lo que se nos acusa, pero no por las razones que se creen. Preguntarle en el Perú a una persona racializada negra o india si alguna vez fue discriminada está de espaldas al contexto. De por sí, la mayoría de peruanas y peruanos reporta haber sido discriminado por múltiples motivos. En ese sentido, encuentro al menos dos aristas a la interrogante: la revictimización y el morbo. 

La discriminación es un evento traumático. Para algunos más, para otros menos. El hecho de que tales actitudes no sean sancionadas como debieran no las hace menos nocivas en la experiencia de una persona. Una pregunta que pretende ser inocente revive una experiencia que nadie quiere recordar. Si bien las anécdotas sirven para humanizar una historia, un perfil o una etnografía, no es aceptable pedir a una víctima revivir las escenas de un delito. Con la discriminación racial no es distinto, y es necesario desnaturalizar esa práctica. 

Todos queremos saber exactamente cómo es que otra persona vivió la discriminación racial. No para verla a la cara y luchar contra ella. Si así fuera, no necesitaría escribir estas líneas. Lo que se logra al centrarnos en las anécdotas individuales es nutrir el morbo. Saber que alguien más es racista, por otro lado, también alivia a las personas de su propia responsabilidad en la perpetuación del racismo. La indiferencia y el silencio son cómplices de esto último. Reservarse el derecho de responder esa pregunta es una muestra de amor propio. Si recordar experiencias de discriminación nos hace revivir un evento traumático solo para nutrir el morbo de las personas que nos rodean, el silencio es una opción válida. La salud mental de las personas discriminadas está en juego.

2 comentarios

  1. lucho amaya

    Hace unos días, concurrente al artículo semanal de Mario Vargas Llosa en El País. la escritora Leila Guerreiro dijo que una cosa es un trauma y otra una experiencia (algo así dijo)… Y, pegándome a esa expresión de Guerreiro, pregunto yo ¿Por qué todo tiene que… no encuentro la palabra… en trauma?
    Saludos

  2. Claudia Videla

    Sharun abrazo amorosamente a esa niña que de manera dolorosa le hicieron recordar que era distinto al otro.
    Nos vemos ✌️

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba