El sol brilló en New Haven


Recuerdos de un matrimonio lejos de nuestro país


Ayer celebré mi aniversario con Diego. Nos casamos hace 2 años en New Haven, Connecticut, aprovechando que estábamos por allá en una pasantía en la Universidad de Yale. La suerte quiso que nuestras familias y un buen grupo de amigos pudieran viajar a acompañarnos porque la boda coincidió con esa pausa de algunos meses que hubo entre las variantes delta y ómicron del covid-19.

Ese día cerramos nuestro bar favorito en la ciudad y aprovechamos su hermoso patio posterior para organizar en él la ceremonia y la fiesta. Diego armó un insuperable playlist de música, mientras yo coordiné los detalles operativos con John, el dueño del lugar, que se volvió cómplice y amigo. El clima fue amable, con un sol hermoso y sin una gota de lluvia. Hubo abrazos, risas, brindis, baile y mucho amor. Un matri con todas las de la ley.

Para entonces, Diego y yo llevábamos 10 años de relación y 4 viviendo juntos. En principio, ese día no cambiaba nada: nuestra vida cotidiana seguiría siendo la misma y sabíamos que cuando regresáramos al Perú tendríamos que luchar judicialmente varios años para que el Estado reconozca que nuestro matrimonio existe. Pero, aun así, ese día fue mágico y marcó un hito muy importante en nuestra relación. A veces, la lucha por el matrimonio igualitario se centra en los aspectos jurídicos de la figura, pero también hay que tener presente lo tremendamente importante que es el matrimonio desde el punto de vista social, como rito y como símbolo de celebración de un proyecto de vida común basado en el amor.

Tengo mucho que quisiera contarles sobre ese día. Nuestro amigo Kyle, que se ordenó online como ministro para poder casarnos; las palabras de nuestros best men Miguel y Eduardo; las de nuestros hermanos, las sonrisas permanentes de nuestros padres. Los brindis en diversos idiomas con los shots clandestinos de Ximena. La tecnocumbia que sonó a todo volúmen en esa ciudad de Nueva Inglaterra y la sorpresa de los bartenders al ver que la fiesta no terminaba nunca (“Peruvians know how to party”). Los amigos corriendo a la estación para agarrar el último tren a Nueva York luego de perder todos los anteriores para quedarse más tiempo celebrando. La sorprendente cantidad de nacionalidades presentes —más de quince—, unidas todas por el amor y también por la coreografía de esa canción universal llamada La Macarena

Los recuerdos no se acaban y ya habrá otros aniversarios para seguir rememorando. Por lo pronto, quisiera dejarles las palabras que leí en la ceremonia, deseando que más temprano que tarde sea posible que las miles de parejas peruanas del mismo sexo puedan vivir un momento así de especial, rodeado de los suyos, pero en nuestro país:

New Haven, 25 de septiembre de 2021 

En agosto del 2019, mientras tomábamos un baño de neblina en una playa limeña,

decidimos que nos íbamos a casar. Lo haríamos en Argentina con la familia y amigos que

pudiesen viajar. Buscaríamos un restaurante bonito para la celebración y todo saldría

genial, tal cual lo estábamos programando. ¡Sin duda el 2020 sería un gran año!

Pero bueno, como ya sabemos, la historia universal tenía otras ideas en mente. Nos tapó la boca. Literalmente.

La pandemia no ha sido fácil, lo sabemos muy bien. Pero cuando mire atrás hacia esta etapa no vendrán a mi mente solo cosas malas. Recordaré también nuestras fiestas por Zoom (drag queen incluida) y las luces de colores que convertían nuestra sala en una discoteca para dos. Recordaré las canciones que escuchamos cada sábado y que son para siempre parte de nuestro soundtrack de vida. Los almuerzos de fin de semana que se extendían toda la tarde. Nuestro aporte a la forestación del país con un número cada vez mayor de macetas en nuestro depa. Recordaré también la alegría con la que preparábamos nuestros viajes a Calle 11, Juan Alfaro y Jirón La Libertad a visitar a nuestras familias luego de semanas de encierro.

Y esos son solo recuerdos de un año y medio. Son 10 años juntos, donde los buenos momentos han superado con creces cualquier dificultad. Parafraseando a Benedetti, donde la alegría ha sido trinchera, bandera, destino, certeza. O como dice Raffaella Carrá: en el amor todo es empezar. Lo cual no tiene mucho que ver con lo que estaba diciendo, pero no quería dejar de citar a Rafaella Carrá en nuestro matrimonio.

Te amo. Gracias por estos primeros 10 años juntos. Por el “abracito time”, por los

mapaches, por inspirarme todos los días con tu ética laboral, por ampliar mis horizontes musicales más allá de lo imaginable. Gracias por ayudarme a ser mejor, por hacer tuya a mi familia y amigues, por todas las risas que luego se convierten en tos (porque uno ya tiene una edad). Gracias por los cocktails perfected cuando nos pica el diente, por los tartares de salmón, y por aceptar e incentivar una vieja tradición de la familia de Belaunde: en la refrigeradora puede faltar todo, menos helado.

Y así, que vengan muchas décadas más.

Prometo intentar no quedarme dormido mientras vemos Netflix y mirar para otro lado

cuando le pongas ají a mi maravillosa quinua sin haberla probado antes. También

intentaré ser más ordenado, aunque sospecho que aquí debería hacer más énfasis en la

palabra “intentaré”. Pero más allá de todo eso, lo que puedo prometerte es cuidar el amor que hemos construido en nuestro día a día y que nos permite tener una gran certeza, así los planes y el mundo sigan cambiando: la certeza de que todo será mejor porque estaremos juntos siempre.


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