El presidente del Bicentenario


Cuando un apretón de manos dice más que un discurso 


Hasta abril de este año muy pocas personas habían oído hablar del profesor rural de Tacabamba —unpequeño caserío a las afueras del pueblo de Chota en la provincia de Cajamarca— que va a jurar como presidente del Perú en el preciso momento en que se celebrará su independencia de España hace 200 años. La ocasión no podría estar más impregnada de significado dado que, para muchos, Castillo representa a aquellos que rara vez han llegado a conquistar posiciones de poder en el Perú.

            Nació en 1969, el mismo año que se dio la reforma agraria que liquidó a la elite terrateniente que se había visto asediada por mucho tiempo, pero que nunca había sido vencida. Los padres de Castillo son analfabetos y de niño se vio obligado a caminar un largo trecho a la escuela del pueblo vecino para completar su educación. Su dedicación al estudio y su determinación lo llevaron a trabajar con su padre en la ceja de selva, a vender helados en Lima y a esforzarse para sobrevivir mientras perseguía su sueño de convertirse en maestro de escuela.

            Profundamente religioso y casado con su novia de la secundaria, Castillo es diferente a todos los hombres que lo han precedido en el cargo. Viene de una provincia y se siente orgulloso de ello, nunca ha tenido un cargo público, ni ha trabajado para el gobierno ni ha sido miembro de las fuerzas armadas, a pesar de que en su juventud participó en las rondas campesinas durante la insurgencia de Sendero Luminoso en la década de 1980.

            Es muy poco probable que si las circunstancias hubieran sido diferentes hubiera llegado al poder, pero las recientes elecciones se dieron en un contexto sin precedentes, en la mitad de una pandemia que trajo una mortalidad altísima y una capacidad de destrucción particularmente brutal que hizo más visible no solo la desigualdad endémica del Perú, sino también las limitaciones del modelo económico neoliberal, más patente en el sector de la salud.

            Luego de haber emergido en la primera vuelta, los votantes que apoyaron a Castillo jamás perdieron la convicción por su candidato, sin importar lo que la oposición le achacara ni sus muchos errores y falencias durante la ardua campaña de ocho semanas previa al ballotage. Poco les importó que repetidamente se le acusara de ser comunista, de querer convertir el Perú en una versión trasnochada de Venezuela o Cuba y de ser un improvisado: el discurso extremadamente racista que acompañó lo que se decía de él no hizo más que convencer a sus seguidores que él era uno de ellos, uno de los millones de peruanos que buscan superarse pero que a menudo no son tratados como iguales.

            Por todo ello, el simbolismo de que se convierta en presidente en este momento celebratorio es tan poderoso. Castillo entiende la importancia de los gestos y los símbolos y tiene una profunda capacidad de movilizarlos. Así lo demostró esta semana cuando fue invitado a Palacio de Gobierno tras ser proclamado presidente y saludó al mayordomo que lo recibió en la puerta con un apretón de manos: el profesor rural de Chota eligió darle la mano a un hombre que estaba allí para demostrarle la pompa y circunstancia del cargo, así como su poder. Se trataba de un hombre que en cualquier otra circunstancia hubiese sido invisible, deshumanizado como un símbolo de subordinación para remarcar la posición superior de a quien se recibía.

            Con este sencillo gesto, Castillo marcó una profunda diferencia con sus predecesores. Aún no sabemos qué forma tendrá su gabinete, o si podrá gobernar o implementar los cambios que desea ver en el Perú, pero sí sabemos que ha llegado a la presidencia para representar a una mayoría silenciosa que por mucho tiempo —posiblemente los últimos doscientos años— no se ha sentido visible o reconocida. 

            Una razón, sin duda, para celebrar al presidente del Bicentenario.

5 comentarios

    • Helen Perea

      Ojalá que ese gesto sea un buen augurio…
      Paz y unión para nuestra querida Patria que tanto necesitamos.

    • Lourdes Paredes Llanos

      Un Pdte con gran significado, necesario para despercudirnos de las formas superfluas de la verborrea colmada de promesas que adormece el oido. Un Pdte del bicentenario que nos invita aprender a mirar, porque no, admirar y re-valorar la sensibilidad humana, los gestos simples; que como bien mencionas expresan más que mil palabras. Gracias Natalia por invitarnos a la reflexión.

  1. Mariella Freyre

    Vi el video y no le da un fuerte apretón de manos, mas bien chocan los puños en forma de saludo “fist bump” si bien los símbolos son muy importantes y están presentes en todas las culturas no se si Pedro del Castillo lo hizo a sabiendas y de forma premeditada, mas bien se vio muy natural y espontáneo.

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