De vuelta a LASA


Un viaje inspirador a las ideas y el diálogo


Una de las cosas que más he disfrutado a lo largo de mi carrera académica ha sido la posibilidad de asistir a congresos internacionales. Como deben ya saber quienes siguen esta columna, a mí cualquier excusa para salir de casa me parece buena. Pero entre los viajes, los que son a conferencias ocupan un lugar especial en mi corazón, ya que combinan la posibilidad de ir a un lugar nuevo (o de volver a uno conocido) con el poder hablar de ideas y de los trabajos que se están haciendo, reencontrarse con colegas y amigos, y aprender de los demás.

Entre todas las conferencias por las que he transitado, la que he visitado en esta oportunidad es una de las que más disfruto y donde he comenzado conversaciones y amistades entrañables. Se trata de la reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, conocida por sus siglas en inglés (LASA), una de las más grandes y diversas a las que suelo acudir. Es cierto que tengo colegas a quienes les resulta molesto que se vean tantos y tan diversos temas, y que las exposiciones se den al mismo tiempo, llegado a congregar unos cinco mil participantes. A mí, más bien, es la diversidad lo que más me gusta, porque en realidad, a pesar de que me dedico a la historia, mis intereses se extienden muchísimo, desde el cine a la política, la literatura, la antropología y muchas más de las disciplinas que se presentan en el medio.

Comencé a venir a estas reuniones hace más de veinte años, cuando era una estudiante de doctorado, y he seguido haciéndolo en todos los estadios de mi carrera. Venir a una conferencia como esta con regularidad me ha permitido seguir conectada con temas muy diversos, así como con colegas de todas partes del mundo, pero con un énfasis en los que están en América Latina y los Estados Unidos. Mis conexiones con la sección peruana han servido para mantenerme cercana al activismo y a lo que se hace desde la academia, lo que en este momento de tanta inestabilidad me resulta particularmente pertinente. En este LASA he escuchado a especialistas hablar de la situación de Chile, Perú, Ecuador y Bolivia de manera comparada, tanto en presentaciones formales como en conversaciones de salón que me ayudan a poner en contexto lo que está sucediendo en la región.

La que concluyó ayer ha sido la primera edición con asistentes desde el estallido de la crisis sanitaria, aunque en realidad ha sido una versión semipresencial, puesto que una cantidad importante de expositores solo se han conectado durante sus presentaciones. Esto es comprensible, la pandemia nos robó muchas posibilidades, entre ellas la de movernos libremente. El regreso al mundo anterior no resulta tan sencillo. Y es una pena, porque con cada ausencia perdemos todos, pues en este tipo de eventos a veces es más importante y fructífero lo que conversamos en los momentos informales que lo que se dice en los 15, 20 o 30 minutos de presentación y preguntas. Esta vez la cita ha sido en un lugar muy alejado de casi todo: Vancouver, en el extremo suroeste de Canadá. Una ciudad tan remota como hermosa, y adonde probablemente no hubiera venido si no fuera por algo como esto. 

Una de las primeras cosas que me impactó al llegar al aeropuerto fue cómo ha sido decorado con tótems, cascadas, tejidos y demás parafernalia que recuerda que estamos en un territorio que estuvo habitado mucho antes de la llegada de los europeos, y que existen profundas conexiones entre este y quienes lo habitan. No sé si alguno de ustedes alguna vez haya escuchado presentar formalmente a un académico canadiense. A mí lo que nunca deja de sorprenderme es cómo antes de hablar, los canadienses reconocen las tierras ancestrales que hoy ocupan, y dejan claro que se trata de un lugar donde se experimentó y hasta cierto punto se sigue viviendo el colonialismo. Suelen mencionar los nombres de las tribus y de los territorios, recordándole a todos los que los escuchan que han sido invadidos con violencia.

Esto, sumado a que Vancouver es una ciudad que goza una relación muy cercana con el medio ambiente; donde los ciclistas y peatones tienen un espacio dedicado, los edificios cuentan con espacios entre unos y otros para que circulen el aire y la luz, y todo lo que da al mar es para el consumo público, me hizo pensar en cuán lejos estamos de aquello. En nuestra sociedad, que busca privatizar cada centímetro de malecón, los autos son los reyes y cuesta tener algo verde que sea realmente abierto al público.

La presentación que traje al congreso, sobre la traducción de los textos revolucionarios de la era de la Independencia al quechua y al aimara, también me hizo reflexionar en la difícil relación que tenemos en el Perú con nuestro pasado indígena, y cómo en la ciudad de donde vengo, Lima, pocas veces reconocemos a los ychsmas; más bien, se busca cubrir todos los espacios que poblaron. Hoy solo nos quedan para visitar algunas de las que alguna vez fueron cientos de huacas.

Me voy con alegrías, ideas, nuevas amistades y temas para seguir cavilando. Ha sido un reencuentro muy inspirador y feliz.


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