Asomarse al final como asomarse al mundo


A propósito de Ana Estrada y su conmovedora defensa de la dignidad humana


Antes de sentarme a escribir estas líneas abrí la puerta y me asomé al mundo con un café negro entre las manos: un momento único que busco cuando me levanto muy temprano, el tiempo de la quietud serena. El amanecer me envuelve con sus colores tenues y su delicioso olor a mar, con el canto de los mosqueritos y los turtupilines madrugadores. La jornada no comienza aún su marcha, los autos y las prisas no caben por ahora, ni los plazos ni las obligaciones ni las angustias. Lo que hay es una especie de felicidad natural y calmada que se reconoce con los sentidos y con lo que sea que tengamos tras las costillas. Esto también, pienso, es la plenitud de la vida.  

            Hoy es un día importante: dentro de unas horas la Corte Superior de Lima escuchará lo que tienen que decir Ana Estrada y sus representantes legales. Por si alguien no lo sabe aún, Ana es una psicóloga de 44 años que sufre desde hace más de 30 de polimiositis, una enfermedad degenerativa y sin vuelta atrás que le atrofió los músculos, le anuló casi completamente la movilidad y le impide llevar una vida independiente, incluso respirar sin asistencia. Un mal que solo la mengua día tras día. Sensata y digna, decidió hace tiempo que esta que le ha tocado no es la vida que quiere vivir, que no lo merece. Son —somos— muchos los que respaldamos su decisión, como la Defensoría del Pueblo. Esta semana, además, se ha sumado el Comité de Vigilancia, Ética y Deontología del Colegio Médico del Perú, que ha expresado su apoyo a la muerte digna. Ana quiere despedirse tranquila como quien se acuesta y no se despierta más. Pero antes tiene algo importante que hacer.

            Ella pudo tomar hace tiempo una decisión radical y morirse sin mayores complicaciones. Pero entiendo que está usando sus últimos esfuerzos por hacer público su caso —por politizarlo, en el sentido más noble de la palabra—, para que sirva de precedente. Los temas complicados deben enfrentarse y ser motivo de conversación, como sucedió recientemente en España, donde tras una larga polémica se aprobó en el Congreso de los Diputados el derecho a la muerte asistida; es decir, una forma de eutanasia para casos extremos y corroborados donde el accionar de médicos y enfermeros que ayuden al moribundo a cortar amarras no resulte castigado. Hoy es el sétimo país en el mundo en aceptarla.

            Pero voy más allá: ¿por qué es tan difícil para algunos aceptar la voluntad de quien quiere marcharse de todo? Si nadie escogió nacer, ¿por qué no podemos entonces practicar el derecho de decidir cuándo morir? Y más: ¿por qué otro que no sea uno mismo lo puede impedir? Se esgrimen muchas razones de índole moral, pero sospecho que lo que encierran es, sobre todo, ignorancia, falta de empatía y miedo.

            La vida para unos puede ser un viaje precioso, y para otros una pesadilla; un regalo o un castigo, y honestamente pienso que depende de cada quien continuar el recorrido o bajarse en la estación que estime conveniente. Aquí entran en cuestión factores personales, muchas veces familiares, en los que nadie debería entrometerse. Sospecho que hay muchísima gente ahí afuera que no acaba con sus días por amor o consideración a quienes lo rodean, pese a que la existencia haya dejado de tener sentido y sabor para sí. O por las reglas de su fe. En todo caso, eso también es una decisión de cada quien.

            El suicidio es uno de los mayores tabús occidentales. Entiendo que en la tradición judeocristiana está visto como otra forma de asesinato, cuando solo Dios tendría —o debería tener— el monopolio de la vida y la muerte de las personas. Sin embargo, la religión católica, como cualquier otra, es, para los no creyentes, un sistema de supersticiones ritualizadas al que se recurre voluntariamente. Es decir, no es natural ni menos universal. Hasta ahí todo bien. El problema, me parece, comienza cuando se fanatiza y politiza —en otra de sus acepciones—. Por ejemplo, a través de una connivencia principalmente con un sector de la derecha, lo que dio origen, hace ya unos 50 años, a ese movimiento llamado provida, surgido en reacción a la corriente en favor del aborto en los Estados Unidos. Un provida no suele emplear argumentos sino dogmas, pone la fe antes que la razón, y cree tener la autoridad para decirte cuándo debes parir y cuándo no puedes fallecer. Y el Estado laico lo respalda. 

            Debo decir que me da bronca no solo esta aparente jurisdicción moral en las dos puntas de la existencia, sino que se arroguen ese título; es decir, que se adjudiquen una supuesta defensa de la vida en contra de quienes piensen distinto respecto al aborto y la eutanasia (los que, por oposición, seríamos promuerte). Qué suposición más torpe y falsa. Provida son Trump y los pelmazos de la Coordinadora Republicana. Franco y Pinochet criminalizaron el aborto. ¿Qué clase de dios es aquel que permite sufrir a las niñas y a las mujeres violadas? ¿Qué religión misógina es esa que trunca el futuro de una chica en favor de un cigoto, que le hace correr riesgos horrendos porque, encima de todo, abortando están cometiendo un delito, por lo que debe recurrir a clínicas clandestinas? ¿Es el mismo que no tiene compasión por los moribundos? ¿Que obliga a los desesperados y a sus parientes a sufrir por años o décadas? ¿El que impele a los desbordados a tragar somníferos porque no pueden acudir a técnicas más amables? En resumen: ¿ese dios no solo avala, sino que obliga al sufrimiento?

            Si es así, seguiré pasando. Por el contrario, y como diría Zaratustra, yo solo creería en un dios que supiera bailar. Un dios que acogiera a Ana con un abrazo.

            Es viviendo que uno olvida el milagro de estar vivo. A la misma hora en que esta columna sea propalada, mañana volveré a asomarme al mundo con un café negro buscando sentir la plenitud, asir la experiencia, aunque sea por un instante. 

            Ojalá para entonces la justicia peruana haya honrado su nombre. 

            Hasta ahora no lo había pensado, pero no siempre encierra malicia desearle la muerte a alguien. Por extraño que suene, ojalá la vida de Ana Estrada llegue pronto a su fin. Que asomarse al otro lado sea también una experiencia de paz. Y que la tierra le sea leve.

12 comentarios

    • Rosa

      Excelente comentario, el ser humano merece un vida digna. Es lamentable y triste ver como la vida de un ser querido llega un momento en que estar vivo es estar muerto. Mi madre tuvo una enfermedad rara Esclerosis amitrófica o ELA sufrió muchísimo.

  1. Dina Neumann

    Que asomarse al otro lado sea también una experiencia de paz. Que ese otro lado en el que algunos creemos, aún cuando es una creencia sin fundamento científico, pueda también contar con seres benignos, por naturaleza, que reciban a quién decide morirse, con una sonrisa y un abrazo de bienvenida. Atendiendo a que aquel que decidió partir, que hizo lo mejor que pudo con su contrato de vida que decidió rescindir.
    Cuestión menos fácil de digerir es cortarle el contrato a alguno que inicia la vida, quizá desde una forma cigótica, o más desarrollada, sin sistema nervioso dicen algunos en la semana 14, por ende humano no formado… , así como no es posible no condenar que un violador engendre por violentas ganas de matar las esperanzas de un nacido que pisa la tierra. La tierra no le es leve a nadie, y por razones no científicas, la respuesta no está aquí.

    • Jose Ruidias

      Totalmente de acuerdo con tu opinión Dina; las posibles argumentaciones lógicas son diametralmente distintas, tanto para la eutanasia, como para el aborto. Sería ideal poder armar un coloquio donde se expongan dichos argumentos y debatir sobre las posiciones encontradas; no estoy tan seguro que todos los jugocaigüeros tengan una misma opinión en los 2 casos. Por otro lado, reconozco la gran pluma que tiene Dante para hilar fino en la exposición de sus ideas. Un abrazo

      • Dante

        Yo también estoy de acuerdo con los dos; quiero decir, es bonito discrepar con respeto y argumentos. Recojo la idea del posible caiguazoom sobre el tema: estoy seguro de que mis compañeros estarán muy de acuerdo.
        Por último, gracias por lo que me toca.

  2. Gonzalo Quiajndria

    Qué buen artículo, de principio a fin.

  3. pilar

    un caiguazoom pronto! sobran temas para debatir de manera inteligente y respetuosa…

  4. Gustavo

    Realmente es un buen articulo. Desde hace tiempo estoy investigando este proceso pues la ‘Muerte digna’ me parece un derecho fundamental de todo ser humano. Me emociona que estas ideas resuenen en tantos corazones. Me emociona la empatia que sienten por Ana Estrada. Aun queda mucho por hacer (especialmente despues de la horrible respuesta que tuvo Ana Estrada ese día). Pero cada nuevo articulo y cada nueva voz que se suma nos acerca a un mundo en el que se vive feliz y se muere dignamente.

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