Puertas cerradas a los violentistas


Paco Flores (Lima, 1982) es periodista y escritor peruano. Ha ejercido en distintos medios de comunicación televisivos como Canal N, Latina y Panamericana. Actualmente es jefe de redacción de Nativa Televisión. Ha publicado los libros “Así es la tele, el periodismo televisivo contado por sus protagonistas”, “Borrones y cuentos nuevos” y “Perú en cuarentena: crónicas desde el encierro”. 


Por qué es importante rechazar que un ministerio le abra las puertas a un grupo violentista 


La reunión entre el grupo violentista La Resistencia —vergonzosamente llamado «asociación civil» por el Ministerio de Cultura— es un punto de no retorno, más aún a poco de las movilizaciones contra el gobierno de la presidenta Boluarte convocadas para este 19 de julio. 

La excusa para este despropósito, es la «política de puertas abiertas» de la cartera de Cultura, según sus palabras. Sin embargo, esta «política de puertas abiertas» se convierte en una excusa convenida —o conveniente— cuando se conoce que desde el 17 de febrero otros colectivos, como el LGTBI, han solicitado reunirse con funcionarios de este ministerio sin recibir respuesta hasta la fecha.

¿En qué cabeza cabe que estos grupos violentos, de extrema derecha, pueden ser legitimados por un ministerio dadas las ingentes cantidades de fotos, videos, artículos periodísticos y demás pruebas de que actúan sin ningún disimulo en contra de la democracia? 

¿Hay que recordarle, acaso, a los funcionarios del Ministerio de Cultura que este grupo violento al que hoy le abren las puertas y legitiman han actuado con visible violencia contra exposiciones, presentaciones de libros, políticos, periodistas y miembros de la sociedad civil que piensan distinto a ellos? ¿Hay que mostrarles las fotos de estos sujetos haciendo el saludo fascista en sus reuniones? 

Además, bajo esa misma lógica de una «política de puertas abiertas», también podrían reclamar voz y presencia grupos como MOVADEF —brazo político de Sendero Luminoso— o los mismos remanentes del terrorismo con la “Camarada Vilma” a la cabeza. ¿Con ellos también se debe dialogar? ¡No! Y la razón, son sus credenciales antidemocráticas. 

Lo más penoso —y por qué no decirlo, aterrador— es que ciertos personajes en redes sociales y ciertos medios justifiquen y hasta saluden lo ocurrido ayer en el Ministerio de Cultura con frases como: «pero gritar y arengar no es violencia» o «pero si ellos no tiran piedras, ni queman aeropuertos o bloquean carreteras». ¿Es que también tenemos que recordarles a estos personajes y medios que hostigar, acosar, insultar, tirar basura o excremento también es violencia? 

En estos temas, el doble rasero o la indignación selectiva, tan común y normalizada en la política nacional, no pueden ser toleradas —la verdad es que nunca deben ser toleradas bajo ninguna circunstancia— porque socavan y atentan contra un principio fundamental de la democracia: el derecho a la protesta y a la expresión. 

Ya lo decía el filósofo Karl Popper, con su famosa paradoja: «Uno no puede ser tolerante con la intolerancia», y es que los intolerantes no tendrán reparos en ser intolerantes con lo que ellos consideran contrarios a su forma de ser y hacer. 

Resulta, por decir lo menos, ofensivo y hasta aberrante que un gobierno democrático (?) tolere a estos grupos violentos y los legitime sin empacho. Y aquí vale la pena referirse a una frase de origen alemán, acuñada en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, que dice: «Si en una mesa hay un nazi y diez personas que lo respetan, entonces hay once nazis». 

En concreto, tolerar posiciones intolerantes y violentas es un grave error cuyas consecuencias pueden ser incluso fatales. Y es que estamos a solo un paso de que la tolerancia y legitimidad que las instituciones democráticas le dan a estos grupúsculos violentistas acaben en actos de terrorismo, como ya ha ocurrido en otros momentos de la historia nacional y universal. 

¿Qué estamos esperando para unirnos contra el extremismo y la intolerancia? En estos tiempos tan polarizados y crispados, en donde poco o nada parece unirnos, debería hacerse sentir el rechazo unánime a discursos de odio e intolerancia que, sin darnos cuenta, pueden escalar a episodios fatales y realmente violentos que puedan acabar no solo con nuestra ya debilitada democracia, sino con vidas, haciéndonos volver a tiempos de pensamientos únicos y sangre, aunque, esta vez, desde otro extremo ideológico. Advertidos estamos.


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