Una valiosa política para emparejar la pista 


La Política Nacional del Pueblo Afroperuano al 2030 nos recuerda que las acciones afirmativas son vitales


Uno de los mayores problemas con el que se enfrentan los esfuerzos para erradicar el racismo en el país, es nuestro poco conocimiento colectivo sobre las manifestaciones prácticas de este fenómeno social estructural. Conocemos poco sobre sus dinámicas cotidianas, su real dimensión y lo intrínseco que es a nuestros propios procesos de interacción social. El racismo, como los otros sistemas de opresión social que le acompañan —sexismo, homofobia, viejismo, xenofobia, clasismo y otros—, es lo que el agua a los peces. Nadamos —operamos— en estos sistemas, y dado que son tan centrales a nuestro guion social y permean absolutamente todas los aspectos de nuestra vida, podemos permitirnos, muchos de nosotros, ignorar sus dinámicas y, con esto, sus consecuencias.

La I Encuesta Nacional “Percepciones y Actitudes sobre Diversidad Cultural y Discriminación Étnico-Racial” llevada a cabo por el Ministerio de Cultura en el 2018, mostró que el 53 % de la población encuestada considera a los peruanos como racistas o muy racistas; sin embargo, solo el 8 % de estos se consideraba a sí mismo como una personas racista o muy racista. La desconexión es clara: vivimos en un país donde casi todos son racistas, menos uno mismo. Hay varias lecturas para esta fenómeno. Una de ellas es nuestra ceguera generalizada a las formas en que cada uno de nosotros entiende —o no entiende— cómo opera el racismo en nuestra sociedad, y cuáles son algunas de las formas en que alimentamos este flagelo con nuestras acciones, narrativas, bromas, mensajes, decisiones, etc.

Una de las consecuencias de no ver la manera en que las diferencias étnicas o raciales de las personas tienen consecuencias concretas en su calidad de vida o su acceso a derechos y oportunidades de desarrollo es la promulgación de normas o políticas que no toman en cuenta las brechas generadas por estas desigualdades. Explicado de otra manera, ahí donde algunos corredores tienen distintos puntos de partida y diferentes obstáculos en la pista de carrera, y otros tienen la pista libre, las reglas de la maratón deberían ajustarse. Las acciones afirmativas son una forma. En el caso anterior, por ejemplo, una norma deportiva cuyo mandato regule únicamente qué se tiene que hacer en la pista 4 para que sus corredores puedan correr más o menos de igual a igual con el corredor que no tiene obstáculos: tal vez retirar algunas piedras, permitir hacer algún desvío, o mover el punto de partida o la meta. Las posibilidades suelen ser muchas. 

A qué voy con todo esto, se preguntará usted. Como lo comentara el jueves pasado, junio es el mes de la cultura afroperuana. Desde su establecimiento, el 4 de junio es el día central. Este sábado 4 en particular entró en vigencia la Política Nacional del Pueblo Afroperuano al 2030. Y en mi experiencia, este tipo de instrumentos políticos que protegen o buscan promover los derechos de un grupo exclusivamente suele levantar cuestionamientos sobre su pertinencia o sobre su necesidad. Muchas veces, en el debate público se ha calificado a este tipo de esfuerzos como racistas en sí mismos y en otro artículo desarrollaré por qué ese no es el caso. Sin embargo, me parece importante recordar que las acciones afirmativas que buscan acelerar el desarrollo o asegurar derechos de grupos históricamente discriminados y/o históricamente vulnerabilizados, no son injustas, sino necesarias para lograr la equidad. En otras palabras, las acciones que buscan equilibrar una cancha históricamente desigual no son un beneficio: son una corrección. En el caso de la población afroperuana, algunas de las piedras más grandes estuvieron desde el inicio de la carrera, y eso si contamos únicamente desde 1821. Al momento de nuestra independencia, los negros no eran personas humanas con derechos, sino propiedad. Ni siquiera había espacio en la pista de carrera para ellos. Cuando se les permitió empezar a correr, además del retraso de más de 30 años en la posibilidad de construir algún tipo de riqueza personal o comunitaria, se encontraron con el racismo de una sociedad que no les consideraba como iguales, ni valoraba sus aportes a la construcción de la República o reconocía sus saberes.

Dado este escenario, la Política Nacional del Pueblo Afroperuano al 2030 tiene cuatro ejes prioritarios: reducir la discriminación étnico-racial y el racismo, mejorar la participación ciudadana de la población afroperuana, incrementar la autonomía de las mujeres afroperuanas, y mejorar las condiciones sociales y económicas de esta población. Y en sus más de 400 paginas tiene un listado de acciones, indicadores de cumplimiento y metas interesantes; esperanzadoras, inclusive. 

Que la implementación del documento tiene varios otros desafíos por delante, es esperable. Sucede con todos los instrumentos políticos y, en este caso, la ceguera social que describía más arriba no es solo potestad del ciudadano de a pie, sino también de personas en el servicio o funcionariado público (otrora ciudadanos de a pie). Antes bien, el documento mismo tiene también sus propios retos. Si bien los instrumentos públicos son perfectibles, algunas ausencias son más notorias que otras. La población LGTBIQ+ está ausente, por ejemplo, como potenciales usuarios o beneficiarios de programas y servicios. Ahora bien, esta ausencia no es exclusiva de la política bajo análisis, sino un vicio de todo nuestro sistema ordenado de normas de protección, que se arrastra también en este; pero, es una de las ausencias que les prometí ayudarles a identificar, y que vamos a ver de desarrollar el próximo jueves.

Hay mucho camino por delante, muchas posturas por mirar y repensar. Muchos eufemismos que dejar de usar, como “grupos vulnerables”. Aun así, la promulgación de esta Política Nacional sigue siendo un paso significativo en nuestra historia y para la celebración de una de nuestras formas de diversidad. En algún momento, ojalá, podamos celebrar y protegerlas todas. 

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