¡Viva el cambio climático!


Un alegato a favor de que logremos por fin nuestra extinción


Hernán Migoya escribe novelas y cuentos y guioniza historietas.Es autor de los libros de relatos ‘Todas putas’ y ‘Putas es poco’. Ha novelado la crisis de identidad española en ‘Una, grande y zombi’ y dos de sus novelas transcurren en el Perú: ‘La flor de la limeña’ y ‘Los que murieron te saludan’. Su última novela, ‘Baricentro’, retrata la vida de la clase baja inmigrante en España. Ha sido galardonado por el Salón Internacional del Cómic de Barcelona al Mejor Guión del Año, lo cual es solo la punta del iceberg de su impresionante trayectoria en el mundo de la historieta.


Sinceramente, estoy a favor de la desaparición del ser humano sobre la faz de la Tierra. Y, por si fuera poco, me gusta el calorcito.

¿Qué más puedo decir que avale mi conformidad con lo que está sucediendo en la atmósfera terrestre por culpa de la humanidad? Creo que esta es perjudicial para la existencia del resto de especies, creo que el impulso humano se basa en la conquista, sumisión y destrucción del prójimo y del resto de animales. En los pocos días que nos fue arrebatado el control de nuestras vidas debido a la pandemia del Covid-19, la fauna y flora del planeta recuperaron en gran medida su dominio y majestad sobre la Tierra, y eso me pareció esperanzador.

Así que no me preocupa demasiado el futuro del Homo sapiens. Todo indica que una especie tan maligna sabrá sobrevivir, como siempre a costa de las demás.

Pero no perdamos la esperanza: si el cambio climático avanza como afirman los científicos, tal vez nuestro final se precipite antes de que podamos polucionar el resto del universo con colonias humanas en planetas cercanos.

¡Y entonces podremos celebrar!

El principio de no luchar

Hay otro motivo más profundo aún para mi resignación ante la catástrofe inminente que nos pintan: sinceramente, pienso que la supervivencia futura del ser humano (pues la del planeta está garantizada, dudo que podamos destruirlo por más que queramos: como mucho lo haremos inhabitable para nosotros, lo cual, como digo, se me antoja un panorama fabuloso, una perspectiva idílica para todo Capitán Nemo que se precie) no depende de ninguna de las acciones globales que desde los gobiernos se puedan poner en práctica para anular o siquiera ralentizar la caída en picado del medio ambiente. No vamos a impedir ninguna hecatombe, por mucho que nos convenzamos de que sí es posible: tal vez nos convencemos con la única finalidad de salvar nuestra conciencia. De pensar que cada uno de nosotros no hemos formado parte del problema.

No creo en la buena voluntad de la gente. De todas esas masas que gritan su ideología maravillosa en las redes porque les parece que cuanto más fuerte griten, más a salvo están de su condena como agentes polucionadores y perpetuadores del sistema que tortura este planeta y trastoca su armonía natural.

Si tienes hijos, los has traído para ser verdugos, no víctimas: la superpoblación te dice claramente que traer hijos al mundo es contribuir a la asfixia de nuestro ecosistema. Además, la gente se vuelve cobarde cuando tiene hijos, cuando tiene bocas que alimentar, responsabilidades adicionales a la de su propia vida. Cuando uno solo depende de sí mismo puede ser valiente y no contribuir en demasía a la podredumbre colectiva. Cuando la seguridad de otros seres más débiles depende de uno, este acepta todas las humillaciones: un trabajo mal pagado, abusos laborales, argollas pestilentes, mafias gremiales, nepotismos despreciables, corruptelas y miserias que no se atreverá a denunciar ante las posibles consecuencias para su familia…

La familia y sus necesidades pueden llevar a promover la aceptación sumisa de trabajos como abrir y cerrar los hornos para quemar millones de judíos; transformar esas acciones aberrantes en tareas rutinarias.

Los demás atractivos de nuestra sociedad tecnificada tampoco ayudan. Si tienes carro, lo tienes para contaminar aún más nuestro aire. Si tienes cualquier vehículo con motor a gasolina, lo mismo. Las computadoras y celulares inteligentes y los millones de objetos de plástico que usamos cada día no contribuyen a la mejora de la Tierra. Todos consumimos lo que las grandes industrias explotadoras del medio ambiente nos venden. Todos llevamos ropas confeccionadas por niños explotados, excepto quienes poseen el dinero para permitirse el lujo de no comprarlas: como los empresarios que explotan a esos niños, por ejemplo.

Todos somos monstruos.

La maldita monotonía metódica de Occidente

El ser humano se echó a perder desde que algún pobre bobo decidió ir en carro a su trabajo en lugar de ir caminando, y después del trabajo volvió a tomar el carro para irse a un gym. ¡Cuando los hombres y las mujeres cambiaron a sus amantes por gimnasios! Cuando la vida de las personas adquiere niveles tan altos de absurdo, queda claro que somos una forma de vida prescindible.

Desde que sustituimos el dulce caos por una monotonía metódica, estamos condenados. No hay futuro para nosotros hoy, bestias racionalizadoras de la sinrazón. Higienizadores del sucio acto de nacer, vivir y morir. Llegarán otras bestias más irracionales pero también humanas, fanáticos nacionalistas y fascistoides, y barrerán con nosotros, porque quisimos normalizar lo anormal y acallar cualquier rugido del instinto, por inofensivo que fuese.

En resumen: el cambio climático debería acabar con nosotros, pero seguramente no lo hará.

Lamentablemente para los animalitos y las plantitas y el equilibrio cósmico.

Es una pena, la verdad.

Yo lo siento muchísimo por la Tierra, la mala suerte que tuvo por alojarnos.


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