Viruela del mono y de la desinformación 


¿Qué errores de comunicación persisten de la pandemia del Covid?


Hace unas semanas la OMS señaló el aumento de casos de viruela del mono, pero concluyó que la situación no justificaba aún una emergencia internacional. Ahora la situación ha cambiado y el “aún” ha pasado a ser una realidad, llevando a la OMS a rectificar su decisión inicial y clasificar a la viruela del mono como una emergencia de salud global. Países que no registraban casos de ningún tipo de viruela desde hace décadas empezaron a registrar sus primeros casos de este tipo de viruela y en el caso de nuestro país ya se van identificando más de 150 casos en diversas regiones, mientras que en países como Estados Unidos ya han superado el millar de casos. 

Como sucedió con el COVID-19, los brotes de estas enfermedades nos enseñan tanto de los patógenos que las causan como de la respuesta social a estas enfermedades y, de forma más abstracta, sobre cómo se desarrolla la ciencia en un mundo tan conectado. Como se lee en las noticias, la rectificación de la OMS se alinea con la noción de que la ciencia es universal, porque el virus que causa esta viruela es el mismo en Nigeria que en España. Hablar de enfermedades que se producen a nivel internacional y del conocimiento que traspasa fronteras nos puede dar la sensación de que la ciencia se produce de forma homogénea en todos los países, o que la OMS considera igual de importante los brotes en todos los países. 

Pero si somos un poco críticos, nos daremos cuenta de que esto no es así. 

Respecto a la viruela del mono, se conocen casos desde los años 70, cuando se describieron los primeros pacientes en la República Democrática del Congo. Desde entonces se han registrado brotes en diferentes países africanos, como por ejemplo el de 2017 en Nigeria, donde se identificaron centenares de casos. Hasta hace solo un mes, la OMS diferenciaba los casos entre países “endémicos”, en su mayoría africanos, y países “no endémicos”, para indicar el resto del mundo. Esta diferenciación ya se ha corregido, puesto que el problema es universal y afecta tanto a países con brotes anteriores de viruela del mono, como a países que registran sus primeros casos. Un argumento flojo para enmascarar que los brotes en África “preocupan menos” a la comunidad científica internacional es indicar que estos brotes usualmente se dan en zonas aisladas sin conexión, mientras que los brotes que vemos en ciudades como Nueva York o Londres se dan en comunidades con alta movilidad. Es cierto que el comportamiento humano puede influir en la transmisión del virus, sin embargo, durante años, científicos africanos han indicado que los brotes registrados en sus países no se estaban dando únicamente en áreas rurales menos conectadas, sino también de forma endémica en ciudades y en especial a través de contacto sexual, como se está presentando ahora. Sin embargo, estos estudios y alertas fueron prácticamente ignorados. 

Otro error cometido con el coronavirus que estamos viendo repetir con la viruela del mono es cómo la comunicación sobre una enfermedad puede generar estigma hacia ciertos países y grupos sociales. En el caso de la viruela del mono, se está denominando a las ramificaciones del virus según las regiones africanas donde fueron descritas, y tenemos así al “clado centroafricano”, o al “clado de la cuenca del Congo”. Estos nombres aún se mantienen en las páginas de organizaciones como la OMS, aunque grupos de científicos ya han exigido cambiar los nombres para evitar asociar a ciertas regiones con esta enfermedad. Algo similar observamos cuando científicos sudafricanos describieron la variante ómicron, que durante las primeras semanas fue llamada “variante sudafricana”, lo que llevó a prohibir la entrada de ciudadanos sudafricanos a ciertos países y generó estigma hacia este país, cuando realmente se le debía reconocimiento por alertar sobre una variante más contagiosa. Adicionalmente, la Asociación Africana para la Prensa Internacional ha criticado el uso exclusivo de imágenes de pacientes africanos por medios estadounidenses y europeos, quienes continúan usando fotos tomadas en los 70 y que dan la falsa sensación de que todos los pacientes son africanos o afrodescendientes, cuando la mayoría de casos recientes se ha dado en pacientes sin historial de viaje a África. El reclamo, además, está justificado porque ya existen decenas de fotos actuales que reflejan una variedad de pacientes, lo cual hace más fácil que otras personas identifiquen las vesículas que causan esta viruela. 

Respecto a esta mayor cantidad de fotografías es importante reconocer que mucha de la información que circula en redes sociales ha sido generada por los mismos pacientes, si bien algunas agencias de salud han proporcionado fotos actuales y algunos medios de comunicación se han esforzado por incluirlas en sus noticias. Esto es especialmente importante porque, como comentan estos pacientes, no todas las vesículas son del mismo tamaño, ni todas son igual de notorias. Las agencias de salud suelen presentar fotos que hacen zoom a un brote individual, por ejemplo, como si le tomáramos una foto a un grano, pero no sabemos en dónde está, ni podemos ver el rostro de la persona para hacernos una idea de qué tamaño es. Esto se entiende para mantener la privacidad de los pacientes, pero dificulta que los pacientes puedan identificar las vesículas por sí solos. En el caso de los pacientes que están compartiendo sus imágenes en redes  se puede observar los brotes en lugares más variados y se nota cuán fácil sería confundirlos con un grano que se infecta o una picadura de mosquito, o lo difícil que es observarlos en pacientes con barba. Por lo tanto, los pacientes que presentan vesículas deben estar atentos a si producen un dolor intenso, si los acompañan la fiebre, fatiga y otros síntomas relacionados. 

Finalmente, múltiples asociaciones LGTBQ+ han llamado la atención a medios de comunicación y agencias de salud por presentar a la viruela del mono como una “enfermedad gay”, pues esta enfermedad no se contagia únicamente entre hombres gays y bisexuales, ni tampoco es una enfermedad de transmisión sexual, sino que es un virus que se transmite por contacto directo entre dos personas sin importar su orientación sexual. Al mismo tiempo, los casos que se están dando por el momento sí están afectando desproporcionadamente a hombres gays y bisexuales, lo cual requiere que la información adecuada —y no basada en prejuicios sociales— llegue a los grupos que se encuentran en más riesgo, pero que se informe a toda la población puesto que todos podríamos contagiarnos por contagio directo. Durante las próximas semanas veremos cómo la comunicación de la ciencia volverá a ser un pilar fundamental en el control de una epidemia. Lamentablemente, los errores producidos durante el coronavirus no han sido del todo interiorizados, ni han sido incorporados en acciones de salud, por lo que el control de esta nueva emergencia requerirá nuevamente de un involucramiento total de la sociedad que se mantiene activa y crítica respecto a las medidas de salud pública y cómo estas se comunican. 

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