Sucedió en el Perú


Una momia en moto para repensar nuestra relación con el patrimonio


Este es el arranque de una historia neocostumbrista: en Puno, un sábado poco después del mediodía, tres muchachos suben hasta un mirador para pasar el rato con una botella de aguardiente. Podrían estar trabajando, pero por lo poco que ganan da igual si se toman un día libre. Además, salió el sol, y desde la pascana gozan de una buena vista de su ciudad, tan tranquila a la distancia aun cuando saben que, allá abajo, la ofuscación agita a sus vecinos. Estos se han plantado en pie de guerra, organizan marchas, van de luto por los asesinados en Juliaca. Muchos preparan un viaje a la capital para expresar su rechazo al gobierno central. Los jóvenes casi no conocen los buenos tiempos, pero estos parecen peores. Una tarde tumbados sobre el pasto, entre risas y tragos, no suena a mala idea ni le hace daño a nadie.

Todo va bien hasta que una patrulla de policías de civil pasa por ahí y, acaso con cierto fastidio, decide intervenirlos por beber en la vía pública. Hasta aquí, nada raro. Sin embargo, la cosa cambia tras un giro dramático: cuando los ternas abren la caja de repartos adosada a la moto de uno de los chicos encuentra, envuelta en un paño blanco y brillante, una momia en posición fetal. 

La noticia es real y ya bastante difundida; con todo el pintoresquismo que encierra ha sido propalada incluso por agencias internacionales. 

Lo que pasó después en el Mirador del Manto resulta más previsible y menos interesante: se presentaron más policías, alguien de la fiscalía provincial penal, personal de la dirección desconcentrada de cultura puneña y algunos periodistas con las cámaras de sus celulares encendidas. Entre todos atarantaron a los ciudadanos Yeral Cartagena (26), Diego Luque (23) y Julio César Bermejo, también de 26 años y dueño de la moto donde iba prendida la caja térmica de PedidosYa que había servido de urna provisional para la que hasta entonces llamaba Juanita, su momia. De inmediato se le acusó de delito contra el patrimonio cultural.

Bermejo es flaco, tiene ojos y cejas bastante prominentes, así como la piel y los dientes maltratados. Luce colita y una cara de buena gente que no puede más. En los videos muestra los síntomas de una educada y casi entrañable borrachera. Lo que contó fue que Juanita era parte del mobiliario de su casa, y que esa tarde había decidido sacarla a pasear para mostrársela a sus amigos. Dijo también que la tenían hace unos treinta años, cuando su padre la recibió como prenda por parte de un policía que le debía dinero o lo había estafado, quizá las dos cosas. La momia solía estar siempre dentro de una caja de cartón, junto al televisor de su cuarto. “Yo la mantengo, la cuido, y ella me cuida a mí. Por eso duerme conmigo. Es como mi novia espiritual”.

El Ministerio de Cultura dispuso la custodia de los restos “con la finalidad de proteger y preservar el patrimonio”. Los expertos que se hicieron cargo han determinado que la momia tiene unos 800 años, y que muy probablemente proceda de una cultura asentada en la provincia de Sandia, al este del departamento. También que al momento de morir tendría unos 45 años, mediría poco más de metro y medio y, lo que resultaría más desconcertante a Julio César Bermejo, se trataba de un varón. Era realmente un Juanito.

Pero aquí no terminan sus pesares. El Comercio consultó a un penalista, quien informó (no puedo evitar sentir que con un regodeo de malicia) que “el delito que se estaría cometiendo en este caso es un robo agravado. Sin embargo, al confirmarse que esta momia es un bien cultural, cae en el delito de extracción ilegal de bienes culturales, el cual tiene una pena no menor de dos ni mayor de cinco años. Por lo tanto, el sujeto podría ir a prisión hasta por cinco años debido a que conservó el bien prehispánico de manera ilegal”.

Bermejo ha dicho que más de una vez intentaron entregar a Juanitx a algún museo, como el ‘Carlos Dreyer’, pero que él y su familia se cansaron de recibir engorros que sonaban a mecida como respuesta. Y que no pretendieron venderla, aun suponiendo que pudieron haber ganado buena plata con ello. Quizá por eso me sabe mal el cargamontón que está recibiendo de las autoridades. Haga el lector el intento de comunicarse con el Mincul y tratar de que le ayuden a, por ejemplo, devolver ese huaco que acumula polvo en su sala. Ahora imagine lo que será ser pobre, vivir en Puno y dar a quien corresponda una momia. En el Perú, pese a su inconmensurable riqueza arqueológica, no existen verdaderas leyes para la entrega de materiales del pasado a las autoridades. Eso es lo que debería sorprendernos.

No digo, por supuesto, que no haya que intentarlo. Pero pienso en dos cosas: por un lado, en las colecciones privadas de cuadros de la escuela cusqueña, en el ‘museo’ de Enrico Poli y cuantos repositorios más existen a la vista y que son fruto directo de la expoliación y el robo del patrimonio cultural en iglesias y huacas de todo el país. Y por el otro, que los antiguos momificaban a sus seres queridos y a los notables por preservarlos, para tenerlos cerca, para darles cariño. De vez en cuando algunas de estas reliquias eran sacadas para pedir algo a la divinidad o agradecer. ¿No es eso lo que hacía Julio César Bermejo?

“Yo bastantes veces he podido fallecer y ella me ha cuidado”, ha dicho, cuando esos huesos embalsamados todavía eran los de una coterránea del pasado. “Cuando me porto mal me jala la frazada. A veces siento como si me tocara la mano”. En el fondo, me encantaría que se la devolvieran. Es más, que regrese al mirador con ella (con él) y con sus amigos, busquen otra botella con ron y una gaseosa colorinche, y se queden ahí, tranquilos por unas horas, en paz. Lejos de todo y de todos.

1 comentario

  1. Buena historia…y buen remate. Y claro, porqué no? …en el Peru vivir en paz y tranquilidad, aunque sea por unas horas, no es descabellado deseo!

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