¿Qué está leyendo, doc?


Cosas en las que hay que fijarse, además del diploma


Este año será para mí especialmente retador a nivel físico y mental debido a una confluencia de viajes, y fue por ello que hace unos días acudí a visitar a un médico: pocas cosas son tan indeseables como enfermar lejos de casa. En el consultorio me recibió el doctor Valdez Fernández-Baca, una eminencia en medicina interna e infectología, con quien la simpatía fue inmediata. Podría decir que la mitad de mi larga cita, mientras el médico revisaba mi historia clínica y auscultaba mi organismo, fue dedicada a intercambiar impresiones sobre autores y novelas, algo insólito en mis años de visitar especialistas. Quién sabe, me dije después, si mi simpatía no habría sido también alimentada por la añoranza de la relación que tuve con mi suegro, un médico muy reputado, dueño generoso de una biblioteca envidiable, con quien se podía conversar tanto de la cisura de Silvio como de la magdalena de Proust.
Cuando le mencioné al doctor Valdez lo fantástico que era encontrar un médico que hablara de libros, se encogió de hombros; me recordó que desde los griegos se practicaba la medicina en compenetración con las artes —no en vano Apolo era el dios de la curación y las enfermedades, la música y la poesía, la verdad y la profecía—, y luego nos preguntamos: ¿en qué momento se trazó una línea divisoria entre ciencia y sensibilidad? ¿Cuándo y en razón a qué mecanismo de supremacía se dejó de ver al paciente como un organismo integrado que no solo adolece, sino que teme, piensa, imagina y se esperanza?
Días después, Valdez me escribió que él entiende a la sociedad como un cuerpo: a unos les toca ser pulmón, a otros ser cerebro, etcétera, y que necesitamos glóbulos rojos transportadores de oxígeno entre nosotros para funcionar colectivamente. Si entendí bien su metáfora, ese oxígeno entre las personas deberían ser esos puentes de entendimiento formados por las emociones comunes y la curiosidad compartida; es decir, la materia prima del conocimiento y de las artes.
Un médico que lee literatura y disfruta de las artes escénicas tiene, definitivamente, más herramientas de comunicación con un paciente y, de paso, tiene más beneficios para su propio entendimiento personal. Como acabo de leer en la monografía El papel fundamental de las artes y las humanidades en la educación médica1, en lo que va del siglo XXI ha habido una gran transformación en la atención médica, marcada por disparidades en la salud, protestas civiles, tasas sin precedentes de agotamiento y suicidio de médicos, e inesperadas crisis de salud pública llegadas en forma de la epidemia de opioides y la reciente pandemia de coronavirus: enseñar a los médicos el funcionamiento de los órganos internos sin tener en cuenta la influencia de los agentes externos y la emocionalidad de sus pacientes es, desde mi opinión tal vez sesgada, condenarlos a ser mecánicos de la carne y, en el peor de los casos, carniceros con prestigio.

Recuerdo cuando hace años, Elena Sipan, mi entonces asistente y hoy tanatóloga, me contaba sus experiencias como clownterapéutica en los hospitales públicos: buena parte del personal de salud no sabía cómo conectar con los niños y los ancianos bajo su cuidado —y sospecho que tampoco con las edades intermedias — y fueron sus recursos prestados del teatro los que tranquilizaban muchas ansiedades. Cuán importante ha sido para ella acudir a la narrativa literaria y cinematográfica para hoy ser compasiva con quienes están a puertas de la muerte o han sufrido alguna pérdida.

Hoy, las facultades de Medicina más prestigiosas del mundo tienen programas que entrelazan su materia de estudio con las Humanidades para que sus egresados sean mejores observadores e intérpretes, y desarrollen la empatía, la comunicación y el trabajo en equipo.

¿Qué tanto de ello ocurrirá en esta tierra donde las universidades son cada vez más un negocio y los pacientes son vistos como clientes y, en el mejor de los casos, como estadísticas?

Por lo pronto, el doctor Valdez me ha invitado a un club de lectura que organiza con algunos colegas y es probable que, desde algún rincón inasible del cosmos, el médico Antón Chéjov nos sonría.

Lisa Howley, PhD; Elizabeth Gaufberg, MD; MPH Brandy King, MLIS.


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1 comentario

  1. Max Yoza

    Hola Sr. Gustavo Rodríguez, déjeme decirle que disfruto mucho escuchar sus artículos en las mañanas, junto con los de Roxana Barrantes y de Natalia Sobrevilla y sus demás compañeros, me acompañan en mis caminatas matinales. Le escribo para agradecerle por este artículo que me ha inyectado nueva energía para continuar una aventura que iniciamos un grupo de amigos médicos, crear una revista escrita por médicos de temas no médicos que sirva para hacernos recordar a los médicos que la medicina es más que una ciencia, es un arte.

    https://issuu.com/revistamaskara

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