Mis vecinos, los gallinazos


Un homenaje a estos emblemáticos e incomprendidos limeños


Hay cinco gallinazos en mi barrio. Una pareja y un trío, si queremos dividirlos en la manera en que han decidido pasar buena parte del día. No sé dónde duermen, pero los siento caminar por mi techo temprano por las mañanas. Hacia el mediodía, el trío suele estar en el edificio de enfrente. Por las tardes, los cinco se juntan sobre la pared de una clínica cercana. 

Veo más a esta pequeña parvada que a la mayoría de mis vecinos del edificio. Me entretengo con su vuelo por el barrio y sus saltos sobre los muros y techos alrededor de la esquina donde me encuentro. Son mis compinches a la hora de procrastinar impunemente, los acompaño con la mirada desde la ventana de mi escritorio mientras en mi bandeja se apilan los correos electrónicos sin responder.

Creo que no todos por aquí aprecian su presencia, pues una casa vecina ha decorado su techo con bolsas amarillas de plástico que intentan infructuosamente espantarlos. Es claro que los gallinazos tienen un problema de imagen pública, pues por su pinta son injustamente considerados sucios y tenebrosos.

En un notable artículo de 2020, la periodista María del Carmen Yrigoyen hizo una necesaria defensa de estas aves: “A diferencia de lo que uno podría imaginar, los gallinazos son aves que valoran la limpieza. Pueden pasarse horas acicalándose para tener el plumaje en condiciones óptimas para el vuelo y buscan piletas para poder bañarse solos o con otros individuos de sus colonias. Según el Departamento de Ornitología y Ecología del Museo de Historia Natural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, hay grupos que han aprendido a calcular a qué hora se activa la pileta del convento de Santo Domingo y llegan puntuales para su baño”. En el artículo también se menciona que son amigables, juguetones y que tienen una gran capacidad de trabajar en equipo para solucionar problemas. Suena a que el resto de vecinos de la ciudad podríamos aprender mucho de ellos. 

Estas aves también están presentes en obras notables de nuestra literatura, como en el cuento Los gallinazos sin plumas de Julio Ramón Ribeyro: “Todo lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más entre los gallinazos”. O en El señor gallinazo vuelve a Lima de Sebastián Salazar Bondy: “Antes —reflexionó en voz alta el ave— eso lo hacíamos nosotros, los gallinazos, y por eso los limeños protegieron, mediante una ley, nuestra vida. Éramos los que manteníamos limpia la ciudad. Ahora todos los animales son gallinazos…”. Nicomedes Santa Cruz en Juan Bemba: “¿Qué fue de la basura de la Lima de ayer? ¡Envolturas de nylon, latas de DDT, envases de conservas con nombres en inglés! ¡Se marchó el gallinazo, yo solo me quedé…!”.

Sirvan estas tres citas para recordarnos la valiosa función social que cumplen: los gallinazos son aves carroñeras y nos ayudan a reducir la basura orgánica de la ciudad. David Gavidia nos recuerda en una nota en El Dominical que este ha sido un rol histórico de nuestros vecinos alados: en el oráculo de Pachacámac, los sacerdotes los alimentaban con cestas de pescado y los tenían bien considerados, pues limpiaban el santuario de los desechos que dejaban los peregrinos.

Este dato es útil para tomar en cuenta que los gallinazos están en esta ciudad desde siempre, mucho antes de la llegada de los españoles. Me gusta imaginar que mis cinco vecinos no son descendientes, sino los mismos gallinazos de entonces; unos seres inmortales que vieron cómo la cultura Lima construyó la huaca que se encuentra a un par de cuadras de aquí, que acompañaron la fundación española de la ciudad y su progresivo y desordenado crecimiento, que cuidaron de su comunidad en momentos dramáticos, como la guerra que tuvo en parte del distrito uno de sus campos de batalla. 

Así, su aparente letargo no sería otra cosa que la actitud contemplativa de quienes han observado mucho y atesoran gran sabiduría. Y su vuelo, una sobria invitación que nos hacen para que dejemos los problemas intrascendentes de lado y los acompañemos rumbo al horizonte.


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3 comentarios

  1. Lucho Amaya

    Me gusta observarlos también, y presumo que en los meses cálidos es donde se muestran más… En verano, de este año, me movilizaba de Los Olivos, donde vivo, hasta la U de Lima, y allí los pude apreciar en lo alto de los edificios, lo que ya no sucedió en los meses posteriores porque dejaron de verse.
    Saludos

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