El sexismo en Afganistán es atroz, ¿y el nuestro?
Es fácil apuntar los defectos del otro. Los países orientales han sido construidos históricamente como el “otro” global, desde la perspectiva de los países de Occidente (Estados Unidos y Europa). Este es un proceso conocido como “otrerización” y desarrollado por Edward Said en su libro Orientalismo. Esta idea puede ayudarnos a explicar nuestra percepción sobre los recientes sucesos en relación a los derechos de las mujeres en una región de Afganistán.
Mediante la otrerización (othering, en inglés), construimos una noción preconcebida de quiénes y cómo viven en Medio Oriente, por ejemplo. Creemos saber en qué creen y quiénes son, aunque, dada la división del mundo, nunca hayamos estado allí ni conocido a alguien de ese lugar. Este proceso no es exclusivo con poblaciones del Medio Oriente. La otrerización ocurre con aquellos grupos que consideramos muy diferentes a “nosotros” y a quienes entendemos con base en características como el color de la piel.
El argumento central del “orientalismo” de Said es que la forma en que adquirimos estas nociones sobre los otros no es inocente ni objetiva, sino un resultado final que refleja un interés. Son construcciones sobre Oriente dirigidas a distorsionar esos países y a las personas que los habitan. Así, llegamos a asumir que el velo, el hiyab y la burka son formas inherentemente opresivas hacia la libertad de las mujeres. Ese estereotipo no contempla el amplio espectro de experiencias de las mujeres dentro del cual hay algunas que optan libremente por cubrir sus cabellos siguiendo sus creencias religiosas y sociales. El problema está en la imposición y sanción con violencia cuando deciden no hacerlo.
La situación en Afganistán es para horrorizarse. La serie de restricciones aplicadas a un grupo de personas solo por ser mujeres redunda en lo absurdo. Lamentablemente, la situación en los países occidentales y de culturas occidentalizadas, como la nuestra, no es más esperanzadora. Este informe sobre los feminicidios y la violencia contra la mujer en el Perú entre los años 2015-2019, publicado en abril de 2021, indica que en el Perú hay tres feminicidios cada diez días. Además, la tasa y cantidad de feminicidios aumentó progresivamente en esos cuatro años. No voy a enumerar aquí todas las atrocidades concretas y simbólicas que se cometen contra las mujeres peruanas. Sin velo de por medio y con supuestas libertades, la violencia basada en género en el Perú es también para horrorizarse.
No se trata de una competencia sobre dónde las mujeres son más oprimidas. Analizar aquello que sucede a miles de kilómetros de distancia implica necesariamente visibilizar la opresión de las mujeres que son nuestras vecinas, amigas, familiares o nosotras mismas. Al fin, el sexismo, el machismo y el régimen talibán tienen en común la estructura patriarcal que no discrimina entre Oriente y Occidente.
Una guía de lectura sobre feminismo musulmán de Cornell University, nos recuerda que el debate sobre los derechos de las mujeres y el Islam es frecuentemente politizado y entreverado con estereotipos. Las mujeres musulmanas no son todas víctimas, renegadas o abanderadas de la autenticidad cultural ni religiosa. Son diversas y sus realidades son más que oportunidades para descartar el Islam o para enorgullecernos de nuestra cultural “liberal”. Una solidaridad real con las mujeres en el ámbito musulmán significa prestar atención a los debates que tienen lugar dentro de las sociedades musulmanas.
Estos debates no llegan a los medios de comunicación. Tal vez porque son más complicados de entender. O son más complicados de entender, precisamente, por esa lejanía percibida entre “nuestra” sociedad y la “otra”. Siguiendo el análisis de Said, borrar la diversidad dentro de las sociedades orientales sirve para construir una narrativa única que refuerza la idea de Oriente como un otro que necesita ser intervenido, dominado.
Hoy, la situación de las mujeres afganas es crítica. No obstante, es producto de un largo proceso. La constante entonces y ahora es la poca atención que se otorga a las voces de las mujeres diversas en Medio Oriente y sus propias propuestas sobre cómo quieren continuar su propia causa. Es un error asumir que la solución a sus problemas vendrá exclusivamente de algún país occidental redentor.
Ahora ellas son visibilizadas en los medios de comunicación porque sus declaraciones contribuyen a construir el paralelo oriente salvaje/ occidente civilizado. En el camino por hacer visibles las condiciones injustas a las que son obligadas a vivir, se filtra una narrativa que justifica las acciones de Occidente por liberar a las mujeres. Recordemos que las disputas de poder entre “Oriente” y “Occidente” producen eventualmente más violencia desproporcionada hacia las mujeres. Ese es un problema de fondo.
Finalmente, y de forma sutil, la situación de las mujeres bajo el régimen talibán también puede ser usada para minorizar la opresión que las mujeres vivimos en otros lados del mundo. Las mujeres peruanas no pueden usar una truza de encaje rojo o “tener vida social” si quieren acceder a la justicia en casos de violación. Tenemos “talibanes”peruanos que pasan más desapercibidos, sin un sistema legal explícito que los respalde. Mientras tanto, nuestro sistema legal, educativo, de salud y acceso a la justicia continúa reproduciendo desigualdades de género. Estamos más cerca de Afganistán de lo que creemos.
Excelente artículo estimada Sharún, y ayer fui testigo que los talibanes del gobierno con todo desparpajo actúan y él trato a la reportera de TV Perú es reflejó de cómo actúa parte de nuestra sociedad.