Lo que la calle te da, la calle te quita


Un paseo por el vecindario de la realidad trans


Yefri Peña Tuanama es fundadora y directora de la Casa Trans de Lima Este, un proyecto liderado por mujeres trans que busca darle nuevas oportunidades laborales a otras mujeres trans a través de una pequeña empresa textil. Integrante de la Junta Directiva de la ONG Presente. Defensora de los derechos humanos de las personas trans con más de 10 años de activismo a favor de su comunidad. Ex promotora de salud del Ministerio de Salud. Ha participado de la obra de teatro Desde Afuera el año 2014, donde a partir de su propio testimonio evidenció la realidad de las mujeres trans en Perú.



Gerente de Programas de Impacto Global en Out & Equal, donde trabaja por el avance de la inclusión laboral LGBTQI+ a nivel internacional. Fundador de la ONG Presente. Tiene ocho años de experiencia promoviendo un diálogo nacional sobre derechos LGBTQI+ en Perú y Estados Unidos con empresas y políticos a través de campañas, proyectos y obras de teatro. En 2017 junto a Presente crearon la primera certificación en Perú para reconocer a los mejores lugares del talento LGBTIQ+. En 2016 fue reconocido como líder internacional por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y como Innovador Global por Human Rights Campaign (HRC). 


Como todas nuestras historias, los testimonios de vida de las personas en la comunidad trans en el Perú hacen parte integral de la historia de nuestro país. Sin embargo, muchas de las descritas a continuación no serán leídas en otro lado. Si acaso, en la sección policial de un periódico local, o en la publicación de un colectivo de activismo LGBTIQ+. Todas las personas cuyas historias leerán a continuación vivían en la zona este de Lima y eran parte del grupo de amigas de Yefri Peña. Un grupo del cual ella es una de las últimas sobrevivientes.

La Juanito fue el primer gay del barrio. Tuvo una vida muy difícil. Su padrastro abusó de él cuando era muy chico y después de eso decidió entrar al servicio militar. En su adultez trabajaría en una fábrica de cartones. Como todas las noches, llegó al barrio a las 6 de la tarde. Aquel sábado, sin embargo, un día antes del Día de la Madre en 1996, llegaría su cuerpo con dos orificios de bala: uno debajo del ojo y otro en la frente.

La Débora, más conocida como la Xenón o la Papicho, iba al barrio a jugar vóley y a visitar a la Juanito todos los lunes, miércoles y viernes. La encontrabas en el río los fines de semana, lavando ropa desde las 4 de la tarde. Débora murió a los treinta años debido al virus del VIH.

La Sedúceme vivía por el barrio de la Débora, eran buenas vecinas. Ella criaba chanchos en el río y cuidaba a su abuela, que estaba muy anciana. Se dedicaba a cortar cabello hasta que tuvo que ser internada. También murió por el virus.

La Manquita, más conocida como la Angi o la Miguelito, era la más alegre del barrio. Todas las mañanas paseaba silbando y saludando a todos. El día que recibió su diagnóstico (positivo para VIH) empezó a beber. Ejercía el trabajo sexual, pero nada más trabajaba para sobrevivir, para comer y para su trago. Cuando la Manquita murió, su familia no tenía dinero para comprar el cajón. Entonces, todas las chicas trans de la zona hicieron una colecta para enterrarla.

La Gincho vivía en la urbanización El Sol en Santa Clara. Ella también jugaba vóley y se ganaba la vida cortando cabello a domicilio. Caminaba por todo Vitarte con su morralito, donde llevaba una tijerita y su peine. Su pareja le pegaba todos los días hasta que la abandonó. Ella se volvió alcohólica después de eso. Un mañana la encontraron tirada en el suelo de un parque. Murió de inanición.

La Pirata, conocida también como la Maura o la Lucero, tenía un ojo de vidrio. En una pelea, su pareja la hincó con una tijera y ese fue el resultado. Era una chica guapa que escuchaba cumbia todo el día. Vivía por el asentamiento humano Micaela. Desapareció de un momento a otro. La encontraron muerta en su habitación.

La Eloísa iba todos los fines de semana a la discoteca El Yuli. Aunque vivía en Italia, siempre volvía a Perú para traer dinero a su familia. Era la que mejor se vestía, parecía una princesa, siempre de lila con brillantes. Cuando le encontraron el cáncer al colon, tuvo que volver al Perú para seguir un tratamiento, pero su familia la abandonó en una habitación y se quedó con todo su dinero. Ni siquiera la quisieron llevar al hospital. Cuando murió, sus amigas la enterraron con su vestido lila de pedrerías.

La Mañuca era la matriarca. Murió a los 65 años, una edad poco común en un país donde la esperanza de vida para las mujeres trans es de 35 años. Ella tenía contactos por todos lados. Si querías ir a Europa, tenías que hablar con ella. También cayó en depresión cuando comenzó a tener problemas con todos sus vecinos, e incluso con su familia, quienes le quitaron el salón de belleza.

“Para mi cumpleaños voy a hacer una pequeña cena y voy a inaugurar mi nuevo salón”, dijo semanas antes de morir. La encontraron en su cama, botando espuma por la boca. En su mesita de noche se encontró una botella de racumín con gaseosa. En su velorio estuvieron todas las sobrevivientes, quienes le llevaron un grupo de cumbia para despedirla. Fue una fiesta. 

Todas estas historias reflejan el abandono que sufren las mujeres trans en el Perú por parte del Estado, de la sociedad, y de sus familias muchas veces. De acuerdo a la Defensoría Del Pueblo, el 95.8 % de mujeres trans han sido víctimas de violencia, y sólo el 5.1 % han terminado el nivel educativo secundario. Con escasas oportunidades de desarrollo económico y el rechazo mayoritario de la sociedad, poco más del 60 % se dedica al trabajo sexual como una manera de procurarse la propia supervivencia. Sin acceso a un trabajo seguro, un sistema de salud que vele por sus necesidades específicas, o un sistema judicial que persiga a sus victimarios cuando son objeto de violencia directa, ¿podemos decir que las mujeres trans se están muriendo o es este sistema y sociedad transfóbica quien las está matando?

Solo durante esta última semana, se han registrado los siguientes asesinatos: Erika Quintana Ávalos y Ale Castillo, en La Libertad y Arequipa, respectivamente. Una víctima no identificada en Lambayeque. Ruby Ferrer en el Cercado de Lima, un asesinato que siguió al de Priscila en Chorrillos. 

El Estado tiene la obligación de hacer justicia, de reparar y empezar a trabajar en políticas públicas que apunten a mejorar la calidad de vida de las mujeres trans en el país. Y la sociedad, por su parte, la obligación moral de no olvidarlas jamás.


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