LIBERTAD DE LA PALABRA


La escritura como rehabilitación y esperanza en las prisiones peruanas


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú. 


Hay una pregunta recurrente, casi un lugar común, que se le hace a los lectores voraces (y también a los escritores): “¿Qué libro llevaría a una isla desierta?”. Se entiende que los libros son buenos compañeros para esquivar la soledad, y se cree que, en circunstancias tan complejas, pueden ayudar a sobrevivir. Valdría más la pena consultar algo que, a todas luces, tendría mayores posibilidades de hacerse realidad, sobre todo en nuestros días: “¿Qué libros leería si estuviera preso?”.

No se pregunte el porqué, puede ser usted un asesino, un ladrón o, como lamentablemente parece suceder cada vez más a menudo, el pariente o amigo que se benefició de coimas por una obra pública y que terminó con prisión preventiva que dependerá del estado de ánimo de un juez, un fiscal, un par de abogados (y de la relevancia que los medios le den). La elección de los libros puede resultar siendo la misma que la de una isla desierta. Lo invito a imaginar su lista o a pensar, como yo, en que quizá no sería mala idea aprovechar el tiempo también para escribir, que es lo que hicieron muchos grandes autores —Cervantes, Dostoievski y Wilde entre los más famosos—.

Aquello suena incluso hasta romántico. Pero no lo es. Las condiciones en las cárceles peruanas son casi siempre infames como para que un reo tenga materiales o la tranquilidad emocional para escribir. Por eso son tan importantes las iniciativas del Ministerio de Cultura y el INPE con el programa ‘Libertad de la Palabra’ (desde 2015); o de la asociación Dignidad Humana y Solidaridad con el concurso ‘Hubert Lanssiers’ para que personas privadas de la libertad puedan encontrar algo de sosiego y libertad en la escritura y otras formas de creación (de hecho, las artes plásticas son de gran calidad: tienen una muestra anual en el Icpna, y pueden ser adquiridas aquí). Estos son algunos de los mejores ejemplos de que hay formas de encontrar humanidad y talento incluso en condiciones tan difíciles. 

Puede sonar extraño, pero recuerdo gratos momentos en visitas a Lurigancho y Castro Castro, en las que fui testigo de excepción de esto que escribí líneas arriba. En una de ellas, un grupo de internos interpretó una maravillosa versión libre de mi novela Historia de dos Bernardos que habían leído para el programa ‘Libertad de la Palabra’ y que me permitió comentar con ellos algo de literatura allá por el 2018; en otra, a la que asistí con el gran escritor y mejor amigo Santiago Roncagliolo, recuerdo que, además de conversar con los reclusos, pudimos ver una inolvidable presentación artística en la que hizo delirar a la audiencia un bolerista que no tenía nada que envidiar a Lucho Barrios. Finalmente, recuerdo también una lectura con un grupo de presos con condenas muy amplias, incluidos algunos por terrorismo, con quienes hablamos de literatura peruana e intentamos desarrollar un taller, lamentablemente poco antes de que se desate la pandemia.

Evoco esto ahora cuando a la distancia —y en medio del desánimo en que parecen dejarnos siempre los avatares de la política nacional— leo con gratitud algunos cuentos del concurso del cual tengo la suerte de ser jurado una vez más y en los que encuentro no solo talento, inteligencia y sensibilidad, sino, sobre todo, una gran dosis de esperanza, aun en narraciones en las que, casi siempre —sean relatos de terror, ciencia ficción o realismo sucio— pueden aparecer apenas perceptibles las marcas de la dura estadía en la cárcel. 

Dentro de poco tocará deliberar con un grupo de amigos escritores para determinar quiénes serán los ganadores. Más allá de eso, y de que será una tarea difícil porque de verdad hay cuentos fantásticos en todo sentido, me queda claro que lo que necesitamos es continuar pensando que hay futuro, incluso cuando estamos en medio de crisis personales y sociales que parecen ahogarnos y llevarnos por un remolino de desasosiego que es necesario remontar. 

Lo otro que me queda claro es que hay que confiar en el valor de la palabra en tiempos en que hasta la del maestro pareciera estar desacreditada. La palabra permite conmover, emocionar, revertir situaciones adversas; en suma, resistir. Que es lo que quizá toque ahora, esperando un mejor momento, para poder construir el país que queremos e imaginamos para nuestros hijos.


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