Las habas cocinadas en Stanford 


Un destape en la prestigiosa universidad y una reflexión sobre los libros de Dina Boluarte


El pasado miércoles 19 de julio, el rector de la Universidad de Stanford le envió un correo electrónico a la comunidad académica de esa universidad anunciado su renuncia. El mensaje llegó tras revelarse posibles casos de falsificación de información en artículos científicos de autoría y coautoría del rector. Un par de días antes, nuestra presidenta Dina Boluarte toreaba en una conferencia de prensa las denuncias sobre plagio académico en dos libros en los que ella figura como coautora. Así, los futuros del exrector de Stanford y el de nuestra presidenta se ven unidos por estos casos de deshonestidad académica: en uno ya hay repercusiones; en el otro, veremos. 

Debido al renombre de la universidad y a la gravedad del asunto, las faltas del exrector se han convertido en el chisme académico de la semana. En concreto, la denuncia incluye a doce publicaciones del área de Neurociencias en las que el exrector participó como autor principal o coautor y que se han publicado en prestigiosas revistas, como Science y Nature. Además, estos artículos cuentan con cientos de citaciones, es decir, otros artículos han tomado esa información como verdadera para guiar nuevas investigaciones. Algunos de estos artículos incluso se habían considerado como investigación crucial para enfermedades como el Alzheimer, con la implicancia que esto puede llevar para el desarrollo de medicinas y tratamientos para pacientes en el futuro. Además, el exrector es un conocido investigador del área de Neurobiología, cuya labor no se limita al ámbito de la universidad que solía presidir, ya que también tiene autoridad sobre empresas biomédicas en Estados Unidos. Su influencia como rector de una de las universidades más reconocidas del mundo y como investigador del sector biomédico han agravado las denuncias de falsificación de información. 

Cada uno de los artículos ha sido investigado por un comité de expertos. Por un lado, se encuentran los científicos de estas disciplinas que han analizado la información, pero también peritos forenses, que han revisado las imágenes que estos artículos presentaban para identificar cuáles se habían modificado con intención de presentar resultados positivos. En algunos casos, los peritos independientes han indicado que los cambios en las imágenes pueden ser errores de investigación, sin embargo, en otros parece haber una intención más clara de manipular la información. Además, en este comité han participado abogados y otros académicos para determinar que el exrector sí tenía conciencia de que dichos artículos tenían información poco certera y que no hizo todo lo posible por corregirlos. En este caso, el informe final de la universidad menciona la revisión de correos electrónicos y comunicación entre investigadores que debió concluir en la retracción de estos artículos, lo cual nunca se llegó a dar. 

Sin embargo, para el Stanford Daily, el medio que reveló este caso, la respuesta es insuficiente. Como ellos indican, el rector ha renunciado y los artículos probablemente se retracten, pero el comité no ha concluido que el rector sea directamente culpable, sino que no fue tan diligente en resolver los conflictos de fraude. Adicionalmente, el Stanford Daily ha mencionado que otros expertos decidieron no participar del comité porque este no asegura el anonimato, lo cual el medio considera como un espacio donde existe el conflicto de intereses. 

Tras escuchar este caso, la conclusión de algunos peruanos ha sido: “Bueno, en todos sitios se cuecen habas”. Tal vez escuchar que en universidades tan prestigiosas como Stanford también se cometen plagios, copias y otro tipo de deshonestidad académica nos da ánimos para nuestra situación nacional. 

Como nuestros políticos nos tienen acostumbrados a los plagios académicos, el de Dina Boluarte parecería que no iba a causar mayor sorpresa. Sin embargo, el asombro en este caso viene al conocerse que la presidenta había sigo coautora no solo de un libro, sino de dos relacionados al derecho. Lo más curioso es que algunos de los sorprendidos también han sido los otros coautores, quienes han mencionado no conocer los libros o no conocer a la presidenta. Por su parte, nuestra mandataria no ha negado su participación en los libros, sino que ha negado que sean “libros”. Para ella las publicaciones, a pesar de encontrarse registradas en la Biblioteca Nacional, serían entonces solo unos cúmulos de palabras. 

Si Dina Boluarte no ha renunciado por la violencia practicada por su gobierno, que cuenta con decenas de fallecidos, y por la falta de apoyo al mismo, es claro que no lo iba a hacer por un libro que no considera un libro. Tal vez podamos coincidir con ella en que el libro no fue leído por nadie, ni por sus coautores, por lo cual no ha causado ningún daño a los profesionales del derecho para quienes estaban escritos esos textos. Sin embargo, la copia de un texto entero —en este caso, más de diez páginas— es en sí una falta grave, así como la es no contar con una sección de bibliografía en un libro de ese tipo. Las faltas cometidas por estos coautores significan copiar las ideas de otras personas y hacerlas suyas. Además, nos podemos imaginar cómo es la fluidez y el análisis de un texto en el cual repentinamente se incorporan secciones enteras de otros. Un Frankenstein académico. 

Comparando estos dos casos podríamos caer en que en Stanford todo se ha resuelto siguiendo una brújula ética de la que nuestros políticos carecen. Es un error endiosar a instituciones y autoridades con tanto poder, como lo son las universidades prestigiosas. En el caso de Standford, ha sido la presión de la comunidad académica y el destape de un periódico independente el catalizador de la renuncia del rector. En el caso de Dina, no sabremos cómo se resolverá el caso. Por el momento, tendremos que esperar si la justicia de nuestro país redefine lo que es un libro, o si nuestra presidenta se sincera por su falta de juicio. 


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