La vida es una tómbola, la política no tanto


¿Y si tuviéramos sorteos en vez de elecciones?


Desde que se anunciaron las decenas de candidatos a la presidencia del Perú, los ánimos electorales empezaron a decaer. Estudios de marketing sugieren que la abundancia de opciones se convierte en una fuente de estrés para quien consume y, como resultado, alguien puede hasta desistir de comprar en lugar de tomar una decisión. Quizás esto sirva para empezar a explicar ese significativo porcentaje de peruanas y peruanos que simplemente no elegiría a ningún candidato/a. O tal vez ocurra que parece que hubiera muchas opciones, cuando en realidad algunas se parecen entre sí. 

           Con tanta tensión en el ambiente, me pregunto si habría otras formas factibles de elegir a quienes nos representan. Cuando hace unas semanas escribí aquí sobre la diferencia entre representación y democracia, no llegué a elaborar las alternativas a la representación. Hoy quiero proponerles pensar en la posibilidad del sorteo. 

           Como expliqué en aquel artículo, el mecanismo de elecciones para asignar cargos de gobierno se instauró a partir de las revoluciones francesa y norteamericana. Antes de eso, diversas sociedades antiguas confiaban en el sorteo para seleccionar a sus gobernantes. En la Atenas del siglo 500 y 400 A.C., por ejemplo, los órganos de gobierno más importantes eran conformados a través del sorteo. 

Puede sonar jalado de los pelos, pero la idea del sorteo como herramienta para mitigar las barreras de acceso a la representación no es nueva. Tampoco es idea mía. David Van Reybrouck, en su libro Contra las elecciones (2016), explora alternativas a los problemas que traen las elecciones. El sorteo es una de ellas. Para entender cómo funcionaría es útil revisar, precisamente, la antigua democracia ateniense que supuestamente sentó las bases para el sistema que usamos hoy en día. 

           De acuerdo con el libro de Reybrouck, en sus orígenes la democracia ateniense incluía un poco de suerte. Además de ser más directas que nuestro sistema de representación, la mayoría de las funciones gubernamentales eran asignadas por sorteo. Una de sus ventajas era neutralizar la influencia personal. “En Roma no había un sistema de sorteo e incontables escándalos de corrupción eran el resultado”, cuenta el autor. Mientras menos influencia personal existía en el proceso de selección, menos posibilidades había de usarla en favor de ciertas candidaturas. 

           Aunque la modalidad del sorteo pretendía maximizar la representación y la igualdad entre la ciudadanía, esta no se aplicaba para todos los cargos. Las elecciones estaban reservadas para las altas funciones militares o financieras, por ejemplo. En esos casos, el principio de igualdad era, excepcionalmente, subordinado al principio de seguridad.  Las elecciones, pues, se aplicaban a una minoría de los cargos gubernamentales.

           Esta forma de asignar cargos no era una tómbola. Había otras reglas. Los puestos atenienses eran sorteados por un año y, generalmente, las personas no eran elegibles para reelección. La rotación era el otro gran elemento complementario al sorteo. Según Reybrouck, entre el 50 y 70% de los ciudadanos atenienses de más de 30 años habían participado alguna vez en el Concejo. 

           Hoy resulta una propuesta descabellada. El sorteo podría funcionar en ciudades pequeñas, ¿pero podría funcionar en un país con más de 30 millones de personas? También cabe la duda de si confiamos lo suficiente en el resto de la ciudadanía de a pie para liderar los procesos de toma de decisión. Sin duda, surgen muchas otras preguntas. Adoptar mecanismos como el sorteo no sería una reforma superficial, implicaría repensar la estructura que hoy es nuestro sentido común. 

           En Contra las elecciones, Reybrouck propone una mezcla entre el método de elecciones y el sorteo para cubrir los vacíos que hay en ambos. De esta forma podría entenderse como una propuesta más cercana, aunque una duda persista: ¿podemos confiar en gobernantes elegidos al azar? No olvidemos, sin embargo, que actualmente tampoco solemos confiar en los que elegimos colectiva y legítimamente. Pensar en posibilidades fuera de la caja no sería un mal ejercicio, al menos como análisis para reforzar nuestro sistema actual. 

1 comentario

  1. José Ugaz La Rosa

    Hola Sharún, interesante invitación a pensar fuera de la caja. Precisamente en cada elección siempre tengo la sensación de estar participando en una rifa o tómbola. Hasta nombre le he puesto a este delirante proceso que se repite cada 5 años. Un nuevo «tinquenio» le llamo yo.

    Una manera de minimizar el rol del azar y la incertidumbre en nuestras elecciones, la formulé hace algunos años en: https://www.facebook.com/perucandidatoya

    Allí planteo lo siguiente:
    «La política es demasiado importante para dejarla en manos de incompetentes , corruptos e improvisados.Por ello, estas dos simples propuestas pueden cambiar la política y cambiar el país:
    1. Que todos los interesados en postular a un cargo electo se inscriban en un registro de candidatos con la debida anticipación:
    – Tres años antes de la elección, en caso de postular a los cargos de presidente o vicepresidente de la República, o congresista.
    – Dos años antes de la elección, en caso de postular a los cargos de gobernador o consejero regional, alcalde provincial o distrital, o regidor.
    2. Que el interesado en postular a un cargo electo, especifique al momento de su inscripción en el registro, las razones que lo motivan a postular a ese cargo.
    Este registro puede ser gestionado por el JNE y/o la ONPE y ser de dominio público. De esta manera, la prensa y la opinión pública podrán saber de antemano quiénes estarán en el partidor de cada contienda electoral, lo que generará mayor transparencia. Someter con anticipación al escrutinio público a los posibles candidatos, permitirá conocer con mayor detalle sus antecedentes, propuestas, modo de actuar, vínculos, intereses, y sobre todo, sus intenciones e ideas para mejorar el ámbito (gobierno nacional, regional o local) en el cual desea incursionar.»

    Esta «inscripción previa» debería estar acompañada de una declaración del posible candidato, acerca de sus intenciones, capacidades y propuestas. Es decir, las razones por las cuales postularía, cuáles son los temas que defendería o combatiría. De esta manera, a modo de ejercicio «preventivo», la ciudadanía, la prensa y los propios partidos políticos conocerían anticipadamente las intenciones y la experiencia de los aspirantes a ocupar los cargos públicos y habría tiempo suficiente no sólo para conocer e investigar, sino para ir haciendo una evaluación de lo que efectivamente ya viene haciendo ell probable candidato por defender o combatir los temas de su interés. Así veríamos si sus capacidades son suficientes, sus intenciones genuinas y sus antecedentes honorables, o se trata de otro inepto, improvisado y/o corrupto más.

    Luego de estos tres agotadores «debates» de candidatos presidenciales que hemos tenido que soportar esta semana, me queda más claro que nunca cuáles son las preguntas más importantes que debiera responder cualquier aspirante a un cargo público. Y hacerlo no a una semana de las elecciones, sino en los plazos que he sugerido, de acuerdo al cargo al que postula. Son solamente cinco preguntas y caben en los dedos de una mano:
    1. ¿Quién eres?
    2. ¿Qué has hecho?
    3. ¿Qué vas a hacer?
    4. ¿Cómo lo vas a hacer?
    5. ¿Con quién lo vas a hacer?

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