Hitler y nuestra debilidad por el autoritarismo 


Un repaso histórico a raíz de unas declaraciones alucinantes


Esta semana he vuelto a una Lima convulsionada, envuelta en el agotamiento que implica tener un gobierno a la deriva, con un Ejecutivo que no sabe cómo responder a la creciente desazón y un Legislativo que no tiene mecanismos ni estrategias para enfrentar una situación cada vez más delicada.

Y aun así, entre el desaliento y el malestar, el país persiste. La gran mayoría de peruanos no hace más que luchar por su supervivencia en un medio hostil. Algunos, hartos, deciden que lo único que queda es salir a protestar, mientras que quienes nunca han aceptado la legitimidad del presidente y siguen clamando por la vacancia y saliendo a la calle, oscilan entre el miedo a su bestia negra preferida, “el desborde popular”, y la satisfacción de que ya no están solos en su batalla contra el “prosor”.

Ante esta nueva arremetida contra el gobierno ¿qué hizo el premier? Dos veces, no una, invocó la figura del genocida Adolf Hitler como referente de que “por lo menos hizo carreteras”, sin tomar en cuenta de que esas mismas carreteras fueron construidas abusando de los derechos de miles y que Hitler no puede ser referente de nada nunca, solo del abuso más absoluto de todo lo que la humanidad tiene como sagrado. Un demonio que asesinó y destruyó a millones de personas por ser judías, romaníes, homosexuales, discapacitadas, por pensar diferente, por oponerse a su régimen asesino. Pero que no solamente hizo todo eso, sino que destruyó la vida de cientos de miles de alemanes, no solo de los que participaron en el ejército, sino también de quienes no tenían ninguna intención de participar en una guerra que dejó a su país en la absoluta ruina.

Considerando además que Hitler fue el responsable de la destrucción de todo un continente, donde murieron millones de personas que no tenían nada que ver con el conflicto, y que sus decisiones demenciales provocaron que los enfrentamientos y secuelas de espanto se dieran en el mundo entero, ¿cómo es posible que un ministro considere que su manera de construir carreteras pueda ser ejemplo de algo?

Una de las cosas que queda clara al escuchar una declaración como la de Aníbal Torres es que en el Perú la vena o tara autoritaria es muy profunda. Algunos se preguntan de dónde viene. Sin duda, su origen está en una sociedad colonial donde era necesario mantener a un grupo importante de personas bajo el yugo, con el control de un sistema organizado de manera jerárquica, donde unos explotaban a otros y en el que claramente no todos no solo no era iguales, sino que no había razón para que lo fueran.

Hemos tenido doscientos años para cambiar la manera de pensar de los peruanos, para intervenir en nuestra sociedad para hacerla más justa y desarrollar valores democráticos, pero aún no lo hemos logrado. Desde inicios de la República han existido quienes han luchado por imponer este cambio. Primero fueron los ideólogos que abogaron por la Independencia y que creyeron firmemente en la posibilidad de crear un acuerdo político superior con base en la representación.

La Independencia, sin embargo, trajo un cambio político, pero no un profundo cambio social o económico. Las desigualdades se mantuvieron y durante el siglo XIX los liberales hicieron lo posible para que los impuestos no los pagaran solo los indios por el hecho de ser indígenas, y lograron que finalmente se aboliera la esclavitud. Pero esto no trajo cambios fundamentales ya que quienes más se beneficiaron con esas reformas fueron los que más tenían.

Los movimientos de los artesanos y luego el de los obreros, así como los socialistas, anarquistas y demás pensadores utópicos del siglo XIX e inicios del XX quisieron, una vez más, traer cambios fundamentales a la sociedad. Buscaron crear una sociedad más justa y lucharon para que los derechos de los trabajadores y trabajadoras fueran reconocidos. Pero la sociedad no cambió de manera fundamental, como tampoco lo hizo en el siglo XX tras el infatigable trabajo de socialistas, comunistas y apristas.

La sociedad peruana es tan autoritaria que la única “revolución” que realmente puso en jaque a los más poderosos provino de las fuerzas armadas. Fueron los militares quienes finalmente pusieron en marcha un cambio en la sociedad, pero lo hicieron a la fuerza y con modelos que no podían ser exitosos, entre otras cosas, por atentar contra la democracia. De la misma manera, los grupos terroristas que tomaron las armas contra el Estado en los años ochenta fueron tan autoritarios, asesinos y demenciales como muchos de los que ostentaron el poder y, después de desangrar al país por años, fueron igualmente derrotados.

Para muchos, esta derrota terrorista estuvo en manos de un líder populista y autoritario, al que se le debería reconocer lo bueno sin tomar en cuenta los crímenes cometidos bajo su mandato. Opino, más bien, que quienes vencieron a los asesinos de Sendero Luminoso y el MRTA fueron los miles de individuos y colectivos que desde sus comunidades en el campo y la ciudad se les opusieron. De la misma manera en que la única fuerza de contención que hemos tenido contra el autoritarismo y la corrupción en los últimos veinte años han sido la calle y el antifujimorismo: una reserva moral que es motivo de burla para quienes tienen más apego por el autoritarismo. 

¿Pero es suficiente esta contención en estos momentos de crisis y desgaste tan profundos? Posiblemente no. Son fuerzas de veto, cuando lo que necesitamos ahora es una fuerza propositiva; una propuesta con ideas que saquen al Perú de esta espiral descendente. 

Como me dijo una amiga ayer, de peores hemos salido. 

Esperemos que así sea.

2 comentarios

  1. Roberto

    Yo acepto la legitimidad de Pedro Castillo… como el más votado el 2021… pero eso lo perdió a pulso, especialmente cuando hizo todo lo posible para que renunciara Vásquez.

  2. Roberto Guerra

    Tal vez Aldolfo Hitler sea el ejemplo de Fuhrer a emular para Torres… pero en la actualidad, se habla de Trump, Bolsonaro y Bukele.

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