Entre el poder y el huayco


La incertidumbre es peor que saber la verdad, no importa cuán mala sea la verdad


La bajada de este artículo fue el titular del Wall Street Journal en su edición del día del crac de 1929 y es una gran verdad.

Si bien el diccionario de la Real Academia Española define a la incertidumbre como “ausencia de certidumbre”, el término se suele usar cuando se carece de certeza sobre el resultado de un evento y este podría ser negativo. En la ciencia económica, además, afirmamos que un evento es incierto cuando su probabilidad de ocurrencia no puede ser calculada. La incertidumbre es así diferente del riesgo, cuya probabilidad sí puede ser estimada.  De este modo, muchas herramientas de planeamiento contienen un análisis de riesgos y, a partir de las probabilidades, se construyen y analizan escenarios y las correspondientes acciones de contención o gestión de riesgos. Asimismo, quienes trabajamos en proyectos de desarrollo de infraestructura, definimos a un contrato de concesión como un acuerdo entre las partes para asignarles y gestionar los riesgos (de demanda, de construcción, de política pública y demás).

Esa imposibilidad de cálculo de la probabilidad de ocurrencia de un evento incierto trae consigo el escaso esfuerzo colocado en el análisis económico sobre la incertidumbre, tal como bien expone el gran Vito Tanzi en su libro más reciente. Para quienes no lo conocen, el italiano Tanzi es un economista de talla mundial especializado en economía pública. Sus contribuciones académicas y de política pública son vastas. Ya retirado, encontró el confinamiento de la pandemia del nuevo coronavirus como una gran oportunidad para reflexionar y escribir sobre el frágil futuro de la humanidad y la economía incierta por los desastres, pandemias y el cambio climático (Fragile Futures. The Uncertain Economics of Disasters, Pandemics, and Climate Change. 2022. Cambridge University Press). 

De todos los temas abordados por el gran Tanzi en este espectacular libro, uno capturó particularmente mi atención: el proceso político.

El proceso político es una frase que tiene un contenido amplio y general. De manera muy simplificada, puede resumirse así: quien detenta el poder en un grupo humano exige el pago de impuestos de manera coercitiva y decide sobre el gasto al cual se destina. Si ese poder se detenta sobre una base electoral, la preocupación por mantener el poder domina sobre la preocupación de prepararse para eventos inciertos. Así, las acciones de los políticos se orientan a contentar a sus bases, lo que suele traducirse en atender sus demandas de corto plazo y descuidar las consecuencias de los eventos inciertos.

Veamos un ejemplo. En nuestra patria, los alcaldes suelen tolerar de buen grado a los invasores de terrenos. Una vez producida una invasión, el alcalde se ocupa de dirigir dineros públicos a brindarle accesos, pistas, alumbrado público y demás. Aparte de la ilegalidad de una invasión, no estoy olvidando un detalle crítico: es frecuente que ocurran en quebradas susceptibles de huaycos, o colindantes con instalaciones peligrosas, o en suelos débiles. Pero, ¿cuál es el problema? Que si sucede el huayco —que ocurrirá, porque sino, no sería una quebrada—, o explota el tanque de combustible —que es un evento probable aun con una gestión de riesgos impecable—-, o tiembla la tierra intensamente —porque estamos en una zona sísmica— las pérdidas humanas y de activos serán inmensas. ¿Por qué el alcalde acomodó a personas en zonas inconvenientes frente a estos eventos? Pues porque los votos en la próxima elección y su posibilidad de mantener el poder, les resultan más atractivos que ordenar su distrito o hacer frente a la incertidumbre.

Somos nosotros mismos, en este proceso de poder delegado, quienes tomamos decisiones de corto plazo y hacemos todavía más devastadores los efectos de eventos inciertos. 

Lector, lectora: si le apasiona la economía pública como expresión de la acción colectiva, aplicada a eventos de consecuencias desastrosas pero de rara ocurrencia, le recomiendo leer al gran Vito Tanzi.


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