El castigo de la orca


A propósito de la pandilla que está disparando investigaciones científicas y memes


En el capítulo 45 de Moby Dick (‘El testimonio’) Ismael se entrega a una de sus digresiones para referirse a ciertas ballenas legendarias por su ferocidad. Da cuenta, por ejemplo, de un encontronazo ocurrido en alguna parte del Pacífico sur en noviembre de 1820 entre una nave y un cachalote enorme. El narrador nos dice que llegó a conversar con uno de los sobrevivientes del naufragio, el primer oficial Owen Chase, quien escribió un librito sobre el suceso. Y cita este fragmento:

“Todo me lleva a pensar que no fue en absoluto el azar lo que determinó sus actos. El cachalote embistió la nave dos veces (…) para hacer el mayor daño posible, ya que las dirigió directamente a la zona de proa (…) Su aspecto era temible y revelaba todo el resentimiento y la furia de la bestia. Salió directamente de su grupo, en el que habíamos entrado y herido a tres de sus compañeros, como si buscara una especie de venganza por lo que le habíamos hecho sufrir”.

Ismael no lo menciona, pero el texto, que solo encontré en inglés, se titularía Narrativa del naufragio más extraordinario y angustioso del barco ballenero Essex, y fue una de las principales fuentes de inspiración de Herman Melville. Otra bastante bien identificada es un artículo de 1839 publicado por un tal Jeremiah N. Reynolds, Mocha Dick, o la ballena blanca del Pacífico’, de donde el novelista, además del nombre y el albinismo de la bestia, habría extraído el perfil del perseguidor obsesionado con cazarla, y la brutalidad revanchista con la que esta devolvía los hostigamientos.

El 4 de mayo pasado el velero alemán Alboran Champagne fue atacado por tres orcas mientras surcaba el estrecho de Gibraltar. Días después, el capitán de la nave contó a la revista Yacht su experiencia: “Sacudieron el timón en la parte trasera, mientras que la grande retrocedió repetidamente y embistió el barco con toda su fuerza desde el costado” (…) “Las dos pequeñas copiaron la técnica de la más grande y, con un ligero impulso, se lanzaron hacia el bote. Principalmente en el timón, pero también en la quilla”. Las cargas resultaron tan devastadoras que la nave terminó hundiéndose. 

Y este no ha sido el único asalto reportado en Gibraltar, donde viven unas 60 orcas distribuidas en familias. El comando de guerreras —que bien puede llegar a tener seis u ocho miembros— fue visto más de 700 veces en los últimos tres años, lo que de por sí resulta extraordinario; y se ha precipitado en los meses recientes al menos contra seis naves, desde cruceros hasta veleros, mandando a tres al fondo marino. Se cree que la orca grande, la jefa, es la hoy célebre White Gladis, la cual, como las ballenas del universo melvilliano, agrediría movida por la venganza. 

Los que saben suponen que White Gladis pudo haber sufrido un ‘momento crítico de agonía’, quizá la colisión contra un barco o quedar atrapada en las redes de la pesca ilegal, lo que terminó ‘traumándola’ y alterando su comportamiento. Así se habría erigido como la antiheroína que hoy celebran las redes sociales, una paladina ecológica y líder rencorosa, feroz y carismática. Eso explicaría por qué ella y los suyos están, por un lado, saliendo tanto a la superficie, con una actitud que podría interpretarse como vigilante; y, por el otro, los ataques. “No interpretamos que las orcas mayores estén enseñando a las jóvenes, aunque el comportamiento se ha extendido a estas a nivel vertical simplemente por imitación, y luego a nivel horizontal, entre ellas, porque lo consideran algo importante en sus vidas”, dijo el experto Alfredo López Fernández a Live Science

Ciertamente también hay quienes romantizan menos el asunto, y sostienen que estas rutinas de asomo y embestida se han originado tras la vuelta de la navegación recreativa después de la crisis sanitaria —que, como en muchos otros ámbitos, fue retomada intensamente, con ansiedad por recuperar el tiempo perdido—; y la escasez de atunes. O que, sencillamente, se trata de una conducta lúdica: las orcas, llamadas en inglés killer whales, habrían inventado un nuevo entretenimiento. Los científicos, que se encuentran bastante perplejos, reconocen que son animales curiosos e inteligentes, capaces de transmitirse conocimiento mediante el aprendizaje social.

Más allá del desconcierto en la comunidad científica, las teorías de la conspiración y los memes, lo que realmente sucede entre aquellos 15 kilómetros de Mediterráneo es otra expresión de la belleza infinita de la naturaleza y sus mecanismos. Un error persistente durante siglos, que de hecho frenó el avance de la investigación zoológica, ha sido el impulso de querer atribuir a los animales comportamientos y actitudes humanas. Sí es muy probable que White Gladis haya resultado emocionalmente herida tras un episodio desconocido, y que hoy esté irradiando su actitud ‘violenta’ a sus congéneres; incluso que se trate de una reacción ante el profuso tráfico marino. Pero el deseo de venganza, ese feo sentimiento, es exclusividad de nuestra especie. Moby Dick, como los seres de las fábulas de Esopo, el Patito Feo, Dumbo o los perros de la isla de Wes Anderson, no nos hablan de cómo son los animales. El arte recurre a ellos para decirnos cosas de nosotros, de nuestras glorias y de nuestras ruinas. 

Lo de White Gladis y su pandilla es la vida silvestre siendo. Y defendiéndose instintivamente.

Cualquiera que haya visto el salto de una ballena jorobada de 15 metros de paso por las playas del norte durante la primavera sabe que, en el fondo, sobran las palabras, los pensamientos, las explicaciones. Y si se quiere entender, que sea al lado de la ciencia. Lo que toca es respetar el medioambiente, regular el impacto de los hombres en los espacios naturales, evitar todas las formas de contaminación. Y así, de la manera más armónica posible, entregarse a la conmoción.

Como dice Ismael cuando recuerda al marino Bulkington, “las cosas más maravillosas de este mundo son con frecuencia las más inexpresables también”.


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