¿Y si nos unimos en lo que estamos de acuerdo?


El regreso a clases: una oportunidad para convocarnos


Jose Luis es  sociólogo, Máster en Gestión de Políticas Públicas. Papá de Nicolás. Con 15 años de experiencia como servidor civil y asesor en gestión pública a instituciones del Estado y la cooperación internacional. Convencido del poder del diálogo, la educación y la ciudadanía activa. Docente en la Escuela Nacional de Administración Pública. Promotor de la iniciativa Para Gobernarnos Mejor.


Yo sé que el país está enfrentado, que hoy no nos escuchamos, que las calificaciones, los prejuicios y los odios calcinan cualquier posibilidad de intercambio y, menos, de concertación. Pero cabe recordar que los que más suelen perder cuando los adultos nos bronqueamos son los estudiantes. 

Y ya estamos tarde: el 13 de marzo comienza el año escolar. ¿Está en la agenda política el asegurar que las niñas, niños y adolescentes (más del 30% de nuestra ciudadanía[1]) vuelvan a clases y recuperen los aprendizajes perdidos desde la pandemia? Si optamos por decir que eso está garantizado, ¿somos conscientes de en qué consiste llegar al primer día de clases de un colegio?

Docentes y directivos, familias, líderes comunitarios, autoridades locales, todos planificando la vida en la escuela; con maestros contratados, incentivados y competentes; con textos y materiales disponibles, suficientes y pertinentes; conectividad, equipamiento e infraestructura con accesibilidad; espacios dentro de construcciones seguras, con servicios de alimentación, agua y desagüe; respondiendo a un proyecto educativo que exprese el currículo nacional en un enfoque por competencias, pero que en esa mirada reconozca diversidades y particularidades del territorio; y —subrayado— que se actúe en un entorno democrático, amable, acogedor, sin violencia y contribuyendo al bienestar socioemocional de toda la comunidad educativa. No es un año cualquiera: hay que recordar que estamos en recuperación pospandémica.

Vamos, ¿no es esta tarea tan descomunalmente sofisticada y fundacional en la vida ciudadana que debiéramos parar el país por unos días para lograrla? Eso, si entendiéramos que de esa aventura educativa depende nuestra ciudadanía, y que no es algo que se satisfaga incluyendo el curso de Educación Cívica en el horario escolar. La educación es ciudadanía, quizá incluso el acto más ciudadano que nos queda.

A raíz de la decisión del rector de la UNI de acoger compatriotas que venían a Lima a manifestarse contra el gobierno, el ministro de Educación se preguntó en una entrevista radial: “¿Qué de universitario tiene albergar a los débiles?”. Y me pregunto yo: ¿será que olvidamos que la educación y el ejercicio de la ciudadanía son una carrera larga que se da codo a codo hacia la misma meta; esta es, lograr el desarrollo pleno y la felicidad en los proyectos de vida, individuales y de nación? ¿Y que esa meta es una donde, precisamente, los más débiles son los que exigen su derecho a una vida digna y albergan el sueño de una sociedad solidaria y de un Estado educador, justo y —esto debería ser obvio— democratizador? Si la educación no contribuye a vivir en sociedad, ¿nos seguimos educando para defender solo nuestros intereses?

¿Qué esperamos entonces que suceda ahora? ¿Esperamos con ingenuidad y bajo la sombra que todo ocurra solo pero exitosamente, o nos ponemos a la altura del desafío? Algunas propuestas:

1. Hagamos de la recuperación de los aprendizajes este 2023 una campaña de movilización nacional. No solo porque la educación está en emergencia y requiere simplificar procesos para lograr que esas condiciones que describía lleguen a tiempo, sino porque necesitamos convocarnos como colectividad y lograr lo que es imposible sin la fuerza de todos. Usemos los medios de comunicación y los espacios de vocería activa para entusiasmar a unos y otros a contribuir al logro de este objetivo, y no reduzcamos los esfuerzos a defender diariamente los argumentos políticos del momento. Ojo: la crisis política y social nos convoca a todos; pero la crisis educativa también.

2Unamos fuerzas en el territorio. No vendrá desde el edificio del Minedu en San Borja la solución para los casi dos mil distritos del Perú. En cada jurisdicción comunitaria o barrial unamos la sociedad civil, las familias, las autoridades locales con el liderazgo de la UGEL y la dirección regional de Educación de los gobiernos regionales recién electos para mapear el estado de los locales escolares, la situación de los maestros y los hitos que se necesita alcanzar para el 13 de marzo, y organizar la actuación público-privada-multisectorial para darle respuesta rápida a los problemas más críticos. Y, sobre todo, planificar una estrategia de recuperación de aprendizajes que se sostenga todo el año incansablemente, alumno por alumno, para los que regresaron a la escuela el 2022, para los que no volvieron aún al sistema (cerca de un millón y medio de estudiantes no volvieron a matricularse), y para los que aprenden fuera de él, en la educación no formal y comunitaria.

3. Usemos el Proyecto Educativo Nacional al 2036 como derrotero para una proyección de la educación a mediano plazo, que constituya una oportunidad para que la planificación de las metas de aprendizaje de nuestros hijos e hijas conversen con las nuestras como ciudadanos adultos, y reaprendamos a construir una misma idea de nación: un país donde se ejercen plenamente nuestros derechos y se defiende la vida en primer lugar; una sociedad solidaria en una cultura de paz, donde se enfrenta la violencia con justicia y, con igual firmeza, las desigualdades sin tregua que reproducen injusticias entre nosotros. ¿Podemos estar en desacuerdo con una nación así?

Tenemos el deber nacional de ponernos de acuerdo al menos en lograr que la educación se reactive. Juntémonos todos, organizaciones públicas y privadas, progresistas y conservadoras, militares y civiles, agnósticas y religiosas, de izquierda y de derecha, horizontales, verticales y diagonales, de todas las formas, direcciones y colores posibles. 

Finalmente todos somos —en algún momento o ahora mismo— estudiantes. Y todos, sin excepciones, somos el Perú.


[1] Opto por hablar de la educación hasta la adolescencia no por su criticidad o relevancia, sino para poder centrar la atención en el hito de la escolaridad y su población. En otra ocasión compartiré reflexiones para la educación técnico-productiva y superior, igualmente golpeada por la pandemia y la crisis social.


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1 comentario

  1. Arthur Mallma Zegarra

    José Luis, completamente de acuerdo con lo que planteas. Además del PEN están los acuerdos de gobernabilidad, firmados recientemente por las autoridades regionales.
    Por las recientes declaraciones del ministro de educación, podemos decir que su foco de atención está lejos de los que se demanda en estos momentos. Creo que se deben fortalecer capacidades y competencias en las UGELs y desde allí para garantizar todas las condiciones en la IIEE, como personal contratado y capacitado, materiales educativos y textos con orientaciones para su buen uso, infraestructura y mobiliario en buenas condiciones, comunidad educativa motivada, etc. Iniciemos la campaña de movilización para la recuperación de los aprendizajes

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