Una ovación para esos valientes 


Homenaje personal a quienes protestan en Catar


Confieso que soy parte de ese grupo que ha decidido calladamente boicotear el Mundial de Catar. Es una protesta personal y silenciosa que implica, principalmente, seguir lo menos posible lo que está sucediendo futbolísticamente en dicho emirato, dejar de ver los partidos, no celebrar y en, el fondo, no disfrutar. Mi decisión no cambia nada, por supuesto, y tampoco me implica ningún riesgo: es una decisión íntima y debo confesar que también casi imposible de seguir porque, así no lo quiera, tarde o temprano me llega la información sobre lo que ha ocurrido dentro y fuera de las canchas. 

Algunos me preguntan: ¿por qué ahora? Si en 2018 viajé feliz a Rusia, e incluso llevé a mis tres hijos a celebrar que Perú volvía al Mundial después de 36 años. Ya para entonces había ocurrido la invasión de Crimea y no se podía decir que el anfitrión fuera un país que se caracterizaba por su apertura a la población LGBTQ+. ¿Por qué recién ahora, a pesar de que nunca me pierdo el Mundial, de que colecciono figuritas, sigo todos los partidos, relleno el fixture y hasta debato en redes sobre quién me parece el mejor jugador o el más guapo?

Mi boicot a este Mundial llegó de a pocos y por cansancio. Desde el 2010 venimos oyendo que los emires catarís decidieron que todos tienen un precio y compraron a las personas que fueron necesarias para que la decisión de la FIFA se tomara a su favor. No contentos con eso, compraron uno de los clubes más emblemáticos de Francia, el Paris Saint-Germain, y lo llenaron de tanto dinero que quebraron el tradicional sistema de pago a los jugadores y, además, tomaron control sobre los derechos de televisar los partidos y consiguieron impactar también en decisiones de la UEFA, como se muestra claramente en este artículo del New York Times. (En el Perú vimos cómo nuestro representante en la FIFA, Manuel Burga, estuvo involucrado en el llamado FIFA Gate, fue extraditado a Estados Unidos y fue finalmente absuelto, pero sus colegas de otras federaciones no tuvieron la misma suerte).

Pero al margen de las coimas, han sido tres los hechos concretos que han impulsado mi boicot. El primero: la explotación de los trabajadores migrantes que construyeron la infraestructura del Mundial, miles de ellos muertos por la falta de respeto a sus derechos, y muchos otros que han tenido que volver a sus casas sin el pago prometido y deshechos física y mentalmente. Esta es una realidad ya visibilizada y sobre la que se ha hecho muy poco y con gran dosis de hipocresía, además: los migrantes son tratados de manera inhumana también en las fronteras de Europa y de Estados Unidos. El segundo: la inexistencia de derechos para las mujeres, y la criminalización de las opciones de vida de las personas LGBTQ+, con la posibilidad, incluso, de que puedan enfrentar la pena de muerte. ¿Cómo es posible que esto sea aceptable en el siglo XXI? El tercero: uno de mis hijos se ha tomado en serio no seguir este Mundial. ¿Cómo no enorgullecerme de su solidaridad juvenil y cómo no demostrar mi apoyo a su empatía?

Aunque la atmósfera sea turbia, al menos la Copa del Mundo está sirviendo como ventana para llamarle la atención a los lideres de países donde no hay libertad. Entristece que la valentía de los capitanes europeos que amenazaron con llevar brazaletes en favor de las minorías sexuales se haya desvanecido ante la sola posibilidad de que les pusieran una tarjeta amarilla. Sin embargo, muy distinto y emocionante fue ver a los jugadores de la selección de Irán no cantar su himno nacional en protesta por lo que están viviendo las mujeres de su país y por la tremenda represión que se ha desatado tras el asesinato de Mahsa Amini.

A diferencia de mi boicot, que no cambiará mi vida para nada, ni me traerá ninguna consecuencia —aunque quizá sí, a nivel de complicidad familiar—, estas protestas pueden resultar en repercusiones muy serias para los jugadores iraníes, que en la segunda fecha cantaron a regañadientes, y para los fanáticos que están usando las tribunas de Catar como un espacio de denuncia. Para ellos, toda mi admiración: desde rincones más humildes, muchos estamos con ustedes.

Foto publicada en el periódico The Guardian
Foto publicada en el periódico The Guardian

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