Una estafa bajo la luna


Cómo no perder dinero y ganar una historia


Me encontraba ya en mi dormitorio, en una finca colombiana bajo la luna llena, cuando me llegó la invitación de Natalie en Facebook. Recordé que la tenía —o que la había tenido— como amiga en dicha red, pero igual la acepté.
A los minutos, Natalie me escribió a mi WhatsApp desde un número de Estados Unidos. Mi corazón brincó contento. Ahí estaba su foto con su sonrisa tímida, desde algún rincón neoyorquino. Yo sabía que vivía allá desde hacía un buen tiempo, pero eran más los años en que no habíamos tenido contacto. Tan contento me puse, que no me impactó mucho que me deseara que Dios siguiera llenándome de bendiciones: en primer lugar, porque sí me considero un truhan afortunado y, en segundo lugar, porque uno nunca sabe lo religiosa que puede volverse la gente con el tiempo. 
Un rato después de compartir generalidades, luego de que me hubo confirmado que seguía viviendo en Nueva York, le conté que estaba en Colombia de vacaciones.
—¿En serio estás en Colombia? —me escribió emocionada—. Porque yo estoy a punto de embarcarme para allá. 
Nos alegramos, qué curiosa coincidencia, que todo nos resulte lindo y que ojalá un día no muy lejano nos veamos. Un rato después, cuando me disponía a apagar la luz, Nata me escribió de nuevo. Le daba vergüenza decírmelo, pero igual se atrevió: tenía un equipaje extra, algo pesado, que no iba a poder embarcar en el avión y me preguntó si lo podría recibir en el lugar donde me hospedaba en Colombia. Ante la posibilidad de ayudar a una antigua y querida amiga no puse reparos, ni me hice más preguntas: simplemente le di la dirección de mi cuñada en Bogotá, a donde volvería en un par de días. Me dijo también que la compañía de transporte necesitaría mis datos completos del DNI para confirmar mi identidad al dejar el equipaje y se los di, gustoso.
Y así me dormí. Con la alegría de darle una mano a una querida amiga de la adolescencia.
Pero al día siguiente, temprano, algo no me supo bien.
Primero, mi querida Nata me había vuelto a escribir para decirme que ya había embarcado las maletas y me envió una foto de ellas. Me pareció un recordatorio poco elegante. Lo segundo fue esto que también me escribió:
—Espero que haigas tenido una buena noche. 
Mi querida y culta Natalie jamás habría escrito «haiga». 
Palpitando, ingresé a Messenger y digité su nombre: ahí apareció nuestro último diálogo, que databa de octubre de 2013. Tras un cariñoso «hola» le pregunté dónde estaba. Por fortuna me respondió al instante y me dijo que estaba en Milán. Le dije que la habían suplantado, intercambiamos risas y nos despedimos. Muy bien, me dije. Acto seguido le escribí a la Natalie del WhatsApp y le pedí que me disculpara, que me había equivocado con la dirección de mi cuñada.  Me dijo que no había problema, que le remitiría la verdadera a la empresa de carga.
Me mostré genuinamente preocupado y me lo agradeció mucho.
Lo demás fue esperar con la sonrisa en la cara.
En efecto, unas horas después me llamó un agente de la DIAN colombiana, mencionando mi nombre completo y mi número de DNI. Me informó que había llegado a la aduana un equipaje a mi nombre, con artículos costosos que sumaban 21 mil dólares, incluidos unos relojes de oro, que sobrepasaban la tasa que la señora Natalie Garibaldi había pagado. Y, claro, que si no pagaba la multa, ascendente a 6.873.000 pesos, tendrían que rematar todos los artículos. 
Naturalmente, le respondí al agente que yo no era responsable de esa carga y que no iba a pagar nada. 
Por supuesto, al rato la Natalie del WhatsApp me escribió abrumada. Le respondí que, en efecto, me habían contactado de Aduanas. Ante su tribulación, le pregunté a cuánto ascendía la multa, a pesar de que ya la sabía. 

Ella me corroboró la cifra.
Dejé pasar unos segundos. Le escribí que había calculado el tipo de cambio, —serían cerca de dos mil dólares— y le respondí que sí podía ayudarla. Pero que había un problema:

—Mi cuenta es mancomunada con Karen— le informé. Tú sabes que ella supo lo nuestro en Nueva York. Y nunca te lo dije… pero le contagiaste herpes genital.
Fue horrible, Nata, y disculpa que te lo diga, pero las llagas esas… ufff. Me demoró mucho apagar ese incendio. 
—No, cómo me dices eso…
—Si ella sabe que te he prestado esa plata se va a molestar, y con razón. Quizá si le escribieras, yo me sentiría más tranquilo. Soy un hombre nuevo, Nata.
—Yo puedo transferirte a tu cuenta de inmediato —intentó tranquilizarme.
—Yo te deposito ahorita, Nata, pero ya te dije que mi cuenta es mancomunada. Escríbele a Karen lo que te voy a poner aquí y yo creo que lo sabrá comprender. ¿Qué dices? Ayúdame a ayudarte.
—Ok, dame su número. 

Acto seguido, le envié a la Natalie de WhatsApp el número de mi novia con el nombre cambiado: Karen Kerrington. 
Y le puse lo siguiente: 

—Nata, escríbele: 
Hola, Karen:
No me conoces en persona, pero sí sabes de mí.
Soy Natalie.
Gustavo me ha dicho que sabes lo nuestro, y tú, más que nadie, sabes lo fácil que es caer en sus encantos y rendirse ante su miembro portentoso y sabiduría amatoria.
Pero eso ya es historia.
Lo importante ahora es que somos otras personas y que si dejas que él me ayude a pagar una multa, todos podemos sacar algo bueno de esto.
En tu caso, aparte de mi gratitud infinita, un reloj de oro por sacarme de este apuro. 

En ese momento le dije a mi novia que le echara un vistazo a su teléfono porque seguramente le iba a llegar un mensaje. A pesar de que ya le había adelantado algo, su carcajada fue explosiva. Lo que más le impactó fue que el estafador hubiera copiado mi texto exactamente… incluyendo el «Nata, escríbele:».
Entonces tomé el celular de mi novia y le respondí a Natalie haciéndome pasar por ella, es decir, por Karen Kerrington.

—Déjame pensarlo, Natalie. Gustavo me lo acaba de explicar, pero entenderás que es doloroso. Mi salud sexual y todo eso. (Pausa) ¿Es verdad lo del reloj?
—Por supuesto que sí. 
—Ya, coordina con Gustavo. Pero por favor, no vuelvas a acercar tu sexualidad a la suya.
—No, claro que no. No volveré a parecerme (sic) en sus vidas. 

Dejé entonces el celular de mi novia y cogí el mío para volver a ser Gustavo. Le dije a la Natalie del WhatsApp que mi novia parecía haber aceptado y me agradeció mucho lo que estaba haciendo por ella, yo le reiteré el cariño que siempre le había tenido y le pedí que coordinara con la DIAN colombiana para que me contactaran.

Al rato me llamó el agente. Nuevamente esa voz formal, aunque amable. Le dije que había decidido ayudar a mi amiga y que me enviara por WhatsApp los datos para hacer el depósito. Él, a su vez, me solicitó que le enviara la foto del comprobante para dar por terminado el trámite. Le aseguré que así lo haría.
A Natalie le dije lo mismo.
Un par de minutos después, encontré en internet la foto más grotesca de cuantas vergas humanas hayan existido y se la mandé a “Natalie” por WhatsApp. 
-Aquí te envío el depósito —le escribí al pie.

Cómo nos reímos en la finca cuando se lo conté al resto, nuestros dientes estallando entre la luna y la fogata.

8 comentarios

    • Gustavo Rodríguez

      No te sientas tan mal, Lucho.
      Lanzan su red masivamente y pescan a quien está en su cuarto de hora.
      Lo importante es aprender y no volver a caer.
      Un abrazo.

  1. Jorge Cabrera

    .e paso lo mismo con un amigo que vive en Canadá, finalmente pude contactarme con él, con el verdadero, quien me dijo que no había enviado nada y que no regresaría al Perú. Borré todos los mensajes, bloquee las direcciones y allí quedó. Lo interesante es que comencé a sospechar de la estafa, cuando mi amigo, marxista, me enviaba, bendiciones.

    • Gustavo Rodríguez

      Lo cual convierte en una ventaja al agnosticismo o al ateísmo.
      ¡Gracias por el comentario!

  2. Elmer López Guevara

    Sigo siendo tu hincha, por lo de la historia.

    • Gustavo Rodríguez

      Qué generoso, Elmer. Un abrazo y espero no defraudarte pronto.

  3. Julio César Zavala

    Me pasó lo mismo con un amigo escritor que vive en España, antes con un amigo librero que vive en Suiza, mi respuesta también fue seguirle la corriente hasta ver a donde llegaba. Recuerdo que hablé con el agente de aduana y descubrí que esta persona sonaba a un personaje que salió en la televisión, “alias” el mil voces, por eso sospecho que estás llamadas se realizan desde alguna cárcel de Lima y otra persona juega a hacer los contactos. La confesarles que sabía que todo era una farsa me respondieron con ironía: “Pero casi caes …”

    • Gustavo Rodríguez

      Querido Julio, nunca me habría imaginado lo de la cárcel como central de telemercado. Allí tienes una historia. ¡Un abrazo grande!

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