Una doctoranda se confiesa


Algunas reflexiones antes de un examen crucial


La próxima semana no los podré acompañar a través de mi columna en Jugo de Caigua porque estaré en vísperas de mis exámenes de doctorado, los que —con suerte— me permitirán ser Ph.D. candidate. Estos exámenes se conocen en el mundo académico como comprehensive o qualifiying exams, y funcionan como un filtro para determinar si el estudiante de doctorado está listo para el mundo académico. Estos exámenes son comunes en el sistema de doctorado de Estados Unidos, aunque también han sido incluidos por otros países, como Suecia y Chile.

Empezaron a ser instaurados en los programas de doctorado en los años 1940, cuando hubo un gran número de estudiantes de doctorado y pocas formas de evaluarlos antes de que terminaran los estudios. Como ocurre con cualquier examen, uno puede aprobarlos o reprobarlos, y esta última alternativa significaría terminar el programa de doctorado incompleto. Esta es la situación menos común, ya que es en la preparación para dar estos exámenes en la que uno se desanima de continuar con el doctorado, cuando uno reajusta sus intereses, o reconoce la incompatibilidad de trabajar con el asesor escogido. 

En todo caso, estos exámenes son tanto un filtro como una oportunidad para reconocer intereses, dirigirlos y confirmarlos. Al inicio del proceso no conocía muchos sobre ellos, así que me dediqué a indagar con mis profesores, amigos y desconocidos en internet sobre la mejor manera para prepararme. Como sabemos, la academia es un mundo cerrado donde no todas las instrucciones están escritas; uno tiene que encontrar ese conocimiento intangible de otras formas, preguntando en los pasillos o enviando correos electrónicos que empiezan con “perdón si las preguntas son básicas, pero prefiero aclararlas antes de proceder”. 

En mi caso, la preparación ha consistido en leer durante el último año tres listas de un mínimo de 50 libros fundamentales para cada una de las áreas de mis intereses. Cada uno de estos 150 libros ha sido leído, comentado y acompañado por sus respectivas notas y comentarios. Desde afuera puede parecer que un estudiante de doctorado ya está suficientemente inmerso en la disciplina como para ser sometido a esta ingente cantidad de información, pero ante los ojos de los asesores de estudiantes de doctorado, solo somos colegas en potencia que deben desarrollar las habilidades de crear un syllabus, leer y entender muchísimos libros, y aprender a describir ideas de forma lógica. 

Como llevo un año preparándome para este examen he tenido que responder en más de una ocasión a la pregunta de rigor: ¿cuál es la utilidad de este examen? O su versión sin edulcorante: ¿por qué te hacen leer tantos libros? 

Para sobrellevar el proceso me fue útil reformular la pregunta: cuál era la razón detrás del examen, y no su utilidad. 

Cuestionarse sobre la utilidad en temas académicos es algo riesgoso, pues no siempre va a haber una utilidad inmediata en todo lo que aprendemos, pero es probable que sí haya una razón. En este punto, debo reconocer la dedicación de mis profesores por comunicar claramente el por qué detrás de cada una de las lecturas que escogieron para mí. Eran razones que iban desde “creo que este libro se alinea con tus intereses”, hasta “es un libro fundamental para nuestra disciplina”, o “presta atención a cómo cita esta autora”. Puedo decir que nunca sus razones se han parecido a un “porque yo lo digo” o “porque así lo hemos hecho siempre”.  

No voy a decir que todas las lecturas que he tenido que hacer han sido un deleite para la curiosidad. Algunos libros han sido tediosos y nada alineados con mis intereses. Para estos casos el truco es leerlos cuanto antes, de la forma más rápida posible, y luego premiarse con un chocolatito o un helado en lugar de ir arrastrándolos durante semanas en la agenda. Son especialmente estas lecturas las que me llevan a preguntar a mis profesores el por qué de su recomendación y ha sido a través de estas conversaciones cuando he podido entender mejor su importancia en el esquema general de mi disciplina. 

Explicar y entender el por qué es algo que he aprendido a valorar más de la experiencia del doctorado. La comparo con mi pregrado, donde el por qué siempre era secreto, donde el conocimiento estaba organizando en listas y era medido por un examen que una máquina leía, y no un profesor. En el pregrado, el por qué siempre era “porque te quieres graduar”, en lugar de una explicación más convincente. O, simplemente, no había espacios para preguntar: los profesores corrían al explicar el tema y, en lugar de promover el espacio para preguntas, terminaban la clase con “no hay más preguntas, ¿no?”. 

Podemos romantizar sobre cómo en el doctorado uno está más seguro de sus intereses y entregado completamente al conocimiento. Pero esto es falso, uno está preocupado más que nunca por cómo se va a traducir lo que aprende en un futuro laboral. Del mismo modo, los profesores tampoco dedican tiempo ilimitado a sus doctorandos, somos una actividad más en unas agendas llenas de pendientes. Pero sí hay algunas facilidades logísticas que permiten aproximarnos al conocimiento de una forma diferente y de las cuales podemos tomar algunas notas. Antes que todo, los asesores suelen ser profesores a tiempo completo, lo que permite tener un acceso constante a ellos. También existen espacios designados para hacer preguntas, desde espacios físicos, como bibliotecas y laboratorios, hasta espacios temporales, como reuniones y correos electrónicos. Sobre todo, existe un interés por producir nuevo conocimiento, con la publicación de artículos y tesis, a diferencia del pregrado, donde a veces ni se menciona la investigación y profesores, alumnos y universidades se enfocan únicamente en la graduación. 

Aunque no hagamos un doctorado, estas conversaciones no están lejos de nuestra realidad. Las preguntas y argumentos que he descrito son los mismos que se tienen cuando hablamos de la reforma universitaria en Perú. Poco a poco, varias universidades peruanas van recuperando su capacidad de investigación, generando espacios para las preguntas y el nuevo conocimiento, mientras que otras han luchado por el camino contrario. La investigación es parte fundamental de las universidades y del trabajo de los profesores, aunque pinta poco cuando uno escoge la carrera universitaria. En conjunto, profesores, universidades y alumnos nos hemos quedado muy cómodos preguntando solo por la utilidad de las carreras y de los temas que vemos en clase, olvidando cuestionar la razón detrás de lo que se nos enseña. 

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