Un himno viral


Tras una catástrofe y frente al Bicentenario, ¿puede ser terapéutico el ejercicio de pensar en un nuevo himno nacional?


Unos días antes de que se declarara el primer caso de COVID-19 en Perú, la discusión de turno en las redes por unos días fue si se debía cambiar o no la letra de nuestro himno nacional.

            Aunque esto hoy pueda sonar banal luego de habernos hundido en una catástrofe sanitaria y social es, justamente por las razones que nos condujeron a ella, que no sería descabellado volver a discutir lo que expresa el himno en sus palabras: es decir, qué tipo de nación quisiéramos ver representada en él. La identidad se basa en lo que uno cree de sí mismo: ¿qué cree un chiquillo cuando recita sin análisis “que faltemos al voto solemne”? ¿Qué ecos nos movilizarían hoy, 200 años después de ese otro cataclismo político que fue la Independencia, y del que hoy solo resuenan palabras vacías para la mayoría?

            Durante estos dos siglos han sido varias las tentativas de consolidar una lírica según los criterios de quienes gobiernan. En 1901, por ejemplo, el poeta José Santos Chocano ganó un concurso patrocinado por el gobierno para que cantáramos una letra menos agresiva hacia España. No prendió, como tampoco lo hizo el llamado a cantarle “al Dios de Jacob” durante el gobierno de García del 2006, y es poco probable que el novísimo ‘Himno del Bicentenario’, convocado por concurso, enmiende esta tendencia.

            Lo que se impone por decreto no hace latir corazones, y tal vez sea bueno recordar la historia de ‘La marsellesa’ para entenderlo mejor: después de todo, el de Francia es un himno bastante apreciado por los peruanos e, incluso, muchos latinoamericanos se han creído el bulo de que tienen el segundo himno más bonito del mundo después del francés. ¿Qué sentiría Rouget de Lisle, el modesto capitán que lo compuso, si se enterara de este mito? Imagino que asombro y melancolía, porque es sabido que el pobre terminó mal. 

            En 1792 los ejércitos franceses del Rin esperaban entrar en batalla contra los monarcas extranjeros que buscaban frenar la revolución de Francia. En Estrasburgo, frontera con la actual Alemania, un alcalde apellidado Dietrich le sugirió al capitán De Lisle que compusiera una marcha para motivar a las tropas. La madrugada del 26 de abril aquel compositor sin brillo que era el ingeniero y capitán De Lisle fue tocado por la gracia, y convirtió en arte el compendio de gritos y arengas que había escuchado y leído por aquellos días. Esa noche, su pluma fue derramando la letra y la música que hoy nos son tan conocidas: Allons, enfants de la patrie/ le jour de gloire est arrivé.  La misma noche de ese 26 de abril el alcalde Dietrich, tenor aficionado, se animó a cantarla en un salón burgués, y luego mandó repartir la letra impresa. Ni De Lisle ni el alcalde adivinaron que el estallido iría a ocurrir más al sur: en un banquete que se ofreció en Marsella a los voluntarios que iban al frente de batalla, un estudiante de medicina levantó su copa y, en lugar de expresar palabras vanas, empezó a cantar esa canción nacida en el norte. El resto fue un COVID musical, porque una cosa es escuchar a un alcalde cantar bajo candiles primorosos, y otra muy distinta sentir la emoción en miles de bocas juveniles en los caminos de la guerra. 

            Tiempo después la canción fue archivada por Napoleón por considerarla “muy revolucionaria”, pero volvió a ser recordada en la Revolución de 1830 y, con mucha más razón, fue adoptada por los franceses durante la Primera Guerra Mundial. 

            ¿Somos libres de verdad, tal como dice el himno peruano en su versión más popularizada? ¿Qué otras opresiones nos subyugan ahora? Si ‘La marsellesa’ llamó a los franceses a unirse contra un adversario común, ¿hacia qué espíritu debería alentarnos a los peruanos un himno contemporáneo?

            Hace algún tiempo le comenté a un amigo, no tan en broma, que la canción de Polo Campos, ‘Contigo Perú’ —“Cuando despiertan mis ojos y veo/ que sigo viviendo contigo Perú”—, era preferible al himno actual: fue acogida espontáneamente por la gente, su letra es muy entendible por todos y, además, contiene un llamado central a la unidad, algo que nos ha faltado en nuestros grandes reveses históricos. Son, curiosamente, los mismos requisitos que cumplió con los años el himno francés.

            A puertas del Bicentenario de nuestra Independencia, y luego de una catástrofe que nos grita que es tiempo de cerrar un capítulo y modificar nuestra narrativa para los siguientes, conversar, discutir, intercambiar ideas sobre qué valores debería lograr incubar un posible nuevo himno sería un interesante ejercicio de catarsis, diálogo y creatividad. Así no se plasme finalmente.

            Porque para quien inventa, se trate de una persona o de una sociedad, el proceso de creación suele ser más importante que lo creado.

4 comentarios

  1. Luis De Las Casas Orozco

    Totalmente de acuerdo con cambiar el himno nacional por el Contigo Perú…la emoción que nos embarga la canción de Polo Campos no tiene parangón….impulsemos esa excelente iniciativa! revaloremos la música peruana en el mundo!

    • gr

      Gracias, Luis. Veamos por dónde nos lleva los vericuetos de la historia.
      Un abrazo.

  2. Milagros

    Valgan verdades qué el único momento en el que un Peruano canta el himno, es cuándo, está a estadio lleno ante un partido (más aún si es clasificatoria), importante, una marcha nacional, dónde se pide Justicia o reclama atención de algunos gobernantes y la formación obligada en colegio estatal y la verdad, nadie entiende nada. Es puro paporreteo ¿o no? . Actualmente creo qué son muy pocos los qué se saben el himno con las modificaciones últimamente realizadas. No sé, pero imagino qué muchos desearían qué el himno fuese …Y se llama Perú, con P de patria, la E del esfuerzo … y ya uds le siguen.

    • gr

      Milagros, interesante recordar en qué momentos se nos sale del alma cantar algo.
      Es un bien indicador, y el actual Himno peruano sale perdiendo.

      Un abrazo.

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